LAS
CANCIONES DEL SILENCIO
Esperar a que frene llovizna pegando
nariz en el cristal gélido, suelta el infante aire pulmón tiñendo
en vaho existencia al trasparente que deja de serlo, mientras el
crepitar alimenta con su banda sonora la escena tierna del zagal que
empieza por primera vez a ir más allá del recuerdo, tumbando su
morriña de mirada húmeda en el regazo añoranza pese a su corta
edad, ese primer capítulo capitulado al no poder hacer más que lo
qué hace.
Un relámpago parido del más oscuro
nubarrón alcanza suelo, la lluvia enerva ritmando feroz su caída
mortal estampándose en la tierra madre, en el agua mar, en las copas
de los árboles, en el seno de matojos o en el lomo de las inmóviles
vacas que esperan que pare caladas hasta los huesos.
Linde traza mirada que ansía ajena
al candor acogedor de la sala desventura, mamá marchó buscando
sustento y vendió su talento a postores forasteros. Según la
abuela, su segunda madre, a la Francia de uva y vino caro, espumoso
refinado, junto a otros tantos en amplio abanico igual que los
cientos de quesos gabachos… ¿A quién le importa eso?
Cerró ventanas del alma herida,
llenó de viento esperanza hasta su barriga, golpeando frente de
forma tenue sobre el cristal tambor en compás desesperado y hundido
en la taza amarga del aceptar… Aceptando…
Madre ama camino en senda destino
por el bien del retoño triste, pues al irse, dejó al tierno en aras
de la morriña que engendrara riña despiadada en su coleto chico.
Danzará la lluvia frente a la
canción de cuna rescatada por las faltas, cuando occisas figuraban
en papel inexistente que daba pie a la voz de madre entonando nana; y
ahora; percusión cabeza ventana muestra ruta junto al rabioso soplar
de afuera, sonaban panderetas por la lluvia, timbales rugidos de
truenos, flautas agudas por el colar del aire por la rendija escasa
de alguna abertura de su alma… Reproduciendo la primera estrofa que
versa oda aprendida por el incondicional amor de la mujer preocupada
que marchó a la Francia perdida, por procurarle vestimenta, techo y
un plato en mesa… Presta oído, deja que tu alma entienda y canta
la nana que mamá cantaba cual canción de las canciones del
silencio, pues eso queda en el momento. Aunque nubes morirán
abriendo claros que suenan al tren recién llegado que trae la
felicidad en sus entrañas vagones. Apagando llanto desolado por la
desolación del infante sin su madre, que llegado el sol, la abrazará
de nuevo.
Fuerte fuera por tiempo que entiendo,
aquella tarde de invierno se convirtió en pesar la falta de mamá
trabajadora, y ahora; cincuentón pausado que encaja destino cual
remiendo sin hilo que nada soluciona. Débil ando tras el sepelio de
la mujer que más me quiso, tanto, que dejó sus sueños para que yo
pudiera alcanzar los míos.
Aquella canción del silencio no fue
nada, es en este momento y hasta el final de mis días cuando suena,
seguirá sonando y morirá conmigo.
Sólo me queda por poner estribillo a
tan triste historia que fue plena siendo realista, y no cabe más que
un “Mamá, te quiero.” Resonando en mis callados… y necesito.
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