Estimada y muy querida
añoranza:
Soy consciente de que
pueda parecer descarado el enviarle esta misiva. Pero créame cuando
le digo que la nula fuerza frente a la necesidad me reduce al
desespero sin hallar solución, aunque me gustaría antes de nada
saludarla como es debido. No quiero que piense lo que parece aun
siendo así. La única compañera que me queda es la señora soledad.
Ella pasa las veinticuatro horas del día pendiente, como mamá,
aunque es parca en mostrar sentires; un abrazo, un beso en mejilla,
ni siquiera me dedica sonrisa. Sé que está, de eso no tengo dudas,
cada vez que despierto albea a mi lado con sepulcro silencio… Pero
no es lo mismo sin usted, señora.
Años atrás cuando
vivíamos en armonía todo era diferente, es cierto que en ocasiones
me mostré distante, deseoso de desterrarla de mi lado por su
insistencia en volver una y otra vez al pasado. Compréndame, mirar
atrás duele si encima mece balata que despierta sentimiento, mi
hijo, mi mujer, mi familia y los retales que conforman el anciano
desdentado que soy. Un pobre loco encarando más locura por las
ausencias, ¿recuerda? Al principio se reducía a parcos segundos
donde no sabía dónde estaba, una sensación extraña que conquistó
por completo desterrándola a usted.
Peor que añorar, señora;
es no recordar ni tu propio nombre, asustarte frente al anónimo del
espejo; incomodarte por el buen trato de las niñas que hablan a
sabiendas al loco que no entiende nada hasta que retorna fugaz la
cordura, como en este momento, y aprovecho para encarecidamente
suplicarle que regrese con todos y cada uno de mis fantasmas, con las
risas de cuando niño. Quiero volver a ver a padre y madre. Quiero
jugar en la arena con mis hermanos. Quiero besar los labios de mi
princesa tras susurrarle halagos en tono cálido. Quiero bromear con
mi hijo, dar pelotazos en el patio de casa… Quiero recordar todo lo
bueno y lo malo…
Espero atienda mi súplica
y venga antes de que quede en blanco, de lo contrario, amiga; hágame
el favor de enviar a la de la guadaña para que corte el hilo que me
ata a esta condena. Prefiero la muerte física…
― ¿Qué hace, don
Alfredo? Me alegra verle de nuevo escribiendo, es muy buena señal.
― ¿Quién es usted?
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