Despertó entre ansiedades que desde
siempre fueron dueñas de su destino, supongo que es el resultado evidente de
quien abraza vida desviviéndose por esas pequeñas cosas que obran todo lo
contrario, alejándonos de lo importante.
La insistencia de la máquina de
hojalata tintinando irritante pitido intermitente, contribuyó al nefasto albear
en la habitación de alquiler que aun adeudaba por su triunfalismo de creer
poder, para aterrizar derrotado en el “quizás mañana”. A la postre, sin más que
menos o enganchado del todo al menos de cara a la nada; la vida seguía trayecto
sin esperar glorias o tormentos, como solía decir su madre cuando era un vital
mozalbete empeñado en respirar incluso hasta lo irrespirable, por culpa de su
desmedida curiosidad.
Confieso que aquel habitáculo carecía
de lo mínimo, y encima, su bravura frente a la limpieza se traducía en parada
brusca de burro que tropieza con charco. Ropas esparcidas cual elemento vital
de cualquier lienzo del gran Picasso.
Restos de comida rápida que se podría lenta, colillas charlando milenios en la
nula soledad del piso abarrotado, ese de gres con color indeterminado y
abandono absoluto…
¿Qué es lo de siempre? Para él,
entrar esquivando la pila de trastos que invaden las cercanías del baño,
encarar el lavabo en horas bajas e intentar afeitarse sin cortar piel, una
misión imposible a no ser que dejara el bajo oreja sin afeitar, a la altura inferior
de la mandíbula, su talón de Aquiles.
Pero al igual que la rutina se repite, el desuso florece impávido rompiendo a
su adversa aun leve, siempre y cuando el acostumbrado no desvíe su quehacer
motivado por la novedad. Y aquella mañana la novedad se traducía en
insignificante mosca plantada en el centro exacto del espejo. Como si el
insecto se hubiese pasado media vida ejecutando medidas, complicadas ecuaciones,
hasta conseguir lo que consiguió. Mera posición predeterminada a la muerte bajo
la mirada de hastío o asco del escuálido arruinado…
Fuera lo que fuere llegando a lo que
llegó, para acabar como acabara…
― ¡Puta mosca! Yo soy el responsable
de la muerte de tus padres, de tus abuelos. Incluso puede que represente a la
parca para toda tu insignificante descendencia. Al menos hasta que me echen de
este tugurio.―Enrollando una vieja revista que superaba picardías para mostrar
explícitos.
El pequeño punto negro permaneció
parado, petrificado, ausente ante el destino finiquito que le esperaba a manos
de aquella arma de destrucción masiva, donde se podía apreciar jamona enseñando
apertura, sin titubeos ni fantasía, a pelo.
Primero cerro la llave del grifo,
rápido, sin importarle demasiado que su movimiento espantara al diminuto
animal, para lanzar bestial acometida dejando seco estruendo que asustó a la
araña que vivía en el ángulo alto de la talla manchada del aseo.
Sorprendido quedó el “aniquila
insectos” cuando escuchó cerca de su oreja derecha el zumbido de su víctima. Es
lo que creyó pese a existir entre aquellas cuatro paredes nutrida gama de
variopintas especies similares.
― ¡Puta mosca!―No gozaba de gran vocabulario y se
repitió.―Jodida mosca.
Empezara entonces el desencadenante
excusado por inocente alado que naciera gracias a la dejadez del ido que nunca
volvió, delimitando los escasos metros del cuarto cual coto de caza sin
cuartel, sin perdón o sin la posibilidad de duelo a primera sangre.
Lanzó repetidos ataques torpes ante
el movimiento constante de la mosca, la cual, posaba leve para recuperar algo
de aliento y emprender de nuevo estrategia. Su actuar parecía obrar dentro del neto
conocimiento sobre la tensa situación abocada al desastre.
Está claro que el alado no podía
abatir al enervado armado con pornografía de los ochenta, pero dentro del
ambiente parido por el desequilibrio del delgado mono pelado, cabía posibilidad
para todo. Y cuando dije todo no añadí o antepuse el casi. Una simple mosca,
diminuto insecto, convertido en la llave del averno.
Durante cerca de media hora uno
aporreaba y la otra esquivaba en insulso combate aburrido. Idéntico a boxeo en
directo de adversarios conjurados en no recibir golpe, por lo tanto, no
proyectando ninguno.
―
¡Puta mosca!―Demostró
su don de nuevo.―Si crees, tengo aquello que nublará tu creencia.
Fuera
la única silla, patada al taburete para abrir el empotrado ropero cayendo sobre
él cascada de ropa maloliente. Apartó las prendas ahorcadas en diferentes perchas
alcanzando la metálica y los 107 cartuchos. Un regalo recibido tras el sepelio
de su último familiar, junto a casa, automóvil, apartamento en la playa e
ingente cantidad de cuartos en la cuenta corriente del occiso. Cosa que cambió
su sino durante años, esos que le costó liquidar la herencia quedando sólo la
escupe plomo al no poder venderla, ni siquiera empeñarla.
Abrió
emocionado una de las cajas para llenar cualquier cavidad de su ropaje de
pertrechos, hasta conseguir guardar 105 de ellos, depositando los 2 restantes
en la escopeta de caza.
―Mamá
decía que es inútil intentar cazar mosquitos a cañonazos. Pero no dijo nada de
aniquilar moscas a escopetazos… ¡¡¡Plomo!!!
Adiós
al triste colchón, el cristal de la diminuta ventana, la mesita de noche y el
despertador, a la puerta de acceso a su ruina… Plantándose irracional en el
medio del pasillo del motel calamidad con la plomera entre las manos, los ojos
inyectados de crueldad desmedida y la ciega creencia de que la mosca huía a
vuelo rasante. Cargó la escopeta una vez más.
―
¡Ramón! ¿Qué coño haces? ¿Te has
vuelto loco?―Intentó mediar el bueno de Alejandro
desde su entornada puerta.
―Tengo
que cazar a la puta mosca.
Disparó
en el pasillo, en la escalinata escueta que moría junto al mostrador de la
vieja, la cual no se paró a indagar que diantres estaba pasando, se escabulló
telefoneando a los uniformados. Cargó de nuevo apuntando al frente para
descubrir varios agentes del orden en la calle, al otro lado del enorme cristal
de la idéntica puerta.
―
¡Suelte el arma!
Visualizó
concienzudo en busca del enemigo enano, resbalando sudor por sien, frente e
incluso en sus manos; sin lograr encontrar al adverso.
―
¡Suelte el arma, señor!
Volvía
a reinar cierta paz al creer haber consumido su objetivo, pensó que quizás en
el brío de la gresca no se percató de la baja de la mosca, al fin y al cabo
escapar del fuego escopeteado es casi una misión imposible.
Lento,
sin apartar mirada del joven policía que le apuntaba con su reglamentaria desde
el exterior, depositó la plomera en el suelo, quedando de rodillas.
―Ponga
las manos en la nuca y no haga movimientos bruscos, señor.―Ordenó colándose en
el establecimiento.
Mala
uva, fario, o simple locura emergiendo cual volcán entre sus poros para
abocarle al siniestro plan del destino, el mismo que careció en sus días y
noches. Cuando vio a la enana volando pausada delante del joven nervioso que
manoseó intentando espantarla…
―
¡Puta mosca!
―
¡No, no! ¡¡¡Quieto!!!
No
fueron 107 detonaciones las que cerraron el último episodio del desafortunado,
con seis impactos a bocajarro tuvo bastante. Cayendo fulminado aun con vaga
chispa de vida, mirada perdida en el techo del local mientras mal respiraba
soltando bocanadas de sangre finiquito, entre espasmos, agonizando…
―Puta
mosca.―Dijo antes de abandonar este mundo, al son que se posaba en su nariz la
ganadora del duelo.
®Dadelhos
Pérez