Capítulo
4º
EL CLARO
Fueron tétricos momentos
que se acomodaron en las entrañas del ancestral bosque concediendo falsa
seguridad. Los soldados del ducado no tardaron en organizar la caza, sin duda
nuestra única oportunidad pasaba por alcanzar el desfiladero, sus estrechas
sendas circundadas por el vacío y rocas. Aunque para no faltar a la verdad,
nuestro destino apuntaba directamente hacia la señora
eternidad.
La
clarividencia no rigió en mi porte hasta que alcanzamos el claro entre coníferas
donde Olote ordenara alto, argumentando necesarias frente a lo inevitable. Mi
señor siempre actuó de esa manera, descabalgar y pertrecharse concienzudo
examinando a la vez el escenario, musitando inaudibles.
―¿Qué tormenta os
encendió? Los soldados del ducado rinden pleitesía a nuestro rey.―Le dije
estupefacto tras el combate.―Verter
su sangre nos convierte en...
―No existe más
que compromiso, zagal. Parloteas sin conocer amagos. Te lo explicaré más tarde,
acucia el tiempo.―Lamió su índice para cerciorar la dirección del
viento.―Debemos abatir su avanzadilla, no deben estar
lejos.
Hábil
estratega, repartió hierro ordenando posiciones en aquel apacible claro. Las
rocas nos servirían cual muralla, escondite perfecto de cara al viento, cosa de
vital importancia por la posibilidad de que llevaran perros.
―No dudes, asesta
desde el alma.
―Sangre beberá el
filo de mi perfecta, señor. Consciente del pecado que cierra las puertas a mi
nombramiento.
―Memeces. Si
tanto ansías conseguir el rango de caballero.―Desenvainó la asesina.―Arrodíllate.
En mis
anhelos imaginé el sacro ritual en la sala de armas, delante de ponderosos
gladiadores cruzados, frente al cáliz del guerrero santo. Pero la providencia me
otorgó minutos en el descampado, arrodillado frente a mi mentor que depositó su
acero en mi hombro, recitando extraño alejado de la oración
estipulada...
―No sirve a
sangre real quien príncipe naciera...Por san Jorge te nombro sacerdote de la
santa cruz, caballero de Dios y heredero de las tierras que despojaron a tu
padre, el rey Bendito.
Fuera
mi gesto fruto del asombro tras escuchar sus extraños rezos, alcé indeciso con
la intención de preguntar evidencias, pero el avance del enemigo imprimió
prisas.
―A tu lugar,
príncipe Ahombre.
PD.
Las verdades cincelan la dura montaña que no deja ver las verdaderas intenciones
de unos y otros. Queda patente donde se halla el punto de inflexión, el duque,
aunque el amanecer de las realidades precipitará a nuestros aventureros a las
puertas del averno.
Hasta
aquí el capítulo de hoy, puedes leer los anteriores pinchando en el enlace. Me
despido no sin antes desearte de lo bueno lo mejor con un hasta entonces, hasta
ahora.
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©
Dadelhos Pérez