lunes, 7 de marzo de 2016

Canciones del silencio

LAS CANCIONES DEL SILENCIO


Esperar a que frene llovizna pegando nariz en el cristal gélido, suelta el infante aire pulmón tiñendo en vaho existencia al trasparente que deja de serlo, mientras el crepitar alimenta con su banda sonora la escena tierna del zagal que empieza por primera vez a ir más allá del recuerdo, tumbando su morriña de mirada húmeda en el regazo añoranza pese a su corta edad, ese primer capítulo capitulado al no poder hacer más que lo qué hace.
Un relámpago parido del más oscuro nubarrón alcanza suelo, la lluvia enerva ritmando feroz su caída mortal estampándose en la tierra madre, en el agua mar, en las copas de los árboles, en el seno de matojos o en el lomo de las inmóviles vacas que esperan que pare caladas hasta los huesos.
Linde traza mirada que ansía ajena al candor acogedor de la sala desventura, mamá marchó buscando sustento y vendió su talento a postores forasteros. Según la abuela, su segunda madre, a la Francia de uva y vino caro, espumoso refinado, junto a otros tantos en amplio abanico igual que los cientos de quesos gabachos… ¿A quién le importa eso?
Cerró ventanas del alma herida, llenó de viento esperanza hasta su barriga, golpeando frente de forma tenue sobre el cristal tambor en compás desesperado y hundido en la taza amarga del aceptar… Aceptando…
Madre ama camino en senda destino por el bien del retoño triste, pues al irse, dejó al tierno en aras de la morriña que engendrara riña despiadada en su coleto chico.

Danzará la lluvia frente a la canción de cuna rescatada por las faltas, cuando occisas figuraban en papel inexistente que daba pie a la voz de madre entonando nana; y ahora; percusión cabeza ventana muestra ruta junto al rabioso soplar de afuera, sonaban panderetas por la lluvia, timbales rugidos de truenos, flautas agudas por el colar del aire por la rendija escasa de alguna abertura de su alma… Reproduciendo la primera estrofa que versa oda aprendida por el incondicional amor de la mujer preocupada que marchó a la Francia perdida, por procurarle vestimenta, techo y un plato en mesa… Presta oído, deja que tu alma entienda y canta la nana que mamá cantaba cual canción de las canciones del silencio, pues eso queda en el momento. Aunque nubes morirán abriendo claros que suenan al tren recién llegado que trae la felicidad en sus entrañas vagones. Apagando llanto desolado por la desolación del infante sin su madre, que llegado el sol, la abrazará de nuevo.

Fuerte fuera por tiempo que entiendo, aquella tarde de invierno se convirtió en pesar la falta de mamá trabajadora, y ahora; cincuentón pausado que encaja destino cual remiendo sin hilo que nada soluciona. Débil ando tras el sepelio de la mujer que más me quiso, tanto, que dejó sus sueños para que yo pudiera alcanzar los míos.
Aquella canción del silencio no fue nada, es en este momento y hasta el final de mis días cuando suena, seguirá sonando y morirá conmigo.
Sólo me queda por poner estribillo a tan triste historia que fue plena siendo realista, y no cabe más que un “Mamá, te quiero.” Resonando en mis callados… y necesito.





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