Cuando llegan las diez
Insípido sabor restando autoengaño que dulcifica salado en pura
ensoñación quebrada por la evidencia de no saborear nada. Un tímido
querer vencido por el no poder cuando destellan claros, despejan
brumas y contemplo espanto que atraviesa mi alma como aguja.
Sintiéndome perro fiel lamiendo las manos que de mí dudan, las
idénticas que golpearon ayer, las mismas que luego adulan y me
anulan.
Me pierdo cuando llegan las diez buscando desesperadamente la una. Un
simbolismo de la primera vez que me rescata de chifladuras. La una de
decirte otra vez, te siento en apego que me olvida, sonando en el
templo despedida quimera que invade desespero en el cuarto que
paraíso fue, junto al parque donde me declaré, portal besos de
amor, piso pasión, puerta de nuestra historia contradicción en el
lecho de mi locura.
Por eso te pido perdón, por haber consumido tu tiempo con la
devoción del que te sigue amando; por pretender hacerte feliz, por
los besos dados desde el alma, por darte todo, convertirte en ama.
Para elevarte a la centésima siguiente reina del planeta ensoñación,
en la diosa que me ahoga en aflicción buscándote en mis sueños
pesadilla. Perdona por estar siempre ahí, por mis nulas dudas o
sospechas sobre ti. Perdona cuando compartí, perdón por seguir
imaginando, las batallas que por ti gané o la perdida guerra que
sigo negando.
Perdona, perdón, perdóname (…) Entiende mi fracaso, recorrer el
universo de tu piel para encontrarme abandonado, desolado, hundido en
movedizas paralizadas soportando el grito de mi alma, reconstruyendo
corazón. Advirtiendo tu silueta reflejada en cualquier rincón para
albear falaz esperanza que imagina sabor, saboreando soledad
trillada, insípida enmascarada que endulza sal, salando heridas que
no sanan, me matan, me raptan, me retornan aciago al convulso del
desespero cuando llegan las diez e insisto en encontrarte en la una.
Recordando la bella locura de lo que fue, de lo que para mí sigue
imperando, un corazón que no sabe latir sin estar a tu lado.
Me pierdo cuando llegan las diez en nuestro piso desolado. Afuera
ruge la marabunta existencial, adentro, tu adiós me está matando…
matando… matando… Por seguir queriendo gritar la verdad, mi
verdad… Esa de que te sigo amando, y amando, y amando… Y amaré
pese hacerlo en la soledad de tu regalo hasta que toquen las diez e
insista en hallar la una, aquella que fuiste y se fue, aquella que
una vez encontré, aquella niña a la que sigo buscando.
Te entrego fervor sin rezos, recordando tus besos miel en el espanto
de convertirte en mi religión cuando llegan las diez, con la hiel de
tu adiós; oda que merma en prosa tildando exaltación culpable por
reinventarte tumbado en la cama, inerte, copiando sábana, víctima
del desamor y negando oportunidad por seguir amando en este amor de
soledad, castillo de arena abatido por la marea realidad, que resurge
de sus cenizas cual ave fénix, alcanzando insustancial e insípido
zenit cuando llegan las diez, y te busco desesperadamente en la una
de lo que en algún momento fue, donde sigo refugiado.
© 2016 Dadelhos Pérez
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