EL
CANTAR DEL MENDRUGO
Acto
primero CUAL
ME LLAMAN
― Cual me llaman, no es mi nombre al no vestir nombradía alguna,
siendo pasto de lenguas viperinas en claro acoso cobarde que
desacredita siempre con mentira de mentir o falaz mentira, al menos,
cuando referencia consciente atañe directamente al humilde que os
habla. Me llamo, El Que Pana, no hay más en mis credenciales
que insulsas quijotadas que suelen terminar con enfado desmesurado
del marido corneado sin toro, ni plaza... A sus pies, señoría.
― Mucho parláis haciendo esos gestos tan extraños con las manos,
aquí no habitan moscas para manosear ido. Puede que esté
acostumbrado viviendo donde anida, me pasaría lo mismo sin duda del
dudado que dudara (…) Como puede apreciar, también sé de
galimatías.
― Dejemos de circundar con pretexto indeterminado cual gallos
encerrados en corral sacando pecho pluma, y no lanzo segundas. Vos me
hicisteis llamar con urgencia que asesina paciencia sin considerar
los quehaceres de mi tiempo. Y aquí me tenéis, vestido para la
guerra o el degüelle, nunca se sabe que destino espera aun con
certeza que aciago es lo probable, más que nada, por los actos
deplorables de mi historial casi leyenda. Aunque creo que vos no
tenéis dama consorte o amante damisela. Eso me hace respirar
tranquilo al intuir negocio contante y sonante en vuestra reclama...
Vos diréis.
― Cierto, El que Pana, muy escudriñado vuestro alegato.
Tengo grano molesto que turbia mis días desde hace semanas, y eso
que todavía no llegó al castillo. Pronto aparecerá rugiendo
descarada y acosando a mis jóvenes cadetes. Me refiero a mi hermana,
la duquesa Zampa Zanahorias. Pensé en vos de inmediato por
las historias que escuché acerca de furtivos romances que duraron
días...
― Los roces caricias duraron semanas, señoría. Es un don que bien
altera a demasiados que pretenden decapitar mi cabeza, y me refiero a
la que mea, la anaconda insaciable que guardo enrollada...
― ¿Enrollada? Bueno, no me importa demasiado como guardáis
vuestra espada; enrollada, doblada, en la fresquera o en el baño.
Siempre y cuando vigorice frente a mi hermana hambrienta y arranque
esa lascivia que la corroe de tal manera, que deja reguero a su paso
nocturno, siendo clara exageración cohabitada con trazas certeras.
― Mi precio va relacionado al tiempo empleado en el envaine de mi
espadón, excelencia. 100 piezas de oro un día entero con su noche,
por supuesto, solo deteniendo el machaque para saciar necesidades
básicas. Entienda que también soy persona, no un salido profesional
a secas del roce entrado que sale a remojo, entrando al instante para
acelerar acción redunda al son gemido...
― ¡Basta! No hace falta que seáis tan explícito. Os daré 100
por cada día que desfoguéis a la insaciable, siempre que no se
meriende a ninguno de mis cadetes. ¿Podéis hacerlo?
― Mi experiencia grita confiada y sin margen de error, que sí,
señoría. Indicadme cuando he de empezar a machacar embistiendo y
gustoso ensartaré a la duquesa...
Labor creyera y tormento albeara, cuando calesa alta alcurnia en luto
engalanada, llegase custodiada por la guardia rancia de soldados
esqueléticos que apenas se mantenían en sus monturas. Desde alcoba
encalada en la torre delicias, El Que Pana atisbaba receloso e
impaciente por descubrir las calidades féminas del objetivo,
imaginando cabellera cobriza descendiendo en caída rizo sobre
hombros leche, siempre, inducido por el nombre tan sugerente de la
dama... Cuando salió de las panzas carruaje una joven atractiva de
guedeja ébano y tez morena, esbelta, dotada, pletórica... Un ángel
del amor o una Diosa deseada. Y el perforador dijera...
― ¡Amalgame! Es lo que pronto ocurrirá entre la dulce duquesa y
este afortunado.― Siendo interrumpido por el guardia barriga tonel
y mostacho filtra hidromiel al que era adicto.
― ¿Amalgame? Usáis un vocabulario que no entiendo, pero
afortunado por ser plato de la Zampa Zanahorias, lo entendí.
Antes dejaría que el verdugo real seccionara mi testa.
― Será por vuestros gustos que andan desviados. Cualquier hombre
desearía encontrar la muerte entre la tersa piel de tan angelical
presencia...
Dejó la alabarda apoyada en el muro para acercarse a la ventana,
observar, regresar por donde vino, recuperar el arma y soltar
impasible...
―Esa, no es Zampa Zanahorias, señor. Es su fiel doncella.
Casualidad cuando nube soltera increpó el fulgor del astro rey
sonando redoble de campanas luto, al menos en su interior, al divisar
cachalote de 500 libras abandonando la tripa calesa. Piernas elefante
y brazos orangután dopado, esgrimía gesto salido cual can salivando
frente a comida degustada por su dueño aun sin bailar lengua o mover
cola frenética, pues según el guardia carecía de ella, aunque El
Que Pana albergaba serias dudas al respecto... Chillara ergo,
cual niño asustado en madrugada pesadilla...
― ¡Higos resecos a la sombra del hastío! ― Desconsolado buscara
consuelo.― Al menos tiene cueva del amor, espero. No me gustaría
protagonizar un cruce de espadas como la última vez.
― Oh, sí. Tiene todo lo que tiene cualquier mujer, sumando la
fuerza de siete hombres y su insaciable apetito, señor. No es su
aspecto, para nada, le contaría las habilidades bélicas de la
duquesa, pero sería como estropear la sorpresa...
― ¿Habilidades bélicas?
― Suele perder el control cuando alcanza el frenesí que estremece
carne, el último no pudo superar las heridas falleciendo al tercer
día… Según narrara el médico real, tenía el puñal partido y
amoratado, tanto, que le llegaba hasta el ombligo.
― ¿El puñal?
― No seáis ingenuo. El amoratado.
― Eso está bien. Si el puñal no superaba ombligo lo mejor es...
Bueno, no importa. Sea titán o resulte coloso encendido por cálidos
deseos carne desenfreno, tengo remedio con mi espadón. Además, sólo
serán unos días. Caerá agotada con toda seguridad.
― Discrepo agarrándome a antecedentes, buen ensamblador de carne.
La duquesa acabó ella solita con la guardia vanguardia de la élite
militar, esos bravos que no conocen derrota en campo de batalla. Los
disecó a base de rozamiento explícito hasta que alcanzaba cresta,
después albearon los guantazos que retumbaban haciendo temblar los
muros del castillo, aún recuerdo aquella salvaje noche infernal,
pensé que se trataba de un terremoto. Imaginad, veinte hombres
fornidos reducidos a tirillas de piel y hueso. De ahí que impere
terror en su hermano, mi señor, al extenderse por los reinos la
devastación de los invencibles que provocó que nadie quisiera
alistarse, todo un drama que sonaba cual maldición en el ducado de
don Traga Zanahorias, alias, el sopla nucas... No os
cuento más. Puede que vuestra maestría en el campo carne encuentre
rendija por donde salir airoso, que no airado.
― No temo a hembra desbocada que ruge endiablada víctima del
ensarte repetido, al son chasquido que rivaliza frente gemidos
descontrolados y llegando a arañar poseída, está claro, por mi
ponencia exagerada. Tan exagerada, que no puedo mear cerca del
establo por el monumental enfado de los sementales, los cuales, se
sienten en evidente inferioridad en cuanto a sables, por supuesto,
ellos me ganan en vellosidad. Si culmina propinando bofetada, patada
o coz; la solución es bien sencilla, hincar el espadón hasta la
mitad para permanecer fuera de su alcance... Todo anda controlado,
soy un experto de la carne que goza de historial legendario en
continuo crecimiento, y no miento... Si fuerais dama os mostraría mi
lanza sin pudor, pero entended que siendo lo que sois no me puedo
arriesgar como arriesgué en lances tétricos de mis comienzos como
perforador... Y ahí lo dejo, aunque primero, auguro victoria a base
de orgasmo repetido de “la cachalote”, incrementando en mi
historial este complicado serial que narraran juglares cual canción
de la anaconda indomable... Titulado como el cantar del mendrugo, y
no caigáis en erro, pues no hago referencia al de pan, más bien, al
de carne.
― Espero que tras su encuentro siga siendo así, El Que Pana.
FIN del primer acto.
El cantar del mendrugo por ©Dadelhos Pérez
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