De inmediato:
La conquista es clara que ofusca, mientras danza la cortina cortejada
por el viento que trae y lleva, que acaricia o golpea; tan dado en el
necesitado segundo que angustia impera, para sentir de sus invisibles
manos que la soledad no es tal estando incrustado en el metódico
recuerdo. Pues recordando me acordé sin remisiones o excusas
escapando por la puerta de mis locuras y amaneciendo en el plano
realidad. Un absurdo más de loco venido a menos.
Puede que se pregunte a que viene tanta palabrería que amaga,
copiando el amago que pretendo desde la falsa serenidad que intento
mostrar esperanzado. Breve es la contesta que encierra océanos
multiplicados por idénticos, mermados en aras de sueños capaces de
poner rostro a la nada e incluso hablarla respondiendo. Puesto antes
fuera lo que pensé, y posteriormente el sentimiento necesario; para
arrodillarme frente a la que ferviente cohabita en mi perdida cabeza
cual diva del no sé qué. Con sabor que difiere de tantos que
pululan cerca de la vista y alejados del paladar siempre salivado.
Lo cierto marea, resta y suma, niega y acepta, chocando en el ingente
indigente predominante tanto como recurrente que ensayé durante
horas frente al espejo prestado y desmejorado, al mostrarme loco
inofensivo e indefenso con tez delirio y brillada en lumbreras,
repitiendo con tonalidades ficticias cómo pedir sin ofender, como
ronronear súplica en plano sincero para esquivar equívocos
posibles. Con la necesidad de quien desea y no llega pese a tenerlo
al alcance de la mano.
―Me parece cojonudo, amigo. Pero ¿qué desea? ¿Quizás un café
del tiempo? Ya sabe, ni frío ni caliente, entre taza o vaso, con
azúcar o sacarina; leche, sin leche, descafeinado o nervioso. Tengo
todos los hervidos contradictorios que contradicen al servirse
convergiendo en el paladar. Un lujo al alcance de todos aun sin estar
reconocido por la mayoría que llega, pide, traga y se va camina
animoso… Usted dirá.
La verdad suele presentarse parca después de entradilla, no quiero
un café de mentira, ni el azúcar sucedáneo, ni lo gélido
acalorado; ni siquiera pensar en tazas o vasos. No casa para nada con
mi postura que rompe moldura alcanzando la meta aun sin cruzarla. Por
la dicha desgraciada de tener cinco bolsillos a lo largo y ancho de
mis vestiduras aun repletos de nada. Por compasión desanimada por mi
ánimo fugado en animadversión frente a ruego limosna, ¿me serviría
vaso de agua fría, sin gas ni botella?, del grifo estaría bien,
vamos, sería perfecta.
―Bueno, lento; muy lento pero vamos llegando. Quiere decir que está
canino y no puede pagar, ¿verdad?
Puede comprobar lo que el resto rehúye mirando hacia cualquier lugar
en su afán por ignorarme, que soy propietario de la casa calle,
viviendo en portal, en plaza o parque; en el desespero que conduce a
la sinrazón desentendiendo la mecánica social que en algún momento
comprendiera (…) Dicho de otra manera, un elegante aun mal oliente
vagabundo podredumbre con hambre y sed o con sed y hambre; diga como
dijese sin que dijera cómo es, por padecerlo en la soledad invisible
e invidente cual ente maldecido.
―Tranquilícese, buen orador. Le cederé tanto bebida como comida a
cambio de que firme contrato laboral y dispense al personal a partir
de mañana.
¿Mañana? Mañana será otro día, buen barman; es universo que
puede albear perverso secuestrando mi alma, ya que mi cuerpo de nada
o poco podría valer. Aceptaré el manjar y firmaré el trato si me
pongo en el asunto al terminar de zampar, dentro de un rato. En la
inmediata necesidad que me domina descarada, y consciente que esta
oportunidad no volverá a presentarse mañana.
® Dadelhos Pérez
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