Aventuras
del trovador por
Dadelhos Pérez
Olas rompen en tu océano
poroso cuando rendido bebo de tus pieles, deliro con miradas vida,
surco consciencia dormida por lecho ensoñado en el despierto que
manda. Más, simple siervo soy a merced de vuestra presencia, dulce
inocencia consentida desde la madurez que nos embriaga en alcoba
retoño de terceras juventudes.
― ¿Me está llamando
vieja?
Dueña fuera quien ahora
es, cabellos noche, labios vida, ocurrencia divina en sueño
adolescente aun vencidas las tersas que taras muestran, experiencia
emanan, trastocan, confunden y reinventa. Al arrullo amartelado que
presto anhelo enzarzando laberintos carne para alcanzar alma. Vos
sois y seréis por siempre mi dama, viento que vuelve cuando ruge la
calma víctima del pensamiento curvo y decadente, para que enfrente
yazca la respuesta...
― ¿Qué?
¡Paraíso hallara en
brazos invisibles! Gritos desprendiera al cruzar la puerta que divide
el cálido exagerado del industrial acondicionado, sumando la música
del hilo sin costura que hila acústica a medio tono, puede que
susurro o puede que esté medio sordo...
― ¿Qué susurra?
… Me perdiera en busca de
lo que busco tras el imaginado que soñé la pasada noche, donde
usted era reina engalanada con pocas sedas, tumbada en vientre morada
del deseo incontenible, para galantearla cual pavo alrededor de
hembra embelesando oda, prosa o poema. Culminando la noche vuelta
mediodía... Hasta que descubriera la carecía de sazón y tuve que
salir en búsqueda que sigo buscando...
― Perdone, pero no pillo
ni una. Exactamente: ¿Qué está buscando?
La sal, mi vida, la sal...
Carnes sin sazón con papa hervida de la misma condición, retraen
paladares álgidos y vulgares. Es diferencia escueta aun notable,
como no es lo mismo andar jodido que andar jodiendo, si me permite el
atrevimiento al que ya me atreví, puesto tampoco es lo mismo pedir
permiso que perdón, como bien propiné sin valorar si sienta bien o
cual vilipendio, que remedio. Trovador necesitado de sal, ese soy yo,
ese es mi objetivo para andar completo...
― Quinto pasillo al
final, señor.
Sal gorda, fina, de mar
mareada en marea o calma. Sal del salir aunque busque la de entrar,
eso sí, tras sacar el pollo del horno y las papas a lo pobre que
pacientes esperan en mi castillo alquiler sin alfombra terciopelo o
guardia real. Exceptuando al portero lector empedernido del papel
noticiero, al mismo tiempo que suena transistor con voz adulterada
entre músicas varias y otras estridentes que lo pretenden ser... Si
al quinto corredor está, al quinto iré, siempre bajo permiso y sin
gollería roce piel, al menos hasta que devore el almuerzo que me
espera a medio hacer. Puede que después le apetezcan carnes trémulas
capitaneadas por firme endurecida. Tenga, mi tarjeta de presentación
que no exagera la ingente ubicada en el centro exacto de mi porte.
Sin más dilación, procedo. Recordándola tras recordarme en redunde
flirteo, que esto no es relleno o patata a lo pobre, es longaniza
dopada con huevos al natural, y si sudo, su deguste es salado de sal,
aunque entra enérgica para salir al instante y volverse a colar,
salerosa, salada, sal (…) Justo lo que ando rastreando desde que al
templo del papo llegase, no olvide lo de rozarse con un servidor, lo
dicho, bicho; digo; damisela.
― Cómo está el
personal. Ayer lo intentó imitando a Rambo. La semana pasada a don
Juan Tenorio. Y ahora se las da de trovador, que por trovar no palpa
y por palpar, tienta... Y qué manera más cansina de rondar
perdiendo el tiempo. En fin, al menos alguien de mí se acuerda pese
a ser simple cajera de supermercado. ¡Siguiente!
Yo Tarzán, tú chita.
®
Dadelhos Pérez
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