EL FALSO MAQUI por
Dadelhos Pérez
capítulo
3º, “Muerte en la cuneta.”
—¿Dónde
está don Constante? Ese maldito viejo fascista.—Preguntó
uno de ellos alertando al parco en palabras que abandonó lectura.
—Salió,
el don salió. No sé.
Puede imaginar los
malos augurios que rondaron al pobre desgarbado, el que feliz vivía
cargando sacos cual animal por un plato de caldo y un mendrugo de pan
mohecido. Sintiéndose afortunado por vivir la pobreza sin lo
nauseabundo de aquello que dejó atrás y solo habitaba en el
tormento de su dormido donde no tenía ningún poder. Y aquel Agosto
del 32, tras el pronunciamiento en Sevilla del general José
Sanjurjo, aquellos que propugnaban una revolución con el afán de
erradicar la segunda república a la que tachaban de burguesa, vieron
la oportunidad, tras aplastar la sublevación en Madrid y Sevilla
deteniendo al general, de obrar su locura alentada por la idéntica
de la derecha. Asesinando aquellos inocentes que nada tenían que ver
en política rancia, se dedicaban a sus pequeños negocios, ayudando
en lo posible a sus iguales de la aldea perdida, puesto que así eran
tratados todos y todas a pesar de los forasteros enfermos.
Las escopetas
apuntaron y sus miradas predicaron la tragedia aun no consumida,
destellos sedientos que impactaron en los sinceros del flaco, el
cual, levantaba las manos sin poder evitar que estar temblaran por la
angustia de distinguir la verdad entre océanos de posibles que
disparaba su mente. No sabría explicarle con veracidad lo que pensó,
eso queda para con su intimidad ya que jamás confesó sentires
propios. Aquel hombre se vestía por los pies, pensaba con la cabeza
y se daba completo escuchando y comprendiendo a cualesquiera. Una
balsa de aceite dormido, incapaz incluso de dar muerte a la pesada
mosca que circunda con su seseo soporífero a la hora de la siesta, y
cuando cierras los ojos preso de la plácida cabezada, aterriza en la
punta de la nariz una y otra vez jorobando.
Con la culata lo
golpearon cayendo en el mismo suelo donde disfrutaba de la repetida
lectura en sus tiempos libres, mordiendo la tierra que creyó andaba
lejos de la locura en la que se sumió el país. Masacraron su cuerpo
a base de patadas aliñadas con insultos y gritos que les valió para
alcanzar el punto de no retorno; creo que no tenían lo que debían
tener para la atrocidad y por eso apalearon al inocente, por eso le
gritaron, le llamaron fascista sin serlo, traidor sin traicionar,
enemigo de la república sin tener enemigos. Le obligaron a
levantarse, y debilitado tanto como ganado por el miedo, cruzaron el
estrecho camino al otro lado deteniéndose en la cuneta la cual miró
horrorizado, falto de esperanzas al estar convencido que aquellos
anarquistas desvirgarían sus aceros para sentarse en la terraza de
la nueva tasca de la aldea, pedir una ronda de vinos y marcar muesca
vanagloriándose, hinchando pecho cual pavos de corral, narrando cómo
asesinaron a un muerto de hambre que solo perseguía soledades
encarando las letras de su viejo libro, un trabajo sustento y poco
más.
—Ya sabes cómo
acabarán todos tus amigos fascistas, igual que tú. Descerrajados en
cualquier cuneta de la nueva España. ¡Poder al pueblo!
Cuatro pequeñas
piedras circundaban una mayor entre el yerbajo y el poco matorral que
erigía desde la base del pequeño muro de apenas medio metro; al
otro lado, el cerrado donde pastaban las ovejas de Ramón y Loles,
una conocida pareja de la aldea que no tuvieron hijos. Creo que eso
le valió en cierto sentido, buscar en el suelo tumba con la mirada
para aterrizar en pensamiento dedicado aquellos dos que le procuraron
el trabajo, al menos, me gusta pensar que así fue. Aunque padre solo
me contó, que se dio la vuelta para mirar a sus verdugos en extraño
cambio. Les observó impávido, sus manos dejaron de temblar y
descendieron a su posición natural. Esta parte de la historia anda
con pinceladas que la ornan en demasía, debe entender que el inicio
insólito se constituyó tras su increíble hazaña. Lo más lógico,
pienso yo, es que algo falló en el mal quehacer de los asesinos
novatos aprovechando ese segundo desconcierto para ganar la vida, la
misma que estaba predestinada a la muerte bajo el sol justicia de
aquel sofocante sábado; muerte que sació su sed aun con otras
víctimas bien diferentes.
—Dispara tú.—Soltó
el rezagado con rostro compungido.
—¿Qué carajo te
pasa? Es un jodido fascista.
—No, no lo es.
Recuerdo cuando llegó a la aldea, estaba de guardia. Este tipo es un
muerto de hambre, un jornalero sin techo ni futuro. En teoría, el
débil que juramos defender y liberar. Además, vinimos por el viejo
del molino, el amo. ¿De qué valdrá cargarnos al esclavo?
La insistencia del
caído en cordura provocó que el más gallo se girada bajando
hierro, mostrando total desacuerdo en su gesto agrio al mismo tiempo
que solicitó que se acercara con la mano, tras ordenar al tercero
que controlara al sentenciado sin culpas.
Un desvío de
mirada, puede. El aletear de mariposa buscando sombra o el ladrar del
perro pastor, no lo sé. O tal vez su ímpetu sin ayudas externas que
lo empujaron agarrar el cañón apartándolo para cabecear el rostro
de su asesino... Imagino que utilizó al anarquista noqueado cual
escudo, empujándolo hacia la pareja en discordia para cazar el
hierro y descerrajar ambos cartuchos en aquellos dos radicales. Nadie
sabe que diantres ocurrió en aquella primera cuneta de la vergüenza,
y no me atrevo siquiera a contarle lo que me contó padre, esa
alucinante historia de halos, destellos solares que se aliaron con el
flaco deslumbrando a los tres asesinos idealistas. Me quedo con la
versión que acabo de darle, creo que se acerca más a lo qué
posiblemente ocurriera.
Muchos lo vieron en
la aldea, caminaba con paso acelerado y cabeza hundida, ojos suelo,
manos en los bolsillos, pálido. Supongo que decidió entregarse a la
guardia de asalto confiando que la cordura reinaría aunque terminara
con sus huesos en la cárcel. Para un hombre como él, resultó
impactante aniquilar aquellos tres incultos e inhumanos que
pretendieron hacer lo propio con nocturnidad y alevosía, pese
imperar el astro poderoso, el testigo presencial de las primeras
sangres de la aldea.
Mercedes fue quien
advirtió las salpicaduras de sangre en su tostada camisa, diminutas
gotas casi inapreciables que la curandera descubrió cuando ambos se
cruzaron a las puertas de la iglesia. La curandera acudía
diariamente al culto, era ferviente creyente que entregaba hasta el
último céntimo en el cepillo pese a lo desértico que casi siempre
permanecía la misa. Y no por los dichosos idearios enfrentados en
esa España que caía engullida en sumidero, fueron las malas artes
del “Falacias”, el párroco, y su voraz apetito por lo ajeno.
Ella avisó a las
autoridades cuando el flaco entró en el culto parándose frente a la
pila donde se santiguo, para caminar entre los bancos hasta sentarse
en el primero sin cruzar un mero hola... Así comenzó la gesta, la
gesta parida desde el absurdo aterrizado en delirio años después
cuando el general Mola orquestó nuevo golpe dando lugar a la guerra
civil española.
Aunque el Maqui, al
menos, el futuro Maqui; tuvo que soportar desde aquel momento
persecución, al convertirse en criminal por orden del que viniera
ergo de la gran urbe... Un capitán del ejército perteneciente a la
agrupación socialista aun siendo un anarquista.
A partir de aquella
tremenda escaramuza surgida en las entrañas del templo, nació la
leyenda que demasiados auparon exagerados, usándola cual arma
política. Y otros, otros la tacharon de aventura desventurada de un
asesino despiadado. La verdad, como siempre, camina por otros lares
bien diferentes que responden a una única necesidad o argumento,
seguir respirando un día más.
Esperar lo lógico aun atroz, como seguro adivinaste en esta entrega, una leyenda forjada desde la desesperación. Pronto el capítulo 4º, no te lo pierdas...
Recuerda ser feliz siempre, es un requisito indispensable para hacer feliz a los tuyos. Y muchas gracias por leer mi humilde literatura. Un abrazo, familia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.