sábado, 30 de enero de 2016


LA SOMBRA por Dadelhos Pérez



Agita manto pues con ello encara penumbras cuando llanto amaina entre las tripas calle, silencio subyace asesinado por cualquier chasquido. Que mal viniera al son pasado que contamina presente para podrir futuro que queda cual mala quimera en el adentro carne.

Mamá lo sabe, mamá lo calla; navidad en nochebuena que cierne esperanzas rotas durante el resto del año, siendo el ogro malvado mi padre enfermo, mi padre cambiado, mi padre vil por vilezas que confiesa cuando mañana gana y los golpes amoratan rostros de los suyos... Se sienta, se compadece, se disculpa, se marcha y bebe...

Años cargan espaldas de pureza secuestrada cuando mi paso se adentra en la adolescencia, mi gesto traiciona candor moribundo en el segundo que occiso presenta sin la presencia del gordo barbudo que de rojo viste. El regalo fue la cena tras discusión vana en vanagloria prepotente del que rey déspota mata tiempos ajenos e inculca pesadillas futuras...

Mamá llora, mi hermana huye y yo me contengo estoico ante las falacias del progenitor apartado de vida, el que mira encendido, el que suplica clemencias al son bárbaro de sus chasquidos puños aterrizando en ensangrentado rostro de ella... Feliz navidad, resuena en mi mente apretando mis intenciones...

Mamá se pliega, mamá se apaga, mamá se hunde en las miserias del amor falso que aterrizó en su vida maltrecha para destruir bases, sus creencias, su personalidad, su paciencia... Y yo me harto quitándome las alas y apagando el halo candoroso, matando al inmaculado que entre juegos amaba y en realidades despierta...

Paso diera esquivando la engalanada mesa triste, el árbol sesgó sus destellos, el viento abandonó soplidos, dios marchó del cuarto donde en el suelo remaba brazadas desespero la que me entregó su vida, mientras el otro arrasaba lo bueno de sus días culpando en tontería con su aliento pestilente...

¡Qué te crees! ¿Dónde vas?

No soy agua, padre, que apague el fuego que te consume. No soy humilde que se postra ante tu barbarie en ruego hacia etéreo divino, eso lo probé durante toda mi vida y no funciona.Agarré la llave que abre conciencias cobrando su precio, paso frente y mirada chispa esperando que el contrariado abandonase el delirio puñetazos con mi sangre y encauzase lo adverso que cosechó durante décadas.Vida juega, viejo, y muerte gana siempre.

¡Mocoso de mierda!

Punta dirige justicia nada ciega, atraviesa el jersey tejido por mamá en tiempos confusos, tropieza con el hueso malvado del que no cambia y nos consume, solloza alarido sorpresa mientras no aparto mirada de la ajena, de aquella que en pocas ocasiones compartiese conmigo...

Feliz navidad, padre.

Sembré muerte en las tierras exangües contaminando mi alma que escapó de mis carnes convertida en sombra; sombra que me persigue y acusa cual parricida que asesinó a sangre hirviendo, recordando el rostro de mamá inconsciente, el gesto de mi hermana aliviada y la condena de sus libertades convertidas en las cadenas de mis culpas... Estas mismas que execran al hombre bueno que en algún pasado romo fui, y ahora cual parricida convicto bajo llave material correctivo e infierno interno en estigma sombra que anda siempre acechando.

Nunca fui mi padre hasta aquel momento, y ahora, lo soy a cada minuto de mi cautiverio.





jueves, 28 de enero de 2016

FRENÉTICO



Construimos murallas cuando el primer zarpazo nos hiere de verdad, es una reacción normal en la naturaleza del ser humano. Algo transitorio que suele quedar postergado en el olvido, cuando nuevos albores iluminan presentes y auguran boyante futuro.—Apagando el habano en el vidrio tallado del cenicero que descansaba entre ambos contertulios, sobre la redonda tabla de roble americano pulido con gusto y detalle. El humo contaminaba la angosta sala nada humilde mientras el fumador pasivo tomaba notas esporádico, mirando al anciano para desviarse fugaz escribiendo en aquella libreta del baratillo.—Siempre existen los que se pierden ante la adversidad y agarran esas sendas introspectivas encerrándose en sus mundos incoherencia, la enfermedad mental, la muerte social y la impotencia de sus cuidadores, nosotros. Y en este edificio hay demasiado de ese infierno, señor, tanto, que incluso falsos rumores se han convertido en leyendas urbanas para desembocar en presuntas maldiciones, cuando la única anatema que existe entre estos muros son los pacientes, sus dolencias, y como apunté, el perverso abandono de sus seres queridos... Esos que aman a los suyos con palabras frente a otros, con cóctel exquisitez en mano y adornado de olvidos antes y después de la falaz barbarie soez, para devolverse a la perversidad allá en sus vidas. A priori de sus futuros infiernos aun sin llamaradas y azufre, esos llegan después. Dependiendo de credos, por supuesto.

No podemos culpar a la gente, consume fantasía. Aunque le doy mi palabra, trataré el tema con suma delicadeza, para mí es algo serio. No me gusta poner énfasis en las crudezas que aquejan a mis semejantes. Aunque debe reconocer que lo qué se dice de la habitación 500 como menos es extraño, se sale de la normalidad por estadística. Tantas muertes...

Disculpe si no le creo, joven. Muchos antes que usted aparecieron con sus ambiciosas novelas por escribir solicitando visitarla, y créame, nada salió como pensaban. Sus solitarios mundos de papel y párrafo bajo el cobijo eventual de árbol en banco de cualquier parque, dista de las realidades del resto de la humanidad. Por eso ustedes viven fantasías que trasladan a sus entretenidas obras y nosotros, el remanente, nos enfrentamos a las crudas regresando a nuestro hogar para sentarnos en el sillón, calzarnos las gafas y vivir sus divagaciones olvidando lo lejos que andan las ansiadas maduras... La habitación 500 sólo es una más... La muerte aparece cada semana como canto de línea en cualquier bingo o lotería caprichosa, no hay distinciones; la 500 lleva tres años vacía, desde que el último aventurado con miras en ventas vertiginosas y promoción con su rostro sonriente solicitó pasar una noche entera, gran error que pagó muy caro, joven. Los mismos años que lleva en el olvido la habitación que pretende, lleva su último morador como paciente 1543 de este hospital... Ustedes andan atiborrados de creatividad, influenciados por misterios que envenenan sus mentes y los convierten en sugestivos al borde de la locura, como le ocurrió a su colega, el que fuerte se presentó en esta misma sala y salió enfermo, en aras fantasías del cuarto.—Pegó ambas palmas sobre la mesa tamboreando dedos ritmado y sin apartar atención del escritor para decirle a media voz.—No puedo correr más riesgos, lo siento.

Mi padre me dijo en un momento de lucidez, entre borrachera y cogorza; (en esta vida manda la literatura, hijo; la razonable o razonada de los libros...—Colocando un sobre amarillento en la mesa.—...y la escueta que se puede leer en el papel moneda.)

Comprar la locura no es un buen negocio, seguro que su padre le aconsejaría de estar en esta sala que olvidase el asunto, ajumado o no. Pero ya es mayorcito para asumir consecuencias frente a sus actos.—Cazando y destripando el amarillento por fuera y morado por dentro a causa de los idénticos que esperaban nuevo propietario.—Firmará un documento donde eximirá de cualquier responsabilidad al centro hospitalario... Espero sinceramente que logre sus pretensiones, joven.

Decidió pasar la noche convencido que sacaría más jugo que en día ensordecedor, los constantes chillidos de los pacientes que tanto detestaba, las camillas transitando a toda leche por el corredor... Demasiadas distracciones para concentrarse en lo oscuro que encerraba la diabólica rebautizada en maldición, mito, pesadilla, locura y muerte; sobre todo muerte... Las habladurías las desechó cual piel frondosa de naranja borde haciendo lo propio con exageraciones de aquellos que hablaban en primera persona sin conocer siquiera la ciudad aun conociendo víctima. Fue meticuloso en sus indagaciones antes de dar el paso ya tomado por encontrar entre toneladas de paja un grano fluorescente, diferente, funesto y atrayente, embriagador y letal... La primera palabra de la locura... El manantial que le otorgaba la posibilidad de dar con ensoñación física, materializada por rarezas que para él resonaban cual promesa de mesías en los llanos áridos donde perdidos andan a ciegas, un rumor lejano y tan próximo como sueño, y no cualquiera, sino de la infancia, los primeros, los que comunican con claridad y se desvanecen entre el regazo del tiempo distorsión ayudado por la sociedad embaucadora... Un proyecto es idea que se labra, un milagro es labranza que te cosecha y acaba consumiéndote...

Me gustaría cenar en el comedor con los pacientes, observarles e interaccionar con ellos. Me ayudaría a comprender mejor el espíritu del lugar.—Solicitaba al viejo director del centro mientras atravesaban el largo pasillo de color hueso hacia el elevador, ya que la 500 se encontraba en la última planta, algo que favoreció la palabrería redundante y asusta viejas que escuchó o leyó en algún lado antes de embarcarse en el proyecto.

¿Quiere cenar con los enfermos? Es una extraña petición, no sé qué espera encontrar entre los perdidos en sus propias brumas.—Golpeando con el índice su frente.—Tendría que ser capaz de entrar aquí para comprender, algo imposible a no ser que crea en esas memeces de magias y credos recargados de agnosticismo exagerado. Pero no le negaré su petición, joven. Puede que vislumbrando la locura y sus tremendos efectos desista, llame a mi despacho, recupere el depósito y salga de aquí como alma lleva el diablo de una vez por todas. Algo que ya le recomendé y redundo interesado por su bienestar. Mi único objetivo, créame. Abandone su locura, indague otras historias.

No, llegado al punto que resta lo ideado y comienza a construir solidez, no abandonaría al igual que con tantas otras pesquisas similares y etéreas, puentes tendidos que parieron novelas asombrosas y cautivadoras dándole un nombre en el difícil universo bombilla de la agonizante literatura papel. El muchacho asintió entre mueca agrado y desafío mirada mientras su anfitrión le señalaba el camino al comedor tras escapar del ascensor. Entrar en la planta cumbre le supo a todo lo contrario, descender al abismo gélido del perdido en carnes, las propias. Incluso los ecos heredados del trajín diario del hospital olvido, producía sequedad casando con aromas moribundos de sanatorio campaña en el sanguinolento frente de muerte tiro adverso o suicidio tras agonía visión.

Doblaron hacia la derecha en sepulcro silencio que mellaba el espíritu descarado del erudito escriba, ansiaba tanto cruzar aquella puerta que comenzó a despertar su lado pueril que tanto le costaba disimular. Preguntas y fabulaciones pasaban de neurona a neurona en debate introspección que dibujaba tremendos convertidos en valles hermosos de vientos quietos, para deshacer y cambiar a prismas asustadizos que nacían del temor de temer, y no al reto encontrado tanto como deseado, miedo a sí mismo, el mayor enemigo de uno es uno. Y su mayor alianza, conocerse.

Le dejaré cenar tranquilo, cuando decida entrar en la quinientos dígaselo a Jorge, le atenderá en todo lo que necesite, es un gran enfermero que no habla demasiado al estar enfrascado diariamente con los pacientes. Aunque no le hace falta, las muecas, gestos, miradas... Un especialista del lenguaje no verbal.—Estrechando manos aún usando sus dos el anciano con mirada rota, despedida, vencida.—No divague en soledades, hijo; no se deje vencer por usted, salga siendo quien es ahora.

El terror es un sinsentido que busca argumento tras invadir el alma, aparece de sopetón recorriendo en alertas que resuenan agudas en el interno sin que el externo comprenda del todo la amenaza. Al igual que las manadas de herbívoros, conque sólo arranque un individuo le sigue el resto sin preguntar, sin advertir, sin vislumbrar... Ese sentir amorfo invadió un segundo al muchacho mientras las zarcas ventanas del experimentado relucían sentires casi patriarcales que chocaban con su mirada, seco sabor nostalgia de recuerdo olvidado que no era capaz de recordar. Quizás algún atardecer con su alcoholizado padre en uno de sus intentos por sanar, jugando a la pelota como cualquier otro niño frente a la casa desespero, la misma que vistió lutos cuando mamá murió, la misma que se transformaba cuando regresaba ese otro papá distinto, bellaco, desalmado y ruin... La mirada del doctor le insufló rarezas que acrecentaron por culpa del caótico ambiente depresivo...

Aún así, cenó junto a idos que no regresaban siquiera un segundo, escuchando divagación mezclada con lloros casi infantiles, babas, rarezas; eran un puñado de críos perdidos en fantasías hermosas que murieron quedando cual fotografía, sin avanzar ni retroceder, estancadas y borrosas, casi difuminadas, al borde de la extinción.

Ya estoy dispuesto, Jorge. Cuando quiera me conduce a la quinientos.

No le comprendo, en realidad no entiendo nada de esta tontería.—Murmuró más que hablarle con gesto prepotente y rancio, cansado, agotado por algún motivo incomprensible para el afamado escritor que no ahondó nada, simplemente caminó junto al enorme enfermero ojeando los números de los habitáculos cual niño que espera su turno para montarse en el parque de atracciones.

La quinientos... Dentro dejé una botella de agua como siempre, papel higiénico y utensilios de aseo. Junto a la cama tiene un pulsador por si necesita algo. Espero pase agradable velada, es lo que siempre les digo a mis enfermos, mi familia.

¿Cómo suena la puerta que abre la desesperación? Pues suena como el oído desespero escucha aunque no exista materialmente, sea humo, imaginación, puede que el prender de un pitillo, la risa coqueta de una joven, el jadeo desenfrenado de dulce amante entregada en lecho viento; en lecho viento parado. Aunque lo peor no es cuando se abre sino cuando retumba cerrándose a tus espaldas, es el pistoletazo de salida y no cabe marcha atrás... La locura no se sirve, te encuentra...

Paredes hueso, suelo hueso, marcos hueso, cama hueso... Se ve que el presupuesto cuando construyeron el edificio andaba corto.—Susurró dejando su libreta sobre la mesita de noche y sin apartar mirada de la única ventana, colgada a una altura exagerada y con barrotes, sin hojas, nada. Parecía alumbrera de viejo castillo medieval, aunque los radiadores le tranquilizaron al no sentir el imperante frío de la estación dueña de éste.

Sentado sobre el colchón observó detallado los azulejos a media pared cuadrados, antiguos, viejos; con sus juntas deterioradas y bastante lejos del plomo impuesto por el albañil que los colocó. No hacía frio y presintió cierta familiaridad en lo desconocido que lo alejaba del susto impacto que narraban las leyendas acerca de la maldita habitación. Por eso sacó el libro donde descubriera las negras habladurías para contrastar sus descripciones con la presente... Tumbó, cruzó las piernas y leyó...

... Flaca estancia con miasma rancia en conquista sigilo, brota del baño enano confundiéndose con el leve viento sutil colado por la tronera extraña que retrae imagen carcelaria. Cuando alcanza la barriga del piso gres amaga terrazo materno, merma del gélido al cálido y viceversa. Es la primera rareza que se presenta sin apenas llamar la atención. Uno debe pasar meses para advertir las primeras que traen las tremendas... Lo frenético del angosto reclusión no está en sus paredes, ni en el silencio de los trabajadores que intervienen e interaccionan desde afueras hacia adentros que se niegan rotundos a la comprensión ahogándose en el desespero de la mentira... La vida luz ofrece pago peaje a cambio de verdad huida de uno mismo, marchada al abismo donde perdido vive, encerrado en sí mismo y a la vez encerrado redundante en otros egos que parió con sus miedos.

Entre estas paredes han muerto tantos como nacieron otros, sin espejo donde observar la obra fatídica, sin criba de tiempo, sin perdones ni reconocimientos... Sólo son el adverso del derecho que jamás se encuentran pese a los fármacos y las atenciones tumbados en diván desesperanza. La maldición se vuelve certera cuando se cree maldito, se bebe del cáliz pecado... Una sobrecarga basta para deshacer el entuerto o volverlo a multiplicar... Puesto que en el pecho, cosido al uniforme invisible de quién pulula países invención radica realidad negada... Eres oscuridad que no teme a la luz aun nacida de ella, de sus sombras recodo... Eres el hijo del padre aun siendo el padre que mató al hijo, un maldito que pierde fuelle por no aceptar sus atrocidades... Eres yo...”

Cerró la lectura dejándola en un extremo de la cama, porque donde cedió, terminaba el texto...

Hijo, ve a por la pelota y juguemos un partido mano a mano.—Arropando sus carnes con la solitaria colcha numerada, como casi todo.—Hijo, respira... Háblale a papá porque papá dejó la bebida y volvió a casa. Mamá nos espera en mesa, hijo, hijo...Hijo...Hijo...Hijo...Hijo...Hijo...


Amaneció con espléndido día animado que animaba más que su predecesor, cuando el fornido y callado enfermero abrió la quinientos dando buenos días con el mismo humor que amaneciera.
Torpe y confundido se levanto el escriba recogiendo sus pertenencias para decir en tono seriado al bonachón parco en parla:

Escuché una historia increíble de una habitación maldita, la quinientos. Me ducharé en un periquete para indagar más, creo que es el argumento que necesito para lanzar mi prometedora carrera como escritor, hijo. Papá ha vuelto, estoy curado, ya no bebo. Tu madre te espera en la mesa, anda ve.—Agarró un puñado de papeles morados que metió en uno de los amarillentos sobres del cajón mesita.—Esta vez lo conseguiré hijo.—Saliendo por la puerta con su pijama reclusión donde figuraba el número 1543 y la libreta cuadriculada, decidido en conseguir pasar una noche en la habitación maldita, la leyenda que leyó en algún lado, en algún escrito, novela, relato o apunte en la primera hoja de su cuadriculada...













miércoles, 27 de enero de 2016

La receta del mejor salami

LA RECETA DEL MEJOR SALAMI por Dadelhos Pérez


No volvimos a saber más de aquel extraño que cambió por completo nuestras vidas. Fue un relámpago sin trueno ni lluvia que iluminó almas mermando ansia, un auténtico milagro dentro del paupérrimo sin sentido de nuestro quehacer diario. Nos alimentó, sin duda.
Mentiría si colocase sobre la mesa lo que demasiados entendieron tras la marcha del diferente, soy consciente de todo y nada a la vez, al ser un mentecato anciano que vive en sus soledades cuidando mis plantas y leyendo las prosas de autores que ensoñaron otras vidas, añoranzas o deseos, vaya usted a saber.
Mis días han sido iguales durante décadas, acabando en el porche de mi humilde casa para admirar el todo maravilloso que despunta cuando el crepúsculo mata pariendo noche, porque así son las cosas, morir para que otros vivan, falaz interpretación de la existencia, lo sé, es resquemor por la hipocresía desmedida del famélico ser humano, odio todo lo referente a esa mierda que perdurará incluso cuando la tierra decida ponerse loción mata piojos. Porque en eso nos hemos convertido, en meros chupadores insaciables de ella, nuestra auténtica madre.
El caso es qué una tarde primavera mientras preparaba el abono para las remolachas, plantación novedosa que cuidé esmerado por ver fruto más que por degustarlo, Ron se puso insolente con sus ladridos... Es mi viejo socio, lo recogí en la senda que conduce a mi casa, andaba solo, desorientado, entre lloros tanto como con el rabo entre piernas... El pequeño se zampó casi un litro de leche, el pan y los huesos sobrantes del cocido. Nunca vi comer tanto a un animal tan pequeño. Semanas después le pillé lamiendo las viejas botellas de ron que guardo en el cobertizo y asombrado por su quehacer, destapé una vertiendo el licor en su plato. Desde entonces le llamo Ron, se lo bebió estoico sentándose a la espera de más. ¡Dios! Alcoholicé al cachorro por culpa de mis intrigas.


¿El extraño?
Disculpe, hace generaciones que no recibo visitas y la sin hueso anda igual de famélica que mi fiel aliado cuando lo recogí en la senda... El extraño, por supuesto...
De la verdad sólo queda su mensaje, cómo ya le dije, soy un viejo encorvado que vive soledades y consume letras para el espíritu. Y de aquello hace tanto que me siento mucho más viejo de lo que soy. Pero sí, apareció de la nada como los milagros que tanto predican los asiduos al pensamiento único, esos que también aparecen llamando a la puerta y vendiendo la verdad verdadera con corbatas y pelos peinados al estilo de los sesenta, el más recatado, sin duda. Y siempre sonríen cuando abres, mucho antes de comenzar su redundo sermón caza billetes. Es una lástima, ¿sabe? Actúan tan idénticos que se ve el plumero, los arduos ensayos orquestado por el pastor buena vida para que fieles en creencia se conviertan en mercaderes de la misma con la proclama Paga por el ascenso a lo divinomientras pasas calamidades en lo terrenal, añadiría cual puntilla perfecta al imperfecto negocio de la descarada estafa. Pese a que repitan una y otra vez que no obligan a nadie, ahí me han dado, el ladrón que se cuela en casa ajena tampoco, sólo pasa por allá y acá llevándose lo que no necesita el dueño o dueña.


Me parece más que interesante lo que me cuenta, señor. Pasaría toda la tarde bebiendo sus increíbles exprimidos de frutas azucarados y escuchando. Pero no vine por eso.
No entiendo la prisa que no grita su mirada, joven. En la mayoría de ocasiones correr es perder pues la meta es el final del recorrido. Le contaré lo que sucedió con aquel estupendo personaje, muchacho. ¿No le apetece probar mi salami? Lo preparo a conciencia con la receta que me enseñó mi madre, es un secreto que pasa de generación en generación. Desgraciadamente no me casé, mis pasos se alejaron de la sociedad demasiado pronto. Bueno, si caí prendado por la belleza estudiantil de una muchacha con voz canela, única y hermosa como las divas de cuadros imperfectos a manos perfectas que describe la belleza de modelos mezcladas con sentimientos amartelados del artista. Siempre me impresionó ver la implicación en los lienzos puros, los alejados de mercaderes o creadores sacamantecas, dinero, ya sabe. El artista genuino convertido en marca y azotado por las obligaciones de vender o morir, artísticamente, claro. No me refiero a la muerte inerte que nos convierte en nada...


El extraño, señor. ¿Le dijo cómo se llamaba?


No entiendo muy bien su pregunta, hijo. ¿Acaso no das tu nombre junto a tu mano cuando conoces desconocido?... Espera aquí en el porche con Ron, traeré unas rodajas de salami con una onza cuarteada de pan blanco, lo preparo cada mañana en el horno de leña, me encanta plantar, recoger y producir mis propios alimentos. Aunque confieso que llevo mal lo de sacrificar animales para los jamones, salamis y demás. Uno acaba cogiéndoles cariño, en el fondo y en la superficie son iguales a nosotros. Los cerdos, por ejemplo; su cariño es envidiable, por eso no puedo matar a Rosa, mi cerda hermosa que pasea por mis terrenos devorando todo lo que pilla a su paso. Y eso que Ron la vigila de cerca, pero nada, es incorregible. Aún recuerdo cuando destrozó la verja y devoró todas las lechugas, no dejó ninguna.


¿Por dónde iba? Ah, sí, claro. El salami y el jugo especial de la familia. Ahora mismo vuelvo muchacho, disfruta con Ron, no habla pero su mirada imperturbable es como la endiablada televisión, si te fijas en ella quedas embrujado. Puede que mueva el rabo sin levantarse, eso quiere decir que le lances cualquier objeto, su forma de hacer amigos. Si por el contrario no lo hace es que no le caíste demasiado bien. Pero que no te preocupe, zagal, a Ron no le gustan los trajes con corbata y relucientes zapatos, le recuerdan a los insufribles vendedores ambulantes, esos que llaman y si no estas, aunque no todos, acaban convertidos en los ladrones de los que te hablaba antes.




(Quedó a solas con el enorme perro de pelaje noche y raza desconocida, que sentado impasible tanto como inmóvil lo observaba petrificado, aquellos destellos que inquietaban aún sin mostrar ferocidad, más bien todo lo contrario. El joven delgado y no más allá de los treinta, harto de tanta insustancial charla, decidió acariciar la cabeza del can que seguía sumido en sus trece, estatua de carne, huesos y pelaje lustroso que enseñaba la buena vida esquivando la fatalidad gracias al pico de oro de su amo.)


No mueves la cola, ¿no te caigo bien? Pues, tú a mí sí. Pareces un buen animal, seguro que la vida en la granja te viene como anillo al dedo.


(Ron, entreabrió su dentada relamiéndose los morros rápido para olfatear al perfumado extraño que buscaba respuestas del semejante que también le acarició amistoso antaño, en el mismo lugar y con diferentes preguntas a las del novedoso. Para el can todos eran lo mismo, monos pelados disfrazados tras ropas raras y con falaces mimos que ocultaban el miedo que le tenían.)


¡Buen perro!
Aquí está, el mejor embutido de la comarca. Sí, sé que suena mal viniendo de mí, pero es lo que dice todo el mundo. Lástima, pues como comenté, detesto sacrificar a mis animales, es como asesinar familiares. Les veo nacer y corretear por las primeras luces de su vida, como acuden a mamá y juegan en el barro con sus hermanos. Luego, tras deducir que yo soy quien les cuida, se acercan temerosos olisqueando mis manos, todos los cerditos hacen lo mismo y yo no puedo evitarlo, les pongo nombre y les cuento historias. No es que sea un gran imaginativo, nada de eso, simplemente las que leí en algún momento de mi vida. En lo hondo sé que aprecian mi dedicación... Comprenderá lo difícil que resulta para mí agarrar el cuchillo, es un mal trago que paso cada año por estas fechas.


¡Está delicioso! ¡Nunca probé un salami tan sabroso como éste! Si abriese una tienda se haría de oro.—Exclamó tras catar el delicioso fiambre casero de rosado color atrayente y aroma que invitaba a la comilona.—¿Podría comprarle un par de kilos? Mi mujer quedará maravillada con esta exquisitez.
Ya le digo que estamos en temporada de matanza, la despensa anda algo vacía y un par de kilos lo veo difícil, joven. Pero si podría regalarle una cuarta, sé que no es mucho pero menos da una piedra. Si pasa dentro de un par de meses le venderé los deseados dos kilos si no más.


¿Podría darme la receta? Al fin y al cabo usted es el último de su familia, ¿no querrá que se pierda cuando le toque marchar?
Veo que su interés por el buen extraño merma por culpa de la gula bien intencionada. Eso está bien, un segundo saltado es vida perdida. En cuanto a la receta, muy a mi pesar no se la puedo dar, amigo. Sería una falta para con los míos aunque ya no estén en este mundo, debo respetar las tradiciones familiares. Pero beba del nuevo combinado que preparé exclusivamente para usted. Le puse algo de remolacha y zanahoria, le da un sabor especial que relaja el alma, la mente, y sobre todo el cuerpo. Todo un pecado que de conocer la gente moriría de placer alimentando.


Es usted amable, ameno y campechano, señor. Sabe tratar a sus invitados.—Agarrando el vaso lleno hasta los bordes para sorber y aterrizar suave sobre la tabla enana de entre ambos, el cristal.—Háblame del extraño, si no le importa.
Por supuesto, hijo, para eso vino. Como usted, se sentó en el porche y le invité a lo poco que tengo. También apareció por estas fechas hace demasiado. Es curioso, acarició a Ron y se maravilló con el salami, como tú. También quiso saber la receta y me encomendó pedido que no pude atender por el mismo motivo que no puedo atender el suyo. Hace falta materia prima y tiempo para el embutido, ya sea fiambres o longaniza, chorizo y demás. Cuando probó mi especial jugo quedó maravillado y muy agradecido, tanto, que me contó de sus anhelos hasta bien entrada la noche sin abrir en ningún momento su maletín.


¿No lo entiendo? No me habló de ningún maletín cuando me llamó por teléfono. Mencionó que se trataba del poeta, el extraño que pulula por las redes sociales y que le dejó un manuscrito. La gente de la aldea me contó que le vieron caminando hacia aquí, incluso alguien le fotografió accidentalmente. Salió detrás de su mujer que posaba con gesto agradable. Vi la foto y sin duda se trata del extraño compositor... No llevaba ningún maletín...
Puede que me confunda, soy un viejo encorvado que vive sedentaria vida ermitaña encerrado en mis tierras. Y como también mencioné, pasan demasiados vendedores de todo tipo y todos traen maletines o bolsas con sus tonterías vanas. Eso sí, prueban el salami y beben el jugo dando las gracias y siempre por estas fechas, cuando matanza y con la despensa vacía, una lástima, pero es la tradición de mi familia desde que mis antepasados levantaron el viejo caserío, hijo. Pero antes de seguir con nuestra agradable charla, termine el jugo y quitaré trastos del medio.


Por supuesto.—Liquidando el elixir vida dulzón de un solo trago, dejó el vidrio junto al plato donde descansaba el rico salami y la onza de pan blanco cuarteado, sintiendo cierto desfallecimiento.
La fecha de matanza es la peor del año para un viejo como yo, aunque la costumbre fortifica ante lo desagradable de la muerte. Es ley de vida, ¿verdad?, unos mueren para que otros vivan.


Perdone, no me siento demasiado bien.
No se preocupe, respire hondo y descanse unos minutos. Además es mejor así, ha hecho un largo viaje hasta las tierras del olvido, debió descansar en el viejo Motel, donde descansan todos antes de venir a visitarme.


¿Qué quiere decir? ¿Antes de visitarle, todos?
Cómo ya repetí hasta la saciedad, muchacho, estamos en tiempo de matanza. Y matar a uno de mis animales es como asesinar a un familiar, de ahí su visita, la de todos. El mejor ingrediente del salami es la grasa humana, lo descubrieron mis antepasados, lo explotaron vendiendo fiambres de calidad suprema como el que acaba de probar, puro salami de cristiano busca dinero... Cuando era más joven me apetecía seguir al ganado y darle caza, sobre todo si era mujer... ¡Qué tiempos aquellos! Follar, matar, trocear, encurtir y comer el resto del año y las sobras, siempre las disfruta Rosa, mi insaciable cerda de casi doscientos kilos, trocea los huesos como una máquina, pero me sería imposible darle caza a una tortuga y prefiero los narcóticos, son tremendamente eficaces y pasan inadvertidos... Ahora, si me permites, tengo mucho salami que adobar con tus grasas, muchacho.
Fin.





viernes, 22 de enero de 2016

Después improvisamos


DESPUÉS IMPROVISAMOS por Dadelhos Pérez

Avanzan lentas en el cielo cual humareda blanquecina arropando la luna y sus estrellas, bello manto que viera a través del reflejo de tu mirada, en la noche sacra que argumentó mi existencia dando sentido vida convertida en entrega, puesto que carne compartiera en lecho condenando mi alma al añoro de quererte, la pasión de buscarte, el anhelo de besarte y el disfrute de escuchar tus andanzas cotidianas en los minutos diferentes que me embriaga...

Por eso escribo sentado en el centro recuerdo, en el nuestro, en los besos primeros que resultaron picos adolescentes, mientras la música del antro invadía el ambiente sin quebrar la burbuja halo que nos envolvió llevándonos a los prados humerales, subiendo y bajando las cuestas trémulas de la porosa reina en el paraíso prometido aun sin cielo, alcanzando una muerte primera que condujo a otras más hermosas, más íntimas y con todo conocimiento... Te extraño...

Por eso escribo sentando en la soledad que no asesina, en el cuarto desierto aun vestido con muebles, cortina y recuerdo, mi amor, que emana inspiración consumida por los años esperanza que más bien fueron encuentro vivido aun vivo, de décadas ensoñadas donde la vida reinaba y el futuro moría a manos del amor que impone presentes, regurgitando pasados en gracias y juegos que terminan donde siempre terminaron... Te extraño porque te quiero, te amo, deseo, comulgo y ofusco amartelado por las hondas de tu castaño cabello; por tus gestos, tus miradas, tus....

¿Qué escribes, algún poema para alguna querida?

No escribo, mi amor, describo con la paciencia que me han regalado tantos años vividos, por suerte, a tu lado.

Zalamero, ya no soy aquella adolescente vivaz que siempre sonreía, mírame.

No hago otra cosa, mi vida; pasa y cierra la puerta, te leeré lo escrito sin necesidad de papel, ni siquiera palabras... Mejor lo reescribo en tu piel con la lentitud de la perfección hasta que muramos leves en el orgasmo...

Siempre, mi vida; me alegra envejecer a tu lado, cada palabra tuya me rejuvenece cinco años, esculpe mi cuerpo volviendo a los mejores tiempos...

Mejor te llevo, no lo cuentes, deja que comience mi relato con un tímido beso...

¿Y después?


Después improvisamos. 

El profesor de música

EL PROFESOR DE MÚSICA por Dadelhos Pérez

Imaginad una hoja moribunda que a duras penas se agarra a su madre en el alto copa, que si ojos tuviera, lágrima pariría en su viaje muerte, su final vida... Imaginad desde los sentires cual colchón, el adormecer que la arrastran en baile tenue por el viento Dios que abraza a la inerte, triste y rendida, frente a la intemperie novedosa del vuelo escueto hacia la nada suelo que resulta madre del árbol, el mismo que la despide en primera linea de entierro; mientras sus hermanas la acompañan en danza silencio en nuestro otoño, que es su invierno.

Embelesa su óbito en giro remolino que alza cuerpo ocre, viajando metros entre idénticas sin punteras de baile clásico. Al compás del maestro que sopla endulzando batuta e indicando con la izquierda volumen afásico... Entra cuarteto cuerda rompiendo zozobra y el viento invoca soplo laxo que mantiene suspendidas, casi paradas, a las tantas que se rozan en espectacular danza, siguiendo al violonchelo que las llama y el violín, después el llanto de la viola que presenta el acorde piano...

La música es el momento siguiente a la imagen que presta rozando el alma que se entrega emocionada por la simplicidad, puesto que en la extrema soledad, en vuestros rincones del recuerdo, de la introspección y comunión del adentro con el afuera, renace el instante magia cual beso en mejilla de musa, susurro al oído de amada, abrazo de madre, padre... Miradas cristales, silencios novelas... En la bella interpretación, no de lo que fue, sino de lo que sentisteis al contemplarlo, dibujando en el pentagrama las notas que son letras para escritor, en vuestra humilde pero empática versión de lo que fuere para recordarlo de esa sonora manera, eterna.

La magia llega, la magia impregna los universos vastos de los vivos literales, ya que cada cual interpreta a su forma, transmitiendo de la misma manera lo que transmite el compositor, y sin reglas que de nada sirven llegados a la madurez, querida clase. Para hablar, conocer; para componer, contemplad. Todo lo que nos rodea grita silencios o calla bramidos, ¿quién lo puede saber? Cada individuo lo filtra diferente siendo para todos lo mismo, y llegado el estreno de quien se detuvo ante lo insignificante como el sepelio de hoja en parque otoño, comprendiendo lo que es a través de la inspiración vislumbrada... Llega a todas y cada una de las almas asistentes, donde me atrevo a incluir ratones y gatos... Porque todos fueron hoja ocre bailando en el capítulo de sus desdenes.

La magia de la composición perfecta está en la contemplación del imperfecto que acaba definiéndonos... Salid a la vida, olvidad los sobrantes del consumismo y componed la oda de vuestra existencia desde el entendimiento hacia lo ajeno... Se acabó la clase por hoy, id al mundo y presentaros como quien sois, atended y observad, puesto que en él radica la verdadera enseñanza que os conducirá a la inspirada que tanto anheláis.



jueves, 21 de enero de 2016

Venciendo imposibles


VENCIENDO IMPOSIBLES

¿Qué cómo llegué aquí? Es una simple historia repleta de recodo complicado; bueno, en el más nítido de los lienzos a pesar de distinguir cada detalle, si te acercas pegando la cara a la tela todo es abstracto aunque no confuso. Mi profesor de historia decía que eran las sombras, y que las sombras existen por el imponente astro adverso a sus naturalezas que las proyectan cuando cualquier objeto interfiere, se encuentra entre ambos. En mi caso, fue Margarita; la princesa sin corona ni castillo que despertaba vida con un mero gesto, encendía deseo con sólo una mirada. La reina del querer que sintiera, igual que canta el romancero de Rodrigo.

Las sombras dan matiz al argumento luz de toda una vida, así llegué hasta aquí; persiguiendo esa luminaria esperanzado, sin apenas darme cuenta, casi con los ojos cerrados... No me gustaría redundar en palabras, espero que pueda disculparme en su justa medida, tampoco deseo condescendencia, de eso le aseguro que tendré a raudales cuando me paseen dentro de la caja de pino.

Lo importante, el núcleo, la estrella orbital... Quiero decir... Mi razón no entiende más que volverla a encontrar sin importar imposibles, aunque me tachen de loco ido, ese que marcha para seguir marchando sin ánimos pendencieros, sin venganzas niñas; sanado por completo de los males humanos al desatar el nudo garganta hecho por el ego junto a la coraza rancia de protección, esas memeces las superé hace demasiados años, décadas; una coraza te encierra con el enemigo y tira la llave... Es cómo aprisionar a una linda gacela con hermoso león, pasará lo evidente, uno se come al otro y muere con mirada entristecida por inanición y echando de menos a la merendada, apiadándose de ella, aflicción pura y dura pese a las normas de la vida. Pues adentro, lo mismo; surge esa voz desconfiada que sólo sabe mirarse el ombligo, tachando a todo Dios de canalla, traidor, busca bolsillo, pirata o mala persona... Y no es así...

...Un hombre armado entra en un banco y atraca, ante la justicia es un delincuente, cierto, y quitando a los profesionalizados, que los hay; las luces y sombras que le llevaron al acto no fueron malas, más bien, desesperadas... Cómo las mías...

Señor, no entiendo que pretende, esto es la sala de urgencias del hospital central.

Lo sé, canalla... ¿Creías que estaba divagando? ¿No serás uno de esos que asienten sin escuchar?, ¿verdad? Cómo te decía, no me importan los imposibles con tal de estar a su lado, y si es inalcanzable, al menos saber que la felicidad rebosa de tal manera en sus adentros que sale a chorro por cada poro de su piel canela... Creo que no pido demasiado, ¿usted, qué cree?

Mejor, mucho mejor sería si bajara esa pistola, nunca me gustaron las armas, me ponen nervioso.

Mi Margarita está ingresada en este centro, lleva años esperando un trasplante que no llega, agoniza inerte en la cama de serie y enchufada a esas máquinas, con tubos de plástico.... La última vez que hablé con ella, hace dos meses y tres días, me susurró debilitada... “Hasta la eternidad”... Pero como te conté, no me importan los imposibles, muchacho, nunca me importaron... Yo soy compatible con ella en todo y mi corazón se lo entregué mucho antes de que nacieras, hijo... Llama al cirujano...

¡¡¡No, no, no!!!


Venciendo imposibles:
...Mano alza con hierro noche mientras sus candiles proyectan esperanzas, su boca pasa sonríe. Colocando en sien la plegaria de vida para Margarita que desfallece, apretando el gatillo que cambia sentido a la muerte, la cual, prescinde de la anciana decadente y se lleva al viejo enamorado. Olvidando al prendado extirpado casi de inmediato para dárselo a la reina, mientras la parca se conforma con llevarse casi todo de él, y un pedacito de ella...”


Dadelhos Pérez




miércoles, 20 de enero de 2016

LA CABAÑA (Capítulo 5 FINAL)

LA CABAÑA por Dadelhos Pérez
(Capítulo 5, final)

Levantar mirada para observar la cara del engendro, detenido, sin prisas, al entender que la partida terminó en el mismo momento que entró en la cabaña. Los diabólicos rasgos de la abominación fueron mermando paulatinos hasta formar un rostro conocido, el mismo que todas las mañanas se encontraba frente al espejo, su cara enjabonada...

Mañana es nuestro primer día de trabajo, Juan. Deberíamos entrar en casa y preparar las cosas. ¿No querrás quedar mal en el estreno?—Levantándose y caminando hacia la cabaña sin más, atravesó la puerta medio podrida en su último truco de magia.

¿Desde cuándo?—En sus pensamientos, derrotado.

Desde siempre.—Resonó camuflado en el susurro del viento madrugada.

Anduvo cabizbajo empujando la abatible con la diestra para descubrir de nuevo las entrañas de la choza abandonada de donde emanó luz reflejo. Cinco pasos le bastaron para plantarse en el centro advirtiendo que no existía ninguna chimenea, tan solo un viejo espejo de pedestal cubierto de polvo, y a sus pies, el saco de dormir con un extremo carbonizado, la botella de ron venezolano todavía por abrir, los pitillos y el mechero con el que prendió la tela...

Intenté destruirme para evitar el pasado...

Suele ocurrirte, pasan unos meses y te encuentras de bruces con el comemierdas del espejo. Hasta que comprendes que no se puede cambiar lo que todavía no ha pasado. Haz lo que tienes que hacer, Juan. Está a punto de amanecer.

Agarró sus pertenencias embocando pitillo, peinándose con los dedos de cara al espejo, observando los destellos amarillentos de su perverso reflejo. Y cuando los primeros rayos de luz se colaron por la ventana, salió seriado entrando en el coche. Colgó en el retrovisor aquel muñeco ridículo con pancarta en mano que decía: “ El trabajo dignifica y su fruto moneda esclaviza en el reino de los haraganes”...

Condujo relajado por la bacheada hasta alcanzar el desvío, agarrando la carretera dirección a la aldea tras descorchar la botella de ron, prender nuevo pitillo y encender la radio en su último intento... Sonaron los acordes de aquella canción de los cincuenta que solía canturrear casi siempre. La vieja escopeta y el montón de cuchillos que compró en la gasolinera, descansaban en el asiento de atrás junto a la maleta, donde pasaron la noche...

Llegó el momento.—Mirando su reflejo que le sonreía desde el espejo retrovisor y abrochando el cinturón de seguridad después de bajar la ventanilla.—El cinto seguro, el cinto seguro...

Los tiempos dejaron perseverancia ralentizando su marcha por la asfaltada, surcando las hermosas colinas entre denso verde junto al acantilado roca que seducía la clara zarca del lago. Enfrente, unos destellos producidos por los rayos del sol al chocar sobre la lata del autobús, la lejanía cercana del pasado que nunca fue, pero iba a serlo tras superar el presente.

Aceleró siguiendo el ritmo del animado tema musical palmeando sobre el volante, gritando el estribillo mientras el cuatro ruedas alcanzaba su velocidad punta y el autobús escolar lanzaba luces frente a su locura. Cambió de carril para regresarse al correcto provocando que el conductor del bus diera volantazo hacia el acantilado intentando esquivar, gran error.

Un segundo cuanto a penas y su vehículo salió lanzado hacia su presa estrellándose en un lateral, precipitando al abismo a todos aquellos inocentes...

¡¡¡Bingo!!!—Gritó eufórico desde la maraña de hierros en la que se había convertido su automóvil.—Ahora viene lo divertido.

Prácticamente salió a rastras por culpa de las heridas sufridas en la colisión, no sin antes lanzar fuera la escopeta y la bolsa de cuchillos. El rumor agónico de los niños que consiguieron salir a flote mellaba el ambiente...

Se quitó la camiseta advirtiendo que las heridas eran graves, sobre todo en el pecho y costados... Por eso usó la prenda a modo vendaje mientras los supervivientes nadaron y escalaron la roca sin llegar a la cima. Usando la escopeta como bastón, se acercó al borde descubriendo a cinco niños llorando que intentaban salir de las cuchillas piedras llamando a sus madres...

Recuerda por qué estás aquí.—En su interno.—¡¡¡Sus cabezas!!!

La piedad fue olvido y el recuerdo sólo proporcionó espanto a aquellos pequeños inocentes en el epicentro del infierno. Lanzó sus restos por el acantilado cuando advirtió el sonido de motor. A duras penas llegó a sentarse apoyando su espalda contra la chatarra que fue su carro, para caer de lleno en el remordimiento mirando sus manos bañadas en sangre ...

¡¡¡Dios mio!!! ¿Qué he hecho?—Quedó mudo y pálido al instante, con ojos asombro cuando no vio la enorme cicatriz en su palma diestra.

Dios, no tiene nada que ver en nuestros asuntos.—Cual susurro llevado por el viento en soplido aguerrido, aun leve, que hizo caer la escopeta apoyada en la chatarra.—Sabes que existe otro camino.

Agarró el arma con dificultades, había perdido mucha sangre; la amartilló y....





Las noticias sólo hablaron de un nuevo accidente de tráfico en el punto negro de la comarca, varias concentraciones en el acantilado orando por las almas de los pequeños, el entierro multitudinario, las flores, conciertos, recolectas, todo lo imaginable en memoria póstuma y el olvido, porque todo se olvida; aunque siempre aparece algún escritor mediocre que busca el éxito enlatado en un viejo auto que apenas camina, con un mapa de papel, gafas de pasta y gorra. Como fue el caso.

Perdone, buen hombre; ¿Podría indicarme como llegar a la cabaña del lago, la de Juan Blanco?—Preguntó desde dentro del coche al operario de la gasolinera que se acercó a la ventanilla provocando que girara su cara por culpa de la pestilencia que desprendía.

Conozco bien esa cabaña, pertenece al bueno de Alfredo. Pero, si no le importa, tengo en oferta una vieja escopeta de caza y unos cuchillos antiguos, están de saldo. No pasan demasiados clientes y el negocio anda fatal. El precio del arma supera los mil Euros, le haré una sustancial oferta que no podrá rechazar; además, necesito el dinero como respirar.

¿Cuanto?

Cien euros.

Compró atraído por la oportunidad como otros tantos que pasaron por el negocio, para luego recibir las indicaciones del viejo pestilente, fijándose en la cicatriz que tenía en la palma derecha que le llamó enormemente la atención...

No tiene pérdida, la senda muere a pies de la cabaña.

Unos mueren y otros vienen en sus búsquedas variopintas preguntando en la gasolinera donde el extraño anciano peleado con el jabón, les hace comprar antes de indicarles el camino a la cabaña del lago. Antes de enfrentarles a sus peores pesadillas. Antes que les dé las llaves del infierno.


FIN.


martes, 19 de enero de 2016

LA CABAÑA (Capítulo 4)


LA CABAÑA por Dadelhos Pérez
(Capítulo 4)


Aceleró vertiginoso cazando tantos baches como pudo, mientras canturreaba un viejo tema de los cincuenta desviando fugaz su mirada hacia el muchacho que intentaba agarrarse donde podía. Giro violento forzó a la derecha tomando la carretera asfaltada que se adentraba entre las colinas que hondeaban sutiles en verde poderoso pese al verano adulto. Su manita diestra que aprehendía el cable situado sobre la puerta, resbaló ante la brusquedad endiablada hiriendo su palma que no tardó en sangrar exagerada.

¡Mierda! Ahora ya sabes como nos jodimos la palma.—Volviendo a la mofa en carrusel de grotescas muecas con sus manos al volante y mirando fijamente al muchacho lastimado.—La herida en el día que dio paso a nuestra eterna noche, Juan. Recuerdo muy bien esa mañana, quiero decir, esta. Dentro de cinco minutos arderá el saco de dormir y moriremos chamuscados, bueno; morirás.

El camión.—Balbuceó entre evidente derrota.—Chocaremos con el camión.

Cual suicida sin miedo,viró leve el volante entrando en el carril contrario sin apartar sus ojos de los del niño, aquellos que destilaban terror casi descontrolado al ver el camión que venía de frente cambiando de carril para evitar la colisión, al mismo ladear del volante del que no miraba al derecho adivinando la maniobra del vehículo pesado.

Eres un equívoco que corrigió costumbres aniquilando luces, Juan.—Por momentos, chispearon sus ojos grises agrietándose en biliosa luz casi imperceptible, acrecentaron sus ojeras luto resecando su piel, sus labios.— Te advertí que no era buena idea, esto no te hace falta, Juan.

¡¡¡El camión!!!

Despertó sobresaltado descubriendo que el saco de dormir ardía por un extremo y con las manos sofocó el pequeño desbarajuste, saliendo afuera para lavarse las manos en el lago puesto que la cabaña carecía de pozo o afluente postizo. Su derecha andaba quemada en la contra palma igual que en la pesadilla, lacerada exageradamente. Arrodillado en el barro asiento del tranquilo acuático, metió las manos dirigiendo su mirada al frente donde se levantaba el acantilado poblado de roca afilada.

No lo conseguiré nunca, jamás corregiré el maldito pecado.

Tu padre pensaba lo mismo, Blanco.—Resonó a sus espaldas en tono cansado, apagado, casi moribundo.—Pero al final ganó la mano y la partida, aunque el precio que pagó fue quizás demasiado alto.

Miró atento y preso de excentricidades que lo ahogaban más en su ofuscación. Descubriendo al viejo desdentado de la gasolinera con mono azul y su calva que no brillaba por mucho que el reflejo luna insistiese, gracias a la capa de porquería que le costó aglutinar años.

Estás en las mismas que aquel buen hombre, nunca hizo daño a nadie, era un inocente que se perdió breve en el universo interno, como tú. Puede que pienses; ¿Qué coño hace este abuelo aquí? Y entiendo tu desconcierto, pero esta locura debe terminar de una vez por todas, hijo. Ir matando no es la solución, créeme; yo pasé por lo mismo.

No he matado a nadie, señor.

Te equivocas otra vez, has matado sin piedad, por accidente, por rebeldía, por gusto, por perversidad. Eres hombre frente al espejo, otra vez.—Caminó hacia él con ambas manos por delante como si careciera de visión hasta llegar a su altura.—Viniste a zanjar cierto asunto, agarraste la bolsa de dinero, cruzaste medio país hasta plantarte en el centro de la nada. Compraste lo que ya era tuyo, entraste... ¿Qué hiciste al entrar?

Encender el fuego tras hablar con el monstruo.

¿Cuando hablaste con el monstruo? Puede que al afeitarte, es posible... Pero en la cabaña no hay lavabo o palangana, hijo...Puede que al encender el fuego de la chimenea, pero tampoco... Abre los ojos muchacho. Su mayor debilidad es la verdad.—Tocó su rostro con la diestra apartándose después.

¡Su mano!—Exclamó.—Eres el jodido monstruo, abuelo. ¡Quieto!

Paró a unos dos metros de Blanco levantando ambos brazos para darse la vuelta y mirarlo fijamente, sin pestañear, sin mover un solo vello de su cuerpo, sin siquiera respirar:

Sigues avizorando hacia donde no debes, mira tu mano, muchacho.

Desencajado y confundido, acercó ambas palmas a su cara descubriendo una enorme cicatriz en la derecha...

Me la hice en el coche, mientras el monstruo intentaba liquidarme, amedrentarme, doblegarme...

¿Qué monstruo, hijo? ¿Acaso no tenía él también la cicatriz? Mira al frente, no caigas en lo redundo que agota y pierde, debes atisbar hacia adelante no hacia atrás... Incubas miserias que te consumirán irremediable atrapándote en tu imaginario mundo, hijo. Debes ganar por nosotros...

Bonita y entrañable reunión bajo la luz de la Luna.—Salió de la nada atravesando al viejo con su mano por la espalda, enseñando a Juan su palma derecha ensangrentada tras soltar el corazón entre palpito que se estrelló en la hierba.—Te dije que no tendría piedad para ti, ni para mí. Mira mi cicatriz, somos lo mismo...―Sacando su extremidad y dejando caer el cadáver.―El abuelo nos gana, tiene la de la palma y la del pecho.―Carcajeando leve.

Me dijo que maté, que asesiné a gente. También tiene la misma cicatriz, jamás había hablado con él, sabía de su extraña forma de vida; era la comidilla del pueblo.

¡¡¡Déjate de pamplinas inventadas, zagal!!! Quisiste volver de nuevo para zanjar los pecados, estás condenando a demasiados y en el fondo me alegro. Te lo advertí tantas veces como idénticas volviste al brumoso camino hacia ninguna parte.—Arrancó su camisa con ambas manos enseñando su piel amoratada, sin vida, con innumerables cicatrices en los costados y pecho.—El viejo eres tú, maldito cabezota, ¿quién sino se acercaría hasta aquí? ¿Tu amigo Alfredo? Déjate de memeces y haz lo que tienes que hacer porque...¡¡¡Tengo hambre!!!

Se dislocó su mandíbula rajando las comisuras de los labios entre ríos de extraño líquido denso, negro, nauseabundo. Para enseñar ejército de colmillos con brillo amarillento en su mirada. Dejó su aspecto enclenque y cadavérico para convertirse en grotesco fantasma...

¡¡¡Y si el viejo eres tú... Tú eres yo!!!

¡Dios santo!

Rápido retrocedió buscando el porche de la cabaña con la intención de encerrarse, apartarse de aquella horrenda cosa, la cual, llenó sus pulmones dando un sobrenatural salto para aterrizar justo en la puerta, de espaldas al despavorido.

Ese es tu plan, escapar de ti mismo... ¿Cómo carajo se puede escapar de uno mismo? Puede que a bordo de un avión, cruzando el globo hasta el otro extremo, ¿verdad?—Dándose la vuelta.—Sentir esa sensación niña ante lo desconocido entre buenos pensamientos, esa puta esperanza de que todo saldrá bien. Pero al paso de los meses, una mañana cualquiera...

...Descubres que el comemierda sigue ahí...

...Al otro lado del espejo, y vuelves al cuarto ofuscación reiniciando de nuevo el ciclo...

¡Dios mio!

Dios, mi querido Juan, no tiene nada que ver con nuestros negocios...¡¡¡Tengo hambre!!!

Totalmente derrotado, Blanco se desplomó quedando arrodillado cerca del abominable que no tardó en acercarse dando ridículos saltos mientras silbaba un viejo tema de los cincuenta.

Hemos recorrido infinidad de países, Juan, nuestra obra es divina, inalcanzable para cualquier navajero que se inspira en ese destripador anglosajón. Tienes el don de la muerte aunque sigas huyendo y huyendo, te persigue, te encuentra, te convence y me alimenta... Es mejor que te rindas, no tienes por qué pasar por esto... Haz lo que tienes que hacer...




lunes, 18 de enero de 2016

LA CABAÑA (Capítulo 3)


LA CABAÑA por Dadelhos Pérez
(Capítulo 3)

Las llamas retomaron su aspecto normal para separarse por arte de magia copiando cortina, enseñando un profundo túnel oscuro con un diminuto espejo al final donde pudo apreciar su cara enjabonada. Por eso se acercó a la rareza del fuego aunque el intenso calor no le permitió arrimarse lo suficiente como para advertir los movimientos de su extraño reflejo engullido en densa oscuridad.

La verdad de quién eres es la realidad de dónde estás... Eres un cobarde que sabe y aún así se presta; don nadie convencido por el delirio de tantas voces ordenando, mandando, descuartizando ese lado humano, Blanco. Aquí el tiempo es un capricho que nada marca puesto que nuestra conciencia anda alejada de la carne adicta, gobernada por las varillas verdugo... Aún estás a tiempo, no tienes por qué pasar por esto... Sabes de sobra lo que tienes que hacer...

Acabar contigo.

La rabia heredada por la impotencia obró mellando arrolladora, tanto, que agarró la botella tirándola contra el extraño fuego con todas sus fuerzas, naciendo un estruendo poderoso seguido del desquebrajar al son conocido de cristales e intensa llamarada escapando de las entrañas del llar hacia él, formando una enorme mano de fuego. Saltó apartándose del aparente peligro, tirándose al suelo y cubriendo su cabeza... Fue entonces cuando escuchó el dulce cantar de los pájaros, una melodía reconocida al instante, la banda sonora estival de la comarca, de la aldea, del lago.

Lento alzó testa abriendo sus ventanas del alma para descubrir que no estaba en la cabaña, las paredes enyesadas y pintadas en celeste pálido donde colgaban los viejos póster de roqueros con largas greñas, atuendo cuero y metales en muñecas. El aroma café recién filtrado conquistando como conquistara en aquellas lejanas mañanas casi olvido, la cama pegada a la ventana con físico madera, encortinada con tela naranja... Su antigua habitación, el cuarto durmiente de sus felicidades perdidas por el pasar hojas sin leer textos deteniéndose en cualquiera y perdiendo el hilo argumento de su realidad, de su cordura.

Alzarse nada convencido por el convencimiento evidente del lugar cual prueba irrefutable de magias malditas o mente rota, al fin y al cabo ambos caminos morían en lo mismo.
Se abrió la puerta del viejo ropero contrachapado de donde salió la mano amoratada enseñando su palma que lucía una importante brecha, carne desgarrada y hueso al viento, sin sangre que mostrara atisbo de vida.

Si mil años dispusieras, mil años quemarías en tu infierno, Juan. Volvemos de nuevo, esa pretensión de cambiar lo caduco, inexistente en el ahora. Insistes e insistes para nada. Eres un viejo destartalado que se perdió en la avenida principal de su propio razonamiento; entras en el fuego para sofocarlo, quemándote.

No, nada de eso; estoy donde quería. Te dije que hoy ajustaríamos cuentas de una vez por todas y así será.

¡Juan, el desayuno te espera en mesa! Baja de una vez, holgazán.

Sí, Blanco; es mamá, la que siempre anduvo preocupada por ti, por tu formación, desviviéndose hasta arrugarse encogiendo en su negro luto, cayendo por el precipicio desolado tras tus pecados... No lo intentes, volverá a consumirse muriendo en la desesperación de perderte sin comprender tus locuras... Lo mismo que el niño...

Sin prisas, aquella mano ultratumba agarró la puerta cerrando el armario con sumo cuidado, dejando un leve eco metálico que retumbó en la cabeza del que parecía controlar la situación. No obstante, bajó la mirada descubriendo que iba vestido de colegial, el mismo uniforme que llevaban los inocentes del autocar maldito; pantalones cortos en verde pastel, camisa blanca y los mocasines con pulcro fulgor negro. Cinco pasos lo plantaron frente al espejo interior del armario por donde marchó el ente; asombrado por su aspecto, sonrió en mueca desquiciada mientras pasaba sus nuevas manitas por el rostro infante.

Las cartas andaban casi todas boca arriba en la partida confusa de las medias verdades, convencido de que era capaz de derrotar al maldito estafermo que lo condenó a la barbarie; buscó sus libros, libretas y lapiceros guardándolos en la tediosa cartera que colgó a su espalda para bajar las escaleras de la casona hasta colarse en la cocina. Libertad sintió reviviendo su infancia, tentado en olvidar la encrucijada y quedarse en aquella hermosa nube donde todo parecía perfecto.

La cocina permanecía exacta a como la recordaba, el banco de piedra que moría en la pica del mismo material, con los armarios del color hueso y la enorme mesa redonda donde solían hacer todas las comidas; aunque lo que de verdad iluminó su mirada fue verla allá, entre cacharros, pan recién horneado, galletas, leche y el desmesurado amor que ponía en todo... Mamá estaba viva, sonriente, radiante.

Anda, siéntate y desayuna que hoy es el gran día; por fin verás las enormes avenidas de la ciudad y esos, ¿cómo lo llaman en la tele?

Rascacielos, mamá.

Eso, los enormes edificios que hablan con dios de lo altos que son.—Acercó sus labios al oído niño para susurrarle entre bromas.—Dios les prohibió construir más alto porque invadían su parcela. Al parecer no crecían sus manzanos, su fruta favorita desde que Eva se zampara más de una docena mientras el tonto de Adán iba y venía cargándolas. Imagina cómo se enervo el todopoderoso.

La historia no es así, mamá. Fue la serpiente que la tentó.

¿La serpiente de parloteo? No, hijo; esa fue la escusa que puso Dios para expulsarlos del edén, tiempo después llegaron los rascacielos.

Afuera el sol radiaba más que esperanzas chocando sus rayos contra el lomo apaciguado del lago, casa de peces, al son contagioso de las aves, el viento, el ladrido amigo del viejo pastor belga, Bobby... Estaba frente al verdadero paraíso, ese mundo perdido tras años infructuosos por volverlo a encontrar en otros lares lejanos, distantes, puede que parecidos pero nunca iguales. Ni en la bella Argentina, ni en la gélida Noruega, ni en las barras perdidas de los antros desconocidos, encontró atisbo...

Cuando quieras, hijo.—Sonó a sus espaldas erizando cada vello de su blancuzca piel de leche.

¿Papá?

¿A quién esperabas? ¿Al diablo?—Tono gélido que escupía mofa como si lanzara cuchillos afilados a la manzana colocada en la cabeza de sufridora de pago.—Sube al coche, Juan. Te llevaré al colegio.

Pero, ¿tú deberías estar...?

¿Conduciendo el bus que os llevará a la ciudad? Hoy empieza un compañero nuevo y me han dado el día libre, lástima que te vayas de excursión, me hubiera encantado pasar tiempo contigo. Quizás arreglando el corral de las gallinas o pintando el granero. Porque; aún tienes ganas de pintar, ¿no?

Se sentó cabizbajo en el asiento del copiloto tras dejar la cartera en el maletero, su padre bromeó para animarle sin conseguirlo; Blanco olía la jugada ya que su padre murió cuando él tenía dos años en un fatídico accidente laboral. Apilaba las balas de paja y sin saber como, se le vinieron encima...Papá no debería estar allí, papá nunca estuvo allí, por lo tanto...

No eres mi padre.—Vomitó en plena ruta.

Ni tú un niño de doce años, ¿verdad? Juan.—Aún no habían llegado a la carretera y el vehículo zarandeaba por culpa de los baches.—Esta comedia tuya no acabará bien. ¿De verdad piensas que estás reviviendo aquel día? Siento tener que ser yo, tu consciencia, la que te confirme que te bebiste toda la botella de ron, como siempre; no puedes evitarlo es tu naturaleza... Y ahora mismo estás roncando frente al fuego... No quisiera alarmarte, pero el saco de dormir está demasiado cerca de las llamas, yo de ti me despertaba ahora mismo; a no ser que quieras acabar a la parrilla...

Fue cuando sintió un escozor en su mano derecha que le hizo gritar, la contra palma mostraba un importante quemazón.

Aquí huele a quemado.—Carcajeando perverso mientras tocaba el claxon gritando agua repetidas veces entre pura mofa...