jueves, 28 de abril de 2016

Aquella ciénaga

AQUELLA CIÉNAGA por dadelhos pérez

Hay historias que narran sobre cuentos que rezan, pero ninguna se equipara aquella arcaica (que quiere decir vieja) como relatara dicharachero mi buen abuelo mientras se balanceaba en mecedora desteñida, aun sin riña, al saltar la mano de pintura violeta por cumplir tantos años como el padre de mi papá. De recuerdos se acordaba cuando el cuento contaba tildando de heroína a simple rata de agua o de marjal.
Lo sé, no es que fuera animal querido por todos para historia amena y con moraleja para nada escudriñada, siendo más codiciado el ratón saltarín, la rana de charca, el perro fiel, el gato cruel o su primo independiente, pues por norma corriente suelen protagonizar las leyendas. Ya sabéis, esas fábulas que confabulan en tretas marañas para terminar cual almuerzo familiar en soleado domingo frente a playa veraniega, como ejemplo nada rebuscado.
Dicho lo expuesto sin más pretexto que atar atenciones para con el cuento o historieta, comienzo igual que comenzara mi buen abuelo y su ir y venir sentado, por supuesto al son pausado y chirriante de la vieja mecedora… Puesto…
Érase una vez que fuere aun siendo, una rata de pelo esbelto y cola pelada que nadaba y nadaba en el humeral de la zona. Ni la rana campeona o el pescado de aguas dulces, y me refiero al más veloz, podían competir frente al airoso correteo acuático de la acuática amante del queso, cual buen roedor.
Mundo imposible con parla de animal y raciocinio amoldado al arado de la convivencia, existía en el universo pequeño de aquella comunidad, claro está, circundada por completo al vital y líquido elemento que subsistencia otorgaba, desde simple respirar de los peces pescados que con creces burlaban el anzuelo del humano dominguero, o como pelado divertimento del que ya os hablé. Nadar y nadar durante rato grande y parar para bucear pequeño, ya que la rata acuática todavía no sabía respirar como el pez, aunque a éste le ocurría lo mismo pero a la inversa, teniendo como referencia el líquido vital cual linde del diferente respirar entre mamífero y pescado. Pero esperad, pues lo tranquilo es momentáneo igual que momento gastado, liquidado, consumido o esperado por aún no llegar (seguro que hay más tipos de momentos pero ahora no los llego a recordar) Entonces…
Mañana diferente en alba copiada de la anterior, iluminó igual que iluminara el humeral natura cual casa de los cientos que vivían en él. Tan amable presentara el día que todo lo cambió, que los rayos del astro colaron por rendijas en la casa enana de madera donde vivía la heroína nadadora, esa de cola pelada y cabello frondoso de gris color con mechas escarlata, al ser doña y no don, que solía engalanarse acudiendo a la peluquería propiedad de la mofeta que gozaba de enorme reputación en su quehacer estilista, aun con vista, al soltar pedo silencioso y de putrefacto olor cuando se irritaba frente a esos y esas con mucha cara que intentaban no pagar.
Levantó con salto vida, sin esperanza pues nada esperó o esperaba, caminando a dos patas hasta la cocina tras atravesar el diminuto salón y agarrar una cuarta de queso tierno que sustrajo de la granja del humano ganadero, el mismo dominguero que anzuelo lanzaba y los peces burlaban cada siete días, siendo exacto con esmerada exactitud.
No se sentaba en el taburete diminuto frente a la mesa a la par, pues el deseo de nadar la empujaba a tomar de pie el desayuno. Bocado tranquilo primero, luego, seguido, un par frenéticos, mastica y mastica para después tragar y…
Dentellada paralizó súbita en la garganta que atraganta, y espanta y espanta buscando el vaso de agua que solía dejar preparado al sufrir cada mañana el mismo espanto, el cual calmaba con trago divino de la divina que desatascaba su ansiedad para luego zambullirse en el humeral y nadar rato grande, parar, buceando pequeño por el tema de respirar.
Y así mismo ocurrió superando mal trago para salir de la casa y descubrir lo que nunca creyera pese a mirar con ojos platos, con los prismáticos, a través del cristal de la ventana, sentada y de pie, acurrucada, entre los dedos de las zarpas y nada de nada. Nada, con todas sus poses espectaculares vio lo que fuera pues fuera lo que es, ni más, ni menos… Refunfuñara…
¿Dónde diantres está el agua?— Alucinada tanto como preocupada al no estar lo que ayer por la tarde estaba y no lo soñó.
Bajó tres escalones hasta plantarse en el desértico acuífero que ya no existía, sólo barro o arcilla de atrayente color palidecido y los juncos, esos viejos amigos que les encanta vivir en la líquida y jugar con el viento porque rectos, impasibles e iguales formaban todos esperando la caricia del aire, y cuando llegaba, danzaban coreografía cual pieza perfecta del ballet natura aun sin música celestial. Tan graciosos resultaban que la rata los admiraba desde el porche de su casa tras su asidua sesión de natación.
Anoche, bajaba y bajaba más de lo habitual, doña rata. — Comentó el junco mayor— Quedando disecado el marjal cuando la luna generala imperaba con más fuerza en su reino oscuro, claro está, no del todo al coexistir con los guiños estrella y su propio corpóreo plata.
Puede que se desviara por alguna razón o que alguna vaca se la bebiera disecada, tras zamparse las toneladas que se zampan en el prado sin árboles y cercado con vallas de color, ¿viste alguna anoche metiendo el hocico en el humeral?
Seguro que alguna bebió, estimada campeona de la zambullida, pero por mucho que bebiera no alberga tanta tripa para la ingente reina de nuestra humilde comunidad. Habrá que investigar que diantres pasó para que tanta cristalina se evaporara en noche despejada y sin ruidos.
Sonaron cánticos de grillos alguaciles en extraño día mal augurio llamando a todo el reino animal, entiéndase la comunidad del agua, en asamblea urgente presidida por la rana fulgurante, aunque se llamaba Ancas, por ser la más vieja del lugar y por lo tanto calzaba experiencia que entrega sabiduría, la misma que compartía con sus convecinos que aterrados acudieron a la piedra enorme desde donde se solían lanzar a la cristalina los diferentes nadadores y nadadoras o viceversa, ya que el orden no altera lo expuesto…
Crisis nos golpea al despertarnos en secano que horas antes no fue—Comenzó discurso exaltado pues exaltada tanto como asustada estaba la veterana Ancas en incomprensible contradicción—Formaremos grupo de investigación mientras el resto se recluirá en la charca del prado, la del dominguero humano, hasta que logremos averiguar el extravío de la límpida intentándola recuperar. ¿Alguna pregunta?
¿De preguntar?—Con su aguda voz interpeló el saltamontes Trotes.
Por supuesto, del preguntar—Contestó la sabía de piel resplandeciente.
¿De preguntar lo que sea o sólo sobre el elemento vital?—Insistió el insecto.
Lo que sea también vale— Con monumental paciencia, sin ciencia y avizorando leve.
¿Puedo formar parte del contingente de investigación?
Puedes.
¿Puedes de poder?
De poder puedes y deja de liar la liada que lías liando con cuestión que no cuestiona, Trotes. Irás con nuestra campeona riachuelo arriba hasta descubrir el enigma que hace peligrar la comunidad. Y si fuere posible, liberar la cristalina o convencedla para que regrese tanto ella como nuestros hermanos peces. Y al resto, recoged los flotadores cintura y manguitos, las gafas de buceo, la goma del pelo, peines y toallas de río o de playa; pues en hora escasa, partimos a la charca humana más allá de las vallas. Esquivando a las vacas e intentando no llamar la atención del viejo perro Negrito. Ya sabéis cómo se las gasta cuando atisba enano animal ya que solo piensa en jugar, lamiendo y lamiendo, moviendo rabo, ladrando y volviendo a ladrar, sin contar con su insistencia de correr tras palo lanzado y traerlo a la vera para que se vuelva a lanzar, cosa imposible por nuestro pequeño tamaño que no comprende el saleroso can.
Trotes se puso sombrero esperando en el borde riachuelo a la afamada rata, que por llegar, llegara luciendo gafas de sol en oscuro tono zarco (que es azul) para partir ambos siguiendo el serpenteante constante e inclinado ascendente del disecado que cruzaba olvidadas tierras, al menos para estos dos que nunca salieron de la ciénaga.
Arboleda coníferas (pinos variados repletos de piñas temporada) matorrales con espinas y espinas zarzamora aun sin mora madura en zarza. Rocas y piedras, baches, ramajes e infinidad de obstáculos que la rata esquivaba veloz y el saltamontes saltaba, puesto era el mejor saltador de la región.
¡Un momento momentáneo, que pista vislumbro en la base riachuelo! — Agarrando su verde cara con las cuatro patas mientras se sostenía con las serradas, ventajas de saltamontes.
¿Algún pescado rezagado que nos pueda explicar?— Esperanzada preguntara ella.
No, no es pez porque agua no hay. — Dijera con su voz atontada.
¿Alguna nota escrita por la anguila?— Insistente insistiera, insistiendo.
Tampoco, buena amiga, aunque mire y mire no hallo animal. — Redundara repetido.
¿Entonces?
Tú ven y mira, además; ¿de qué sirve explicar si con tus ojos puedes vislumbrar?, a no ser que esas raras gafas de sol te impidan ver la pista descarada que descansa entre las piedras y el fango, sin agua, gritando motivos del desmán desconocido. Anda ven.
Andando voy.
¿Hacia aquí?
Hacia ti, llegando—Colocándose a su lado.
Increíble creído al tener enfrente cierto referente que luz podría arrojar, cuatro guijarros circundaban un pedazo de plástico colorado, teniendo en cuenta el peligro que conlleva para los nadadores acuáticos aunque ese no era el caso, claro está.
Puede que sea el motivo, ingente cantidad del colorado atascando en cualquier punto río arriba—Discernió la rata lista mientras carcajeó el saltamontes— ¿Qué te hizo gracia de nuestra desgracia, Trotes?
Sólo cumplo con lo demandado, cómo dijiste río arriba, me puse sobre dos patas para reír lo más arriba que pude. Aunque no entiendo demasiado bien de qué servirá.
Después de la tontuna del experimentado saltador, imperó la aventura al acelerar pasó para llegar al alto donde lo imposible volviera a sorprender. Boca estrecha del riachuelo que a consciencia regeneraba la cristalina de la ciénaga, su hogar, atiborrada de plásticos varios, algún neumático de sidecar, troncos; también muebles y enseres típicos de los pintorescos monos pelados que visten extraño, siempre tapando piel.
Menudo desbarajuste en la boca más escueta que conduce conduciendo el elixir vital a la ciénaga.
No te preocupes Trotes, esto lo vamos a solucionar.
Voces a lo lejos o a lo profundo, no sabría precisar; clamaron clementes ayuda inminente desde el lado anegado por la atascada, asomándose en saliente roca grisácea la acuática nadadora. Mirara detenida tras quitarse las gafas zarcas vislumbrando la tragedia que atrapaba a sus hermanos de carreras, los veloces peces de agua dulce, aun sin azúcar, que atrapados entre ingente basurero intentaban escapar.
¡Son ellos y están todos!
¿Los reyes magos de navidad, sus pajes y los regalos?
No. Nuestros hermanos, Trote.
¿No me digas que han venido mis familiares de la estepa?
Deja de inventar y mira, están todos. Los perezosos colorados, los listos ingenieros, los verdes rápidos y los lentos incoloros. Asidos entre el desperdicio que tiró algún animal…
¿Animal por serlo o por ejercerlo?
Por ejercerlo al serlo todos los que hay.
¿Quién hay, no te entiendo?
Mejor no perdamos el tiempo y rescatemos a los pescados de su horrible mal. Sin paciencia aun con ciencia como nos enseñaron en la escuela. Roeré y roeré el atascado desde la parte seca a ver si retomando la corriente se pueden soltar…
Nerviosismo reinara en alta montaña desde donde se podía divisar el pueblo teja vieja, cuatro casas blancas por la cal aplicada aterrizada la primavera, y al lado, escupiendo humo negro por chimenea inmensa, una fábrica de muebles de madera.
La rata acuática entró en el cauce seco con tremenda presteza, esquivando filos roca, alguna vara suelta, arbustos del verde oscuro y algún que otro u otro que algún dispar, que cuando pisó, resbaló leve retomando equilibrio con el gran atino heredado por su agilidad. Y frente al enorme taponamiento de plástico maloliente, agarró aire y saltó enérgica agarrándose para comenzar a roer.
¿Y yo que hago?— Nervioso él.
No puedo hablar y roer al mismo tiempo, busca una rama e intenta liberar algún pescado para que me ayude a roer desde el otro lado.
Los pescados no roen, sabionda. Nadan, abren y cierran la boca para volver a nadar: Apropósito, ¿qué más hacen los peces aparte de lo que mencioné?
¿Morir atorados en plástico? —Retórica ella.
¿Morir de muerte? — Pesado él.
De muerte de morirse, Trote.
No hubo más comentarios ni preguntas facundias frente a la insostenible situación, agarrando rama delgada aunque pesada para el saltamontes, que intentaba acercar a los atrapados sin llegar a tocar agua por lo corto de la vara y lo diminuto de su extremidad.
Fue entonces cuando apareció un elegante castor de pelaje tierra, ojos penumbra, cintura barriguda y bigotes iguales a los habituales en felinos enormes, medianos o los pequeños que tanto les agrada jugar con ovillos de lana entre la amplia variedad de sus juguetes, claro está.
Desde roca prominente que sobresalía se lanzó a la cristalina liberando a los peces aun tentado en hincarles diente, cosa que evitó, para ergo empujar violento el plástico tapón retornando la corriente a su cauce natural.
¡Insensato! ¿Qué has hecho? Menos mal que la rata acuática es la mejor nadadora de la comarca. — Recriminó Trote colocándose bien su sombrero. — Aunque debo agradecer tu esfuerzo al liberar a mis hermanos peces y desatascar el entuerto que secó el humeral.
Fue salvación encontrada, hallada, tropezada, casual o aposta; puede que viniera o fuere, a la postre resolvió el problema del enigma de la ciénaga que descubriera la nadadora y el experto saltador en la avanzada mañana que peligró el flujo vital y a sus hermanos peces.
No sabía de la existencia de vuestra comunidad, pues de saberlo, seguro que diminutas brechas hubiera dejado para que agua no os faltara. Siento el agravio que os pudiera causar. — Se disculpó el enorme castor de palas dientes gigantes, tanto como su panza peluda o sus bigotes gato.
Me llamo Trotes, rata grande. — Se presentó.
No soy una rata, soy un castor.
¿Castor de casta?
Castor de especie.
¿Especie de especia? ¿Igual que las yerbas resecas que recoge Ancas para sus guisos?
Especie de ser, no de comer.
¿No comes?
¿Qué bicho te ha picado? ¿El mosquito mareo, el del atontamiento o la mosca que inocula bobería con su vuelo triangular?
Puede de posibilidades, que aquella locura aun siendo aventura que acabara bien, resultase advertencia hincando consciencia entorno al líquido vital que mantenía la comunidad. Lo cierto es que la rata campeona, Trote y el castor barrigón, limpiaron de desperdicios toda la vera del riachuelo mientras los peces aplaudían con sus aletas, porque manos no tienen, cuando quedó inmaculado el cauce, el hondo que es fondo y los bordes anegados por juncos jóvenes y otros niño. Y los primeros abetos de la frondosa arboleda también vitorearon a los héroes de esta historieta que juntos regresaron río abajo hasta alcanzar la ciénaga.
Mi abuelo, llegado este punto, dejaba balanceo con gesto agradable para contarme el final que solía cambiar dependiendo del día. Si sol secuestraban las nubes y viento no hacía, el castor se quedaba a vivir en el humeral coexistencia del maravilloso universo inventado, puesto que domingos de verano en la bienhallada tierra fantasía, visitaban el marjal los nietos y nietas del ganadero dominguero, que aún extraño sonar, dejó de lanzar caña desmotivado por la inteligencia juguetona y con motas de mofa de los pescados de agua dulce, aunque sin azúcar, edulcorante o aditivos alejados de la natura del lugar.
Lo cierto es que por mucho que mermara la historieta de la nadadora, el saltador charlatán y el castor barriguitas; siempre soltaba contagiosa risa para ergo incitarme a vislumbrar ese paraíso comunitario cruzando el extenso prado donde sus vacas pasturaban, esquivar la charca y llegar al vallado de color junto a Negrito (el perro fiel de mi abuelito que siempre que iba me solía acompañar) Adentrándome en el humeral mágico para ver a la rana Ancas nadar, a los peces veloces, a ingente ristra de saltamontes donde seguro que Trotes preguntaba cansino y por preguntar. Divisando en el centro de la ciénaga a la esbelta rata acuática de gris pelaje y con mechas escarlata. Era ella sin duda puesto siempre llevaba gafas zarcas de sol que se ponía después de su habitual chapuzón allá, en las tierras de mi abuelo ganadero aficionado a la pesca aunque jamás llegara nunca a pescar. En los arrabales del pueblo teja vieja y la fábrica de muebles de madera donde pasé parte de mi infancia y aprendí a soñar.
Como bien comenzara esta andanza orada y tildada de cierto romancero, oda, poesía en prosa o prosa poética; Hay historias que narran sobre cuentos que rezan, pero ninguna se equipara aquella arcaica (que quiere decir vieja) como relatara dicharachero mi buen abuelo al son chirriante tanto como familiar de su mecedora… Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
® Dadelhos Perez














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