El
invicto vencido
(Micro)
―Marqués, me
complacería escuchar alguna de sus historias. Claro fuere, siempre que le venga
a bien.
Sabe vuestra merced que
más que gusto me rige el vicio de narrar venturas variopintas o sus gemelas
condenadas.
…Aquel que jamás perdió
una apuesta vagaba por el mercado hacia la plazuela tropezando a las puertas de
la taberna con el recaudador de impuestos…
― ¿Recaudador de
impuestos y enviciado al juego? Mi querido Marqués, esperaba cuento de carnes.
Y carnes tiene,
vuecencia… Ambos se saludaron acunando charla insípida hasta que el recaudador,
apreciando miradas de ajenos apostados en el antro del pecado, decidió mostrar
diferente talante derrotando al invicto en su campo con la única pretensión de
agradar al respetable.
Apostó dos guineas de
plata a que no era capaz de tocar con la punta de la lengua su propia nariz…
―Estúpido reto por
imposible.
Eso pretendió el
retador, forzar un no acepto de quién no retrocedía frente apuesta y siempre
salía victorioso. Aunque bicho cualquiera hace costumbre por estar acostumbrado
y no solo aceptara apuesta la subió doblándola.
―Y perdió.
Saco la lengua tocando
nariz para guardarla enseñando palma, y cuando el perdedor intentó pagar tentó
con nuevo desafío dando vuelta de tuerca. Puesto diez guineas apostó a que era
capaz de morderse un ojo.
―Es imposible.
Aceptó y ojo de cristal
sacó de la cuenca a la boca con tierno bocado para devolverlo al sitio,
enseñando de nuevo mano ganadora en busca de recompensa.
―Increíble.
Arroyado por quien nunca
pierde y escuchando carcajadas mofa de terceros, gritó desafiante desafiando
con su apuesta revancha, 15 guineas de plata a que no era capaz de morderse el
ojo izquierdo, pues fuera el derecho ficticio de cristal, quedando el sano que
de seguro no se arrancaría motivado o cegado por la victoria… Jaque mate, pensó
prepotente, convencido, oteando hacia el interior de la taberna donde residían
los atentos.
Sonrisa ladeada
mostrara aceptando envite ante el asombro de los sentados que levantaron entre
intrigas para observar como el invencible se quitó la dentadura postiza
mordiendo su izquierdo…
―Ese jugador era todo
postizo.
Cobró lo acordado con desaliento
por parte del enfadado recaudador, que le dijo lo mismo que vos recibiendo cual
contesta, “tengo tres testículos, no todo son postizos en este cuerpo,
caballero” A lo que incrédulo asintió en silencio el escaldado, sin adentrarse
en juego con el rey del mismo, para apuntar:
―No creo en absoluto
que suméis un colgajo más que el resto. Como tampoco apostaré nada con vos al
no disponer de más caudales. Supongo que por esa misma evidencia soltáis
falacia de baja cintura, pues de poder apostar acabaría con vuestra racha
comprobando que donde dijo tres hay dos en retaguardia de la que merma.
―La dichosa plata que
rige subsistencia. Seré justo con vos puesto cumplisteis cuando la breva cayó
de mi lado. Así que apostaré todas las guineas que perdió contra nada. Si gano
quedamos tal cual, si pierdo recupera su plata. Ahora os toca a vos tragaros
vuestras palabras o hacerlas buenas, recaudador…
Dominando en el tumulto
un oh exclamado que aletargó hasta morir en silencios intriga.
― ¿Aceptó?
No le quedó otra tras
su prepotencia descafeinada, vuecencia…
El invicto se plantó
bien derecho bajando pantalones y calzones sin pudor, dejando lanza y escuderos
a la vista de cualquiera. Las mujeres maravillaron por el excéntrico
espectáculo brotando alguna risa entre sonrojo, mientras el perdedor avizoraba
la saca que alberga a los escuderos de la lanza, distinguiendo dos donde tres
dijera.
―Habéis perdido,
invicto. Pues tres no llego a contar en vuestras nobles partes.
―Puede que os falle la
vista, señor. Tres cohabitan en la saca almacén que carga la que merma, sin
lugar a dudas.
― ¿Me tomáis el
pelo?―Sin saber bien cómo demostrar lo palmario.―La imagen disipa dudas cual
alba de verano, no tenéis más que dos.
―Insisto en que hay
tres, lo mejor será que lo compruebe su tacto ya que sus ojos desvarían por
motivos que no llego a comprender.
Observado por la
multitud y superando el rechazo, el recaudador alargó su derecha sopesando la
bolsa noble de los escuderos para reír al comprobar que eran los que vio.
―Palpad bien pues el
tercero es más chico.―Insistiera.
Y minuto largo dedicó
al sobeteo aun entre arcadas al no agradarle la escena.
―No hay dudas, son dos.
―Es cierto, me habéis
pillado, cobrador. Como al resto cuelgan los mismos, ¿qué le voy hacer?
Salto de alegría
sacando pecho al conseguir vencer al invencible, cobró el adeudo marchando a
sus deberes en aras felices…
― ¿No lo entiendo?
¿Dónde está la gracia? A fin de cuentas y a pesar de lo desagradable de
comprobar la saca piel, ganó.
Fuere entonces cuando
el invicto se acercó al grupo de la taberna colocando sobre la mesa su palma,
extendida, con mofa tirria dibujada en su rostro. Uno de ellos dijo entre
desalientos:
―Lo vuestro es magia,
cuando apostamos que el recaudador tocaría sus noblezas a la vista de todos no
pude evitar reír, caballero.
―20 guineas por barba,
ese era el trato, ¿verdad?
El invicto priorizó
engañando al engañado que desde el momento tétrico del sobado lo apodaron, “el
tocador”.
― ¡Ja! Vuestros cuentos
no dejan de sorprenderme, Marqués.
Para eso estamos,
vuecencia.
®Dadelhos
Pérez (La ranura de la puerta) 2017
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