LA RECETA DEL MEJOR SALAMI por Dadelhos Pérez
No
volvimos a saber más de aquel extraño que cambió por completo
nuestras vidas. Fue un relámpago sin trueno ni lluvia que iluminó
almas mermando ansia, un auténtico milagro dentro del paupérrimo
sin sentido de nuestro quehacer diario. Nos alimentó, sin duda.
Mentiría
si colocase sobre la mesa lo que demasiados entendieron tras la
marcha del diferente, soy consciente de todo y nada a la vez, al ser
un mentecato anciano que vive en sus soledades cuidando mis plantas y
leyendo las prosas de autores que ensoñaron otras vidas, añoranzas
o deseos, vaya usted a saber.
Mis
días han sido iguales durante décadas, acabando en el porche de mi
humilde casa para admirar el todo maravilloso que despunta cuando el
crepúsculo mata pariendo noche, porque así son las cosas, morir
para que otros vivan, falaz interpretación de la existencia, lo sé,
es resquemor por la hipocresía desmedida del famélico ser humano,
odio todo lo referente a esa mierda que perdurará incluso cuando la
tierra decida ponerse loción mata piojos. Porque en eso nos hemos
convertido, en meros chupadores insaciables de ella, nuestra
auténtica madre.
El caso
es qué una tarde primavera mientras preparaba el abono para las
remolachas, plantación novedosa que cuidé esmerado por ver fruto
más que por degustarlo, Ron se puso insolente con sus
ladridos... Es mi viejo socio, lo recogí en la senda que conduce a
mi casa, andaba solo, desorientado, entre lloros tanto como con el
rabo entre piernas... El pequeño se zampó casi un litro de leche,
el pan y los huesos sobrantes del cocido. Nunca vi comer tanto a un
animal tan pequeño. Semanas después le pillé lamiendo las viejas
botellas de ron que guardo en el cobertizo y asombrado por su
quehacer, destapé una vertiendo el licor en su plato. Desde entonces
le llamo Ron, se lo bebió estoico sentándose a la espera de
más. ¡Dios! Alcoholicé al cachorro por culpa de mis intrigas.
—¿El
extraño?
Disculpe,
hace generaciones que no recibo visitas y la sin hueso anda igual de
famélica que mi fiel aliado cuando lo recogí en la senda... El
extraño, por supuesto...
De la
verdad sólo queda su mensaje, cómo ya le dije, soy un viejo
encorvado que vive soledades y consume letras para el espíritu. Y de
aquello hace tanto que me siento mucho más viejo de lo que soy. Pero
sí, apareció de la nada como los milagros que tanto predican los
asiduos al pensamiento único, esos que también aparecen llamando a
la puerta y vendiendo la verdad verdadera con corbatas y pelos
peinados al estilo de los sesenta, el más recatado, sin duda. Y
siempre sonríen cuando abres, mucho antes de comenzar su redundo
sermón caza billetes. Es una lástima, ¿sabe? Actúan tan idénticos
que se ve el plumero, los arduos ensayos orquestado por el pastor
buena vida para que fieles en creencia se conviertan en mercaderes de
la misma con la proclama —Paga
por el ascenso a lo divino—mientras
pasas calamidades en lo terrenal, añadiría cual puntilla perfecta
al imperfecto negocio de la descarada estafa. Pese a que repitan una
y otra vez que no obligan a nadie, ahí me han dado, el ladrón que
se cuela en casa ajena tampoco, sólo pasa por allá y acá
llevándose lo que no necesita el dueño o dueña.
—Me
parece más que interesante lo que me cuenta, señor. Pasaría toda
la tarde bebiendo sus increíbles exprimidos de frutas azucarados y
escuchando. Pero no vine por eso.
No
entiendo la prisa que no grita su mirada, joven. En la mayoría de
ocasiones correr es perder pues la meta es el final del recorrido. Le
contaré lo que sucedió con aquel estupendo personaje, muchacho. ¿No
le apetece probar mi salami? Lo preparo a conciencia con la receta
que me enseñó mi madre, es un secreto que pasa de generación en
generación. Desgraciadamente no me casé, mis pasos se alejaron de
la sociedad demasiado pronto. Bueno, si caí prendado por la belleza
estudiantil de una muchacha con voz canela, única y hermosa como las
divas de cuadros imperfectos a manos perfectas que describe la
belleza de modelos mezcladas con sentimientos amartelados del
artista. Siempre me impresionó ver la implicación en los lienzos
puros, los alejados de mercaderes o creadores sacamantecas, dinero,
ya sabe. El artista genuino convertido en marca y azotado por las
obligaciones de vender o morir, artísticamente, claro. No me refiero
a la muerte inerte que nos convierte en nada...
—El
extraño, señor. ¿Le dijo cómo se llamaba?
No
entiendo muy bien su pregunta, hijo. ¿Acaso no das tu nombre junto a
tu mano cuando conoces desconocido?... Espera aquí en el porche con
Ron, traeré unas rodajas de salami con una onza cuarteada de
pan blanco, lo preparo cada mañana en el horno de leña, me encanta
plantar, recoger y producir mis propios alimentos. Aunque confieso
que llevo mal lo de sacrificar animales para los jamones, salamis y
demás. Uno acaba cogiéndoles cariño, en el fondo y en la
superficie son iguales a nosotros. Los cerdos, por ejemplo; su cariño
es envidiable, por eso no puedo matar a Rosa, mi cerda hermosa
que pasea por mis terrenos devorando todo lo que pilla a su paso. Y
eso que Ron la vigila de cerca, pero nada, es incorregible.
Aún recuerdo cuando destrozó la verja y devoró todas las lechugas,
no dejó ninguna.
¿Por
dónde iba? Ah, sí, claro. El salami y el jugo especial de la
familia. Ahora mismo vuelvo muchacho, disfruta con Ron, no
habla pero su mirada imperturbable es como la endiablada televisión,
si te fijas en ella quedas embrujado. Puede que mueva el rabo sin
levantarse, eso quiere decir que le lances cualquier objeto, su forma
de hacer amigos. Si por el contrario no lo hace es que no le caíste
demasiado bien. Pero que no te preocupe, zagal, a Ron no le
gustan los trajes con corbata y relucientes zapatos, le recuerdan a
los insufribles vendedores ambulantes, esos que llaman y si no estas,
aunque no todos, acaban convertidos en los ladrones de los que te
hablaba antes.
(Quedó
a solas con el enorme perro de pelaje noche y raza desconocida, que
sentado impasible tanto como inmóvil lo observaba petrificado,
aquellos destellos que inquietaban aún sin mostrar ferocidad, más
bien todo lo contrario. El joven delgado y no más allá de los
treinta, harto de tanta insustancial charla, decidió acariciar la
cabeza del can que seguía sumido en sus trece, estatua de carne,
huesos y pelaje lustroso que enseñaba la buena vida esquivando la
fatalidad gracias al pico de oro de su amo.)
—No
mueves la cola, ¿no te caigo bien? Pues, tú a mí sí. Pareces un
buen animal, seguro que la vida en la granja te viene como anillo al
dedo.
(Ron,
entreabrió su dentada relamiéndose los morros rápido para olfatear
al perfumado extraño que buscaba respuestas del semejante que
también le acarició amistoso antaño, en el mismo lugar y con
diferentes preguntas a las del novedoso. Para el can todos eran lo
mismo, monos pelados disfrazados tras ropas raras y con falaces mimos
que ocultaban el miedo que le tenían.)
—¡Buen
perro!
Aquí
está, el mejor embutido de la comarca. Sí, sé que suena mal
viniendo de mí, pero es lo que dice todo el mundo. Lástima, pues
como comenté, detesto sacrificar a mis animales, es como asesinar
familiares. Les veo nacer y corretear por las primeras luces de su
vida, como acuden a mamá y juegan en el barro con sus hermanos.
Luego, tras deducir que yo soy quien les cuida, se acercan temerosos
olisqueando mis manos, todos los cerditos hacen lo mismo y yo no
puedo evitarlo, les pongo nombre y les cuento historias. No es que
sea un gran imaginativo, nada de eso, simplemente las que leí en
algún momento de mi vida. En lo hondo sé que aprecian mi
dedicación... Comprenderá lo difícil que resulta para mí agarrar
el cuchillo, es un mal trago que paso cada año por estas fechas.
—¡Está
delicioso! ¡Nunca probé un salami tan sabroso como éste! Si
abriese una tienda se haría de oro.—Exclamó
tras catar el delicioso fiambre casero de rosado color atrayente y
aroma que invitaba a la comilona.—¿Podría comprarle un par de
kilos? Mi mujer quedará maravillada con esta exquisitez.
Ya le
digo que estamos en temporada de matanza, la despensa anda algo vacía
y un par de kilos lo veo difícil, joven. Pero si podría regalarle
una cuarta, sé que no es mucho pero menos da una piedra. Si pasa
dentro de un par de meses le venderé los deseados dos kilos si no
más.
—¿Podría
darme la receta? Al fin y al cabo usted es el último de su familia,
¿no querrá que se pierda cuando le toque marchar?
Veo
que su interés por el buen extraño merma por culpa de la gula bien
intencionada. Eso está bien, un segundo saltado es vida perdida. En
cuanto a la receta, muy a mi pesar no se la puedo dar, amigo. Sería
una falta para con los míos aunque ya no estén en este mundo, debo
respetar las tradiciones familiares. Pero beba del nuevo combinado
que preparé exclusivamente para usted. Le puse algo de remolacha y
zanahoria, le da un sabor especial que relaja el alma, la mente, y
sobre todo el cuerpo. Todo un pecado que de conocer la gente moriría
de placer alimentando.
—Es
usted amable, ameno y campechano, señor. Sabe tratar a sus
invitados.—Agarrando el vaso lleno hasta los bordes para sorber y
aterrizar suave sobre la tabla enana de entre ambos, el
cristal.—Háblame del extraño, si no le importa.
Por
supuesto, hijo, para eso vino. Como usted, se sentó en el porche y
le invité a lo poco que tengo. También apareció por estas fechas
hace demasiado. Es curioso, acarició a Ron y se maravilló
con el salami, como tú. También quiso saber la receta y me
encomendó pedido que no pude atender por el mismo motivo que no
puedo atender el suyo. Hace falta materia prima y tiempo para el
embutido, ya sea fiambres o longaniza, chorizo y demás. Cuando probó
mi especial jugo quedó maravillado y muy agradecido, tanto, que me
contó de sus anhelos hasta bien entrada la noche sin abrir en ningún
momento su maletín.
—¿No
lo entiendo? No me habló de ningún maletín cuando me llamó por
teléfono. Mencionó que se trataba del poeta, el extraño que pulula
por las redes sociales y que le dejó un manuscrito. La gente de la
aldea me contó que le vieron caminando hacia aquí, incluso alguien
le fotografió accidentalmente. Salió detrás de su mujer que posaba
con gesto agradable. Vi la foto y sin duda se trata del extraño
compositor... No llevaba ningún maletín...
Puede
que me confunda, soy un viejo encorvado que vive sedentaria vida
ermitaña encerrado en mis tierras. Y como también mencioné, pasan
demasiados vendedores de todo tipo y todos traen maletines o bolsas
con sus tonterías vanas. Eso sí, prueban el salami y beben el jugo
dando las gracias y siempre por estas fechas, cuando matanza y con la
despensa vacía, una lástima, pero es la tradición de mi familia
desde que mis antepasados levantaron el viejo caserío, hijo. Pero
antes de seguir con nuestra agradable charla, termine el jugo y
quitaré trastos del medio.
—Por
supuesto.—Liquidando el elixir vida dulzón de un solo trago, dejó
el vidrio junto al plato donde descansaba el rico salami y la onza de
pan blanco cuarteado, sintiendo cierto desfallecimiento.
La
fecha de matanza es la peor del año para un viejo como yo, aunque la
costumbre fortifica ante lo desagradable de la muerte. Es ley de
vida, ¿verdad?, unos mueren para que otros vivan.
—Perdone,
no me siento demasiado bien.
No se
preocupe, respire hondo y descanse unos minutos. Además es mejor
así, ha hecho un largo viaje hasta las tierras del olvido, debió
descansar en el viejo Motel, donde descansan todos antes de venir a
visitarme.
—¿Qué
quiere decir? ¿Antes de visitarle, todos?
Cómo
ya repetí hasta la saciedad, muchacho, estamos en tiempo de matanza.
Y matar a uno de mis animales es como asesinar a un familiar, de ahí
su visita, la de todos. El mejor ingrediente del salami es la grasa
humana, lo descubrieron mis antepasados, lo explotaron vendiendo
fiambres de calidad suprema como el que acaba de probar, puro salami
de cristiano busca dinero... Cuando era más joven me apetecía
seguir al ganado y darle caza, sobre todo si era mujer... ¡Qué
tiempos aquellos! Follar, matar, trocear, encurtir y comer el resto
del año y las sobras, siempre las disfruta Rosa, mi
insaciable cerda de casi doscientos kilos, trocea los huesos como una
máquina, pero me sería imposible darle caza a una tortuga y
prefiero los narcóticos, son tremendamente eficaces y pasan
inadvertidos... Ahora, si me permites, tengo mucho salami que adobar
con tus grasas, muchacho.
Fin.