martes, 12 de abril de 2016

El elevador.

EL ELEVADOR por Dadelhos Pérez

Treinta y un días después de la inauguración del enorme edificio cristal, pues así vestía en zarco suavizado que se confundía en día nada nublado con el celeste emperador, acudió requerido por el seguro de la seguranza que aseguraba la vieja casa de mamá donde regresó derrotado por la vida en común que de eso poco albergara, ya que la que fuere su dama, se inspiraba en esa otra del bien aparentar mortificando al currante de turno que no alcanzaba hasta alcanzar el linde del vaso paciencia desbordando, o dicho de otra manera, quedando usurpada su ensoñación amatoria y cambiada por la cruenta realidad, esa que pese a pasearse a diario por su quehacer mundano no fue capaz de vislumbrar o no quiso emperrado en su ensoñación. (Tanto no sé aunque narre a sabiendas.)
Aclarado este guiso, procedo al extraño entuerto que nuestro protagonista protagonizó (valga o no la redundancia del que inventa) en las entrañas del ascensor treinta y tres aunque solo existían dos; el de servicio destinado a los que sirven de valer por valía, y el de los directivos de nómina dantesca valorando en balanza justa de justicia sus labores mensuales, que escuetas, se resumían en tomar café a las cinco en la máquina de siempre, tirar los tejos a las inexpertas bajo contrato de horas sino minutos y acudir a la barra de la cafetería ubicada en la última planta del novedoso, allá en linde con el terreno propiedad del señor, más conocido como Dios por los creyentes.
Llamó pulsando el botón que colorado lucerío mostrara sonando un tintineo breve segundo antes de abrirse las abatibles del elevador vanguardista, y menuda vista; engalanado con toque madera aun sin serlo, enorme espejo al frente que insuflaba anchura inexistente y un ristra moderna, casi de ciencia ficción, cual instrumento de manejo sencillo tanto como lumínico donde prevalecía en exclusiva verdes fosforito y rojos negativa.
— ¡Menuda chulada!—Exclamó el barbudo por no afeitarse, casando perfecto su desconcierto cara con los andrajos que vestía, casi como todos los días.
—Bienvenido a ascensores Sánchez, el máximo confort con los últimos avances en seguridad—Le hablara la máquina.
— ¿Publicitando a tu patrón? No debes temer, sólo eres una máquina. Despedirte es gasto ingente que esta gente no está dispuesta a desembolsar. Diferente si fueses casi adolescente ocupada en llevar y traer café al orondo haragán de turno, sentado en oficina que reluce gracias al sacrificado servicio de limpieza que boga y boga infinitos horarios, para no alcanzar suficiente salario como para poder respirar. Teniendo en cuenta que el directivo carece de la preparación que alberga la muchacha, ya sabes, la empleada con varios títulos universitarios que ejerce cual camarera o chacha. Mientras el vago alcanzó sus metas gracias al amiguismo que impera en esta patria que sólo conoce el caciquismo como régimen. Es lo que tiene aunque le cambien el nombre y lo llamen democracia, algo que siempre me hizo gracia al contemplar la vieja oligarquía repartida ahora con firmas extranjeras, un mal poema que nos hunde todavía más en el barro de la injusticia, sin duda de dudar, pues hacerlo es aceptar el juego haragán de los vendidos que primero nos vendieron. Aunque dejemos el tema cansino que cansa aletargado desde que España es España.
—Por favor, pulse el piso de destino.
—Casa de mamá, ese es el destino del motivo que me trae por la civilización. No hace mucho entró un ladrón mientras labraba las tierras, no es qué den para mucho al carecer del capital para comprar el abono que más que necesitar, claman incluso las malas yerbas que subsisten por doquier. Aunque muchas de ellas andan más secas que el tabaco que fuma el municipal de mi aldea, ya sabe, mi aldea natal. ¿Podría decirme que botón he de pulsar para tal cometido? ¿Supongo que el uno no será?
Lata lateada de latoso inculto a primera vista, aunque no hay que avizorar con el aldeano recién atracado que iba a reclamar los cuartos prometidos por la aseguradora. Al ser más que normal sus interacciones sinsentido que lo empujaban hablar con cualquier cosa, además, empezó la acaramelada voz del aparato puntero la conversación a la que entró ganado por su buena educación pese al chándal agujereado y la cazadora de pana, que le daban aspecto mendigo en el edificio atraco (disculpadme por repetir atraco, pero atracos perpetran desde sus rancias opulencias enmascaradas en contratos más basura que los así conocidos, sin ánimos de avasallar avasallando)
—Por favor, pulse el piso de destino.
—Empiezas a parecerte a mi exmujer, sólo que ella solicitaba colocando su mano delicada en mi hombría erecta y con susurro seducción, que le diese la chequera para ir de compras con sus amigas. Como comprenderás la cosa no acabó como en los cuentos azúcar que nos cuentan en la escuela, aunque no es culpa de aquella profesora de enormes melones tiesos, y hablo de sus pechos. Supongo que ahora le llegarán a los tobillos porque la edad no perdona, causa estragos advertidos en los mayores que ignoramos siendo críos, la inexperiencia se cura con el paso del tiempo, la mejor medicina contra el mal juventud, si es que lo fuera en algún momento porque puede que sea culpa nuestra esas reacciones de los inexpertos al no enseñar lo que debiéramos y abandonar, ya sabe, encerrarnos en nuestros mundos y que cada cual solucione, lo intente o sucumba.
De repente, sin advertencia sonora, hablada, discutida o negociada; las puertas cerraron con tintineo idéntico al que sonó cuando amaneciera, aunque avisó una vez pegadas las de plata, provocando nerviosismo en el novato nada adicto a la modernidad que no tardó en golpear las claudicadas al sonoro (auxilio) que nadie atendió, hasta que…
—Por favor, pulse el piso de destino.
Sudores gélidos, mirada hundida, temblores de anciano en sus rudas manos que lanzó contra los botones extraterrestres, pulsando todo lo que se podía pulsar y aquello que aparentaba.
—Piso de destino, quinto.
—No es el primero pero tampoco el último. Pensaba que urdías extraña treta al cerrar las puertas sin avisar, pero veo que estás en todo. Por un momento no lo contaba, ya sabes, esto mismo que te cuento ahora. Esta mañana, al levantarme, me conquistó el dichoso mal presentimiento por tener que venir a la ciudad, entre estas calles sólo hallé ruina. Mamá cayó enferma de un día para otro y la trajeron al hospital con la ventura que sanaría, mentira. Expiró agonizando en un cuartucho color marfil, no hay derecho.
—Piso quinto, que tenga un buen día.
—Gracias, es usted muy amable, detallista aun con ese pequeño error de las puertas que no lo tengo en cuenta. A propósito, me llamo Gabriel.
Justo en ese momento se abrieron las abatibles presentando a orondo trajeado con peinado clasista que portaba un maletín de diseño junto a gesto mofa, tras advertir que el paleto hablaba distendido con el elevador.
—Es sólo una máquina señor, la voz está grabada, no hay nadie al otro lado que pueda contestarle.
—No hagas caso de estos, son cobardes que se esconden tras orna mentira. Si tuviese que cosechar su propia comida moriría de hambre. Dime; ¿cómo te llamas?
—Por favor, tengo cosas que hacer y supongo que usted también. Si no le importa, necesito llegar cuanto antes a mi destino.
—Es usted un maleducado. ¿No ve que estoy hablando con la señorita? Si tanta prisa tiene, baje por las escaleras que le vendrá bien a esa panza de cerdo a puntito de conocer a su san Martín.
—No te alteres, Gabriel; me llamo Noelia, es un placer haber viajado contigo y espero soluciones tus asuntos con el seguro. Que tengas un espléndido día.
No contestara la inerte que habla en tono recto, y nada solucionó frente al seguro estafa, pero pincelada de surrealismo diera en pro de la buena consciencia de quien inventa, puesto que el drama siempre derrama en la historia del perdedor camino a la culminación de su tranco constante hacia el averno. Aclarado esto; cincelo último toque al sinsentido fantaseado en beneficio de aquellos y aquellas, raros y raras, que apaciguan las bravas egoístas de la deshumanizada humanidad.
Tal vez dando personalidad a lo inerte, algunos entiendan lo que bien aprendieron siendo infantes frente al descubrimiento de la vida. Esa misma que de adultos ultrajan excusados en meras conjeturas falaces.

®Dadelhos Pérez

Componer desde seguridades literarias está bien cuando anda en la senda profesional, puede que tecnicismos o revenimientos en esos escuetos destinados a la publicidad. Son estilos que bien engalanan cumpliendo objetivos, que en este caso, trasgrede sin más pretensión que experimentar con mis habituales pinceladas romancero tan inusuales en mis trabajos de índole más comercial o profesional.
Es un breve relato introspectivo que abarca amplio espectro social en mera ocurrencia cotidiana; añadiendo cual anécdota, que sí, fui testigo de una conversa similar hace algunos años, un descubrimiento casual que alivió mis ansiedades al comprobar que no era (o soy) el único loco sobre la faz de la tierra al mantener ese quehacer crío de hablar con objetos inertes dándoles personalidad o humanizándolos.
Espero no haber aburrido demasiado con mis bobadas, experimentos u ocurrencias. Dejo al libre albedrio la crítica de cada cual. Ya sabes que sólo pretendo entretener en mi insaciable búsqueda de nuevos formatos (cosa de loco) tras leer y leer las experimentaciones de otros y otras.
Puede que mis despedidas a pie de página redunden, no tengan (o hayan perdido) esa frescura de mis primeros escritos en las redes sociales (algo más de un año si mis cuentas son correctas) Pero expresan perfectas los deseos sinceros que ambiciono para cualquier ser vivo (donde incluyo animales y vegetación. Todos)
La felicidad es la acción de surcar camino, y su adverso es quedar inmóvil en la vorágine de la existencia, pues no conduce más que a soledades pese a estar rodeado/a de personas. (Aun siendo apreciación personal)
Te deseo de lo bueno lo mejor, de lo mejor lo más, y bueno; de lo más, mejor todavía (por mermar un poco el refrán) espero nos leamos pronto en la cercanía de la distancia que nos regala la nube, hasta entonces… Hasta ahora.


    

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