EL ELEVADOR por Dadelhos Pérez
Treinta y un días
después de la inauguración del enorme edificio cristal, pues así vestía en
zarco suavizado que se confundía en día nada nublado con el celeste emperador,
acudió requerido por el seguro de la seguranza que aseguraba la vieja casa de
mamá donde regresó derrotado por la vida en común que de eso poco albergara, ya
que la que fuere su dama, se inspiraba en esa otra del bien aparentar mortificando
al currante de turno que no alcanzaba hasta alcanzar el linde del vaso
paciencia desbordando, o dicho de otra manera, quedando usurpada su ensoñación
amatoria y cambiada por la cruenta realidad, esa que pese a pasearse a diario
por su quehacer mundano no fue capaz de vislumbrar o no quiso emperrado en su
ensoñación. (Tanto no sé aunque narre a sabiendas.)
Aclarado este guiso,
procedo al extraño entuerto que nuestro protagonista protagonizó (valga o no la
redundancia del que inventa) en las entrañas del ascensor treinta y tres aunque
solo existían dos; el de servicio destinado a los que sirven de valer por
valía, y el de los directivos de nómina dantesca valorando en balanza justa de
justicia sus labores mensuales, que escuetas, se resumían en tomar café a las
cinco en la máquina de siempre, tirar los tejos a las inexpertas bajo contrato
de horas sino minutos y acudir a la barra de la cafetería ubicada en la última
planta del novedoso, allá en linde con el terreno propiedad del señor, más
conocido como Dios por los creyentes.
Llamó pulsando el
botón que colorado lucerío mostrara sonando un tintineo breve segundo antes de
abrirse las abatibles del elevador vanguardista, y menuda vista; engalanado con
toque madera aun sin serlo, enorme espejo al frente que insuflaba anchura
inexistente y un ristra moderna, casi de ciencia ficción, cual instrumento de
manejo sencillo tanto como lumínico donde prevalecía en exclusiva verdes
fosforito y rojos negativa.
— ¡Menuda
chulada!—Exclamó el barbudo por no afeitarse, casando perfecto su desconcierto
cara con los andrajos que vestía, casi como todos los días.
—Bienvenido a
ascensores Sánchez, el máximo confort
con los últimos avances en seguridad—Le hablara la máquina.
— ¿Publicitando a tu
patrón? No debes temer, sólo eres una máquina. Despedirte es gasto ingente que
esta gente no está dispuesta a desembolsar. Diferente si fueses casi
adolescente ocupada en llevar y traer café al orondo haragán de turno, sentado
en oficina que reluce gracias al sacrificado servicio de limpieza que boga y
boga infinitos horarios, para no alcanzar suficiente salario como para poder
respirar. Teniendo en cuenta que el directivo carece de la preparación que
alberga la muchacha, ya sabes, la empleada con varios títulos universitarios
que ejerce cual camarera o chacha. Mientras el vago alcanzó sus metas gracias
al amiguismo que impera en esta patria que sólo conoce el caciquismo como
régimen. Es lo que tiene aunque le cambien el nombre y lo llamen democracia,
algo que siempre me hizo gracia al contemplar la vieja oligarquía repartida
ahora con firmas extranjeras, un mal poema que nos hunde todavía más en el
barro de la injusticia, sin duda de dudar, pues hacerlo es aceptar el juego
haragán de los vendidos que primero nos vendieron. Aunque dejemos el tema
cansino que cansa aletargado desde que España es España.
—Por favor, pulse el
piso de destino.
—Casa de mamá, ese
es el destino del motivo que me trae por la civilización. No hace mucho entró
un ladrón mientras labraba las tierras, no es qué den para mucho al carecer del
capital para comprar el abono que más que necesitar, claman incluso las malas
yerbas que subsisten por doquier. Aunque muchas de ellas andan más secas que el
tabaco que fuma el municipal de mi aldea, ya sabe, mi aldea natal. ¿Podría decirme
que botón he de pulsar para tal cometido? ¿Supongo que el uno no será?
Lata lateada de
latoso inculto a primera vista, aunque no hay que avizorar con el aldeano
recién atracado que iba a reclamar los cuartos prometidos por la aseguradora.
Al ser más que normal sus interacciones sinsentido que lo empujaban hablar con
cualquier cosa, además, empezó la acaramelada voz del aparato puntero la
conversación a la que entró ganado por su buena educación pese al chándal
agujereado y la cazadora de pana, que le daban aspecto mendigo en el edificio
atraco (disculpadme por repetir atraco, pero atracos perpetran desde sus
rancias opulencias enmascaradas en contratos más basura que los así conocidos,
sin ánimos de avasallar avasallando)
—Por favor, pulse el
piso de destino.
—Empiezas a
parecerte a mi exmujer, sólo que ella solicitaba colocando su mano delicada en
mi hombría erecta y con susurro seducción, que le diese la chequera para ir de
compras con sus amigas. Como comprenderás la cosa no acabó como en los cuentos azúcar
que nos cuentan en la escuela, aunque no es culpa de aquella profesora de
enormes melones tiesos, y hablo de sus pechos. Supongo que ahora le llegarán a
los tobillos porque la edad no perdona, causa estragos advertidos en los
mayores que ignoramos siendo críos, la inexperiencia se cura con el paso del
tiempo, la mejor medicina contra el mal juventud, si es que lo fuera en algún
momento porque puede que sea culpa nuestra esas reacciones de los inexpertos al
no enseñar lo que debiéramos y abandonar, ya sabe, encerrarnos en nuestros
mundos y que cada cual solucione, lo intente o sucumba.
De repente, sin
advertencia sonora, hablada, discutida o negociada; las puertas cerraron con
tintineo idéntico al que sonó cuando amaneciera, aunque avisó una vez pegadas
las de plata, provocando nerviosismo en el novato nada adicto a la modernidad
que no tardó en golpear las claudicadas al sonoro (auxilio) que nadie atendió,
hasta que…
—Por favor, pulse el
piso de destino.
Sudores gélidos,
mirada hundida, temblores de anciano en sus rudas manos que lanzó contra los
botones extraterrestres, pulsando todo lo que se podía pulsar y aquello que
aparentaba.
—Piso de destino,
quinto.
—No es el primero
pero tampoco el último. Pensaba que urdías extraña treta al cerrar las puertas
sin avisar, pero veo que estás en todo. Por un momento no lo contaba, ya sabes,
esto mismo que te cuento ahora. Esta mañana, al levantarme, me conquistó el
dichoso mal presentimiento por tener que venir a la ciudad, entre estas calles
sólo hallé ruina. Mamá cayó enferma de un día para otro y la trajeron al
hospital con la ventura que sanaría, mentira. Expiró agonizando en un cuartucho
color marfil, no hay derecho.
—Piso quinto, que
tenga un buen día.
—Gracias, es usted
muy amable, detallista aun con ese pequeño error de las puertas que no lo tengo
en cuenta. A propósito, me llamo Gabriel.
Justo en ese momento
se abrieron las abatibles presentando a orondo trajeado con peinado clasista
que portaba un maletín de diseño junto a gesto mofa, tras advertir que el
paleto hablaba distendido con el elevador.
—Es sólo una máquina
señor, la voz está grabada, no hay nadie al otro lado que pueda contestarle.
—No hagas caso de
estos, son cobardes que se esconden tras orna mentira. Si tuviese que cosechar
su propia comida moriría de hambre. Dime; ¿cómo te llamas?
—Por favor, tengo
cosas que hacer y supongo que usted también. Si no le importa, necesito llegar
cuanto antes a mi destino.
—Es usted un
maleducado. ¿No ve que estoy hablando con la señorita? Si tanta prisa tiene, baje
por las escaleras que le vendrá bien a esa panza de cerdo a puntito de conocer
a su san Martín.
—No te alteres,
Gabriel; me llamo Noelia, es un placer haber viajado contigo y espero
soluciones tus asuntos con el seguro. Que tengas un espléndido día.
No contestara la
inerte que habla en tono recto, y nada solucionó frente al seguro estafa, pero
pincelada de surrealismo diera en pro de la buena consciencia de quien inventa,
puesto que el drama siempre derrama en la historia del perdedor camino a la culminación
de su tranco constante hacia el averno. Aclarado esto; cincelo último toque al
sinsentido fantaseado en beneficio de aquellos y aquellas, raros y raras, que
apaciguan las bravas egoístas de la deshumanizada humanidad.
Tal vez dando
personalidad a lo inerte, algunos entiendan lo que bien aprendieron siendo
infantes frente al descubrimiento de la vida. Esa misma que de adultos ultrajan
excusados en meras conjeturas falaces.
®Dadelhos
Pérez
Componer desde
seguridades literarias está bien cuando anda en la senda profesional, puede que
tecnicismos o revenimientos en esos escuetos destinados a la publicidad. Son
estilos que bien engalanan cumpliendo objetivos, que en este caso, trasgrede
sin más pretensión que experimentar con mis habituales pinceladas romancero tan
inusuales en mis trabajos de índole más comercial o profesional.
Es un breve relato
introspectivo que abarca amplio espectro social en mera ocurrencia cotidiana;
añadiendo cual anécdota, que sí, fui testigo de una conversa similar hace
algunos años, un descubrimiento casual que alivió mis ansiedades al comprobar
que no era (o soy) el único loco sobre la faz de la tierra al mantener ese
quehacer crío de hablar con objetos inertes dándoles personalidad o
humanizándolos.
Espero no haber
aburrido demasiado con mis bobadas, experimentos u ocurrencias. Dejo al libre
albedrio la crítica de cada cual. Ya sabes que sólo pretendo entretener en mi
insaciable búsqueda de nuevos formatos (cosa de loco) tras leer y leer las
experimentaciones de otros y otras.
Puede que mis
despedidas a pie de página redunden, no tengan (o hayan perdido) esa frescura
de mis primeros escritos en las redes sociales (algo más de un año si mis
cuentas son correctas) Pero expresan perfectas los deseos sinceros que
ambiciono para cualquier ser vivo (donde incluyo animales y vegetación. Todos)
La felicidad es la
acción de surcar camino, y su adverso es quedar inmóvil en la vorágine de la
existencia, pues no conduce más que a soledades pese a estar rodeado/a de
personas. (Aun siendo apreciación personal)
Te deseo de lo bueno
lo mejor, de lo mejor lo más, y bueno; de lo más, mejor todavía (por mermar un
poco el refrán) espero nos leamos pronto en la cercanía de la distancia que nos
regala la nube, hasta entonces… Hasta ahora.
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