miércoles, 18 de abril de 2018

El único amigo de Adolf.

-A partir de mañana seré la persona más odiada de la historia. No les basta con qué presencie la caída de los míos.-Susurró Hitler acariciando la hermosa cabellera de su mujer, Eva.-Y todo por no haber logrado alcanzar mi destino.

-¿Tu destino, Adolf? Me sorprendes.

Alcanzó la pistola que descansaba plácida sobre la silla, junto al tresillo de los finales anunciados donde permanecía sentado. La amartilló sin mostrar demasiado interés en su interlocutor.

-No hace falta que me hables, ambos sabemos que eres una alucinación. Es posible que incluso seas el culpable del desastre. Jamás debí escucharte.

-¿Por qué sigues mintiéndote?

-¿Mentirme?

-No fui yo quién decidió construir campos de concentración, Adolf. Ni tampoco te aconsejé declarar la guerra a medio mundo. Las ejecuciones en masa, tus delirios cual deidad sin reinos.
Ni la mejor de las argumentaciones te justifica.

-¿Qué crees que hacen nuestros enemigos?
Los inservibles sirvieron para nuestros propósitos con sus bienes, con sus vidas. No se puede ganar una guerra alimentando a millones de prisioneros.
La única diferencia entre ellos y nosotros son las formas. El enemigo utiliza las balas desembolsando lo que no tenemos. Nosotros hemos economizado la necesidad, cuestión de números.

-Sigues mintiéndote, Adolf. Has dejado que la locura de la guerra te nuble. Eres tu propia víctima.

Suave, colocó la pistola en la sien con pasmosa tranquilidad, mostrando indiferencia por su propia vida.
Dijo:

-Entonces, cuando apriete el gatillo la humanidad volverá a respirar. Matándome liquido la pesadilla. No hay mucho más que discutir.

La imagen imaginada se acuclilló a pocos metros del suicida sin borrar incertidumbre en su gesto.

-Sigues mintiéndote, Adolf. Tus acciones han despertado un diablo más grande, famélico,
que comulgará con los poderes en las sombras. Eliminará más vidas, millones de ellas. Y cuando el diablo ungido por tus enemigos caiga, otros yaceran sembrando desastres en el maldecido mundo. Esta guerra no ha hecho otra cosa más qué comenzar.

Hitler retiró el cañón de su cabeza sorprendido por las palabras del imaginado.

-¿A qué te refieres?

-Les has enseñado a movilizar masas, repetir una mentira hasta convertirla en verdad. Les legas un universo que cambiará el mundo para siempre. Detrás de ti vendrá el rojo, otra excusa para seguir apretando el gatillo.
Hoy morirás, Adolf, pero tu obra crecerá a manos de los que te han vencido.

-Sinceramente, he barajado esa posibilidad. Arderán las ideas como ardieron nuestros propósitos. Pero no podrán echarme las culpas.

-Sigues mintiéndote, Adolf.

-A estas alturas, ¿Qué más da?-Apuntó para no fallar.-Adiós, buen amigo.

-Hasta nunca, Adolf.

Un seco estruendo finiquitó al hombre sin acabar con la tragedia. Y fueron los fieles afines la locura Nazi los encargados de hacer desaparecer los restos mortales de aquel que se convirtió en el hombre más odiado por la mayoría, e idolatrado gracias a los avances que conducen a la auténtica tragedia, un paso más allá del infierno de la gran guerra para cronificarla.

©La Ranura De La Puerta.

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