FRENÉTICO
—Construimos
murallas cuando el primer zarpazo nos hiere de verdad, es una
reacción normal en la naturaleza del ser humano. Algo transitorio
que suele quedar postergado en el olvido, cuando nuevos albores
iluminan presentes y auguran boyante futuro.—Apagando el habano en
el vidrio tallado del cenicero que descansaba entre ambos
contertulios, sobre la redonda tabla de roble americano pulido con
gusto y detalle. El humo contaminaba la angosta sala nada humilde
mientras el fumador pasivo tomaba notas esporádico, mirando al
anciano para desviarse fugaz escribiendo en aquella libreta del
baratillo.—Siempre existen los que se pierden ante la adversidad y
agarran esas sendas introspectivas encerrándose en sus mundos
incoherencia, la enfermedad mental, la muerte social y la impotencia
de sus cuidadores, nosotros. Y en este edificio hay demasiado de ese
infierno, señor, tanto, que incluso falsos rumores se han convertido
en leyendas urbanas para desembocar en presuntas maldiciones, cuando
la única anatema que existe entre estos muros son los pacientes, sus
dolencias, y como apunté, el perverso abandono de sus seres
queridos... Esos que aman a los suyos con palabras frente a otros,
con cóctel exquisitez en mano y adornado de olvidos antes y después
de la falaz barbarie soez, para devolverse a la perversidad allá en
sus vidas. A priori de sus futuros infiernos aun sin llamaradas y
azufre, esos llegan después. Dependiendo de credos, por supuesto.
—No
podemos culpar a la gente, consume fantasía. Aunque le doy mi
palabra, trataré el tema con suma delicadeza, para mí es algo
serio. No me gusta poner énfasis en las crudezas que aquejan a mis
semejantes. Aunque debe reconocer que lo qué se dice de la
habitación 500 como menos es extraño, se sale de la normalidad por
estadística. Tantas muertes...
—Disculpe
si no le creo, joven. Muchos antes que usted aparecieron con sus
ambiciosas novelas por escribir solicitando visitarla, y créame,
nada salió como pensaban. Sus solitarios mundos de papel y párrafo
bajo el cobijo eventual de árbol en banco de cualquier parque, dista
de las realidades del resto de la humanidad. Por eso ustedes viven
fantasías que trasladan a sus entretenidas obras y nosotros, el
remanente, nos enfrentamos a las crudas regresando a nuestro hogar
para sentarnos en el sillón, calzarnos las gafas y vivir sus
divagaciones olvidando lo lejos que andan las ansiadas maduras... La
habitación 500 sólo es una más... La muerte aparece cada semana
como canto de línea en cualquier bingo o lotería caprichosa, no hay
distinciones; la 500 lleva tres años vacía, desde que el último
aventurado con miras en ventas vertiginosas y promoción con su
rostro sonriente solicitó pasar una noche entera, gran error que
pagó muy caro, joven. Los mismos años que lleva en el olvido la
habitación que pretende, lleva su último morador como paciente 1543
de este hospital... Ustedes andan atiborrados de creatividad,
influenciados por misterios que envenenan sus mentes y los convierten
en sugestivos al borde de la locura, como le ocurrió a su colega, el
que fuerte se presentó en esta misma sala y salió enfermo, en aras
fantasías del cuarto.—Pegó ambas palmas sobre la mesa tamboreando
dedos ritmado y sin apartar atención del escritor para decirle a
media voz.—No puedo correr más riesgos, lo siento.
—Mi
padre me dijo en un momento de lucidez, entre borrachera y cogorza;
(en esta vida manda la literatura, hijo; la razonable o razonada de
los libros...—Colocando un sobre amarillento en la mesa.—...y la
escueta que se puede leer en el papel moneda.)
—Comprar
la locura no es un buen negocio, seguro que su padre le aconsejaría
de estar en esta sala que olvidase el asunto, ajumado o no. Pero ya
es mayorcito para asumir consecuencias frente a sus actos.—Cazando
y destripando el amarillento por fuera y morado por dentro a causa de
los idénticos que esperaban nuevo propietario.—Firmará un
documento donde eximirá de cualquier responsabilidad al centro
hospitalario... Espero sinceramente que logre sus pretensiones,
joven.
Decidió
pasar la noche convencido que sacaría más jugo que en día
ensordecedor, los constantes chillidos de los pacientes que tanto
detestaba, las camillas transitando a toda leche por el corredor...
Demasiadas distracciones para concentrarse en lo oscuro que encerraba
la diabólica rebautizada en maldición, mito, pesadilla, locura y
muerte; sobre todo muerte... Las habladurías las desechó cual piel
frondosa de naranja borde haciendo lo propio con exageraciones de
aquellos que hablaban en primera persona sin conocer siquiera la
ciudad aun conociendo víctima. Fue meticuloso en sus indagaciones
antes de dar el paso ya tomado por encontrar entre toneladas de paja
un grano fluorescente, diferente, funesto y atrayente, embriagador y
letal... La primera palabra de la locura... El manantial que le
otorgaba la posibilidad de dar con ensoñación física,
materializada por rarezas que para él resonaban cual promesa de
mesías en los llanos áridos donde perdidos andan a ciegas, un rumor
lejano y tan próximo como sueño, y no cualquiera, sino de la
infancia, los primeros, los que comunican con claridad y se
desvanecen entre el regazo del tiempo distorsión ayudado por la
sociedad embaucadora... Un proyecto es idea que se labra, un milagro
es labranza que te cosecha y acaba consumiéndote...
—Me
gustaría cenar en el comedor con los pacientes, observarles e
interaccionar con ellos. Me ayudaría a comprender mejor el espíritu
del lugar.—Solicitaba al viejo director del centro mientras
atravesaban el largo pasillo de color hueso hacia el elevador, ya que
la 500 se encontraba en la última planta, algo que favoreció la
palabrería redundante y asusta viejas que escuchó o leyó en algún
lado antes de embarcarse en el proyecto.
—¿Quiere
cenar con los enfermos? Es una extraña petición, no sé qué espera
encontrar entre los perdidos en sus propias brumas.—Golpeando con
el índice su frente.—Tendría que ser capaz de entrar aquí para
comprender, algo imposible a no ser que crea en esas memeces de
magias y credos recargados de agnosticismo exagerado. Pero no le
negaré su petición, joven. Puede que vislumbrando la locura y sus
tremendos efectos desista, llame a mi despacho, recupere el depósito
y salga de aquí como alma lleva el diablo de una vez por todas. Algo
que ya le recomendé y redundo interesado por su bienestar. Mi único
objetivo, créame. Abandone su locura, indague otras historias.
No,
llegado al punto que resta lo ideado y comienza a construir solidez,
no abandonaría al igual que con tantas otras pesquisas similares y
etéreas, puentes tendidos que parieron novelas asombrosas y
cautivadoras dándole un nombre en el difícil universo bombilla de
la agonizante literatura papel. El muchacho asintió entre mueca
agrado y desafío mirada mientras su anfitrión le señalaba el
camino al comedor tras escapar del ascensor. Entrar en la planta
cumbre le supo a todo lo contrario, descender al abismo gélido del
perdido en carnes, las propias. Incluso los ecos heredados del trajín
diario del hospital olvido, producía sequedad casando con aromas
moribundos de sanatorio campaña en el sanguinolento frente de muerte
tiro adverso o suicidio tras agonía visión.
Doblaron
hacia la derecha en sepulcro silencio que mellaba el espíritu
descarado del erudito escriba, ansiaba tanto cruzar aquella puerta
que comenzó a despertar su lado pueril que tanto le costaba
disimular. Preguntas y fabulaciones pasaban de neurona a neurona en
debate introspección que dibujaba tremendos convertidos en valles
hermosos de vientos quietos, para deshacer y cambiar a prismas
asustadizos que nacían del temor de temer, y no al reto encontrado
tanto como deseado, miedo a sí mismo, el mayor enemigo de uno es
uno. Y su mayor alianza, conocerse.
—Le
dejaré cenar tranquilo, cuando decida entrar en la quinientos
dígaselo a Jorge, le atenderá en todo lo que necesite, es un gran
enfermero que no habla demasiado al estar enfrascado diariamente con
los pacientes. Aunque no le hace falta, las muecas, gestos,
miradas... Un especialista del lenguaje no verbal.—Estrechando
manos aún usando sus dos el anciano con mirada rota, despedida,
vencida.—No divague en soledades, hijo; no se deje vencer por
usted, salga siendo quien es ahora.
El
terror es un sinsentido que busca argumento tras invadir el alma,
aparece de sopetón recorriendo en alertas que resuenan agudas en el
interno sin que el externo comprenda del todo la amenaza. Al igual
que las manadas de herbívoros, conque sólo arranque un individuo le
sigue el resto sin preguntar, sin advertir, sin vislumbrar... Ese
sentir amorfo invadió un segundo al muchacho mientras las zarcas
ventanas del experimentado relucían sentires casi patriarcales que
chocaban con su mirada, seco sabor nostalgia de recuerdo olvidado que
no era capaz de recordar. Quizás algún atardecer con su
alcoholizado padre en uno de sus intentos por sanar, jugando a la
pelota como cualquier otro niño frente a la casa desespero, la misma
que vistió lutos cuando mamá murió, la misma que se transformaba
cuando regresaba ese otro papá distinto, bellaco, desalmado y
ruin... La mirada del doctor le insufló rarezas que acrecentaron por
culpa del caótico ambiente depresivo...
Aún
así, cenó junto a idos que no regresaban siquiera un segundo,
escuchando divagación mezclada con lloros casi infantiles, babas,
rarezas; eran un puñado de críos perdidos en fantasías hermosas
que murieron quedando cual fotografía, sin avanzar ni retroceder,
estancadas y borrosas, casi difuminadas, al borde de la extinción.
—Ya
estoy dispuesto, Jorge. Cuando quiera me conduce a la quinientos.
—No
le comprendo, en realidad no entiendo nada de esta tontería.—Murmuró
más que hablarle con gesto prepotente y rancio, cansado, agotado por
algún motivo incomprensible para el afamado escritor que no ahondó
nada, simplemente caminó junto al enorme enfermero ojeando los
números de los habitáculos cual niño que espera su turno para
montarse en el parque de atracciones.
—La
quinientos... Dentro dejé una botella de agua como siempre, papel
higiénico y utensilios de aseo. Junto a la cama tiene un pulsador
por si necesita algo. Espero pase agradable velada, es lo que siempre
les digo a mis enfermos, mi familia.
¿Cómo
suena la puerta que abre la desesperación? Pues suena como el oído
desespero escucha aunque no exista materialmente, sea humo,
imaginación, puede que el prender de un pitillo, la risa coqueta de
una joven, el jadeo desenfrenado de dulce amante entregada en lecho
viento; en lecho viento parado. Aunque lo peor no es cuando se abre
sino cuando retumba cerrándose a tus espaldas, es el pistoletazo de
salida y no cabe marcha atrás... La locura no se sirve, te
encuentra...
—Paredes
hueso, suelo hueso, marcos hueso, cama hueso... Se ve que el
presupuesto cuando construyeron el edificio andaba corto.—Susurró
dejando su libreta sobre la mesita de noche y sin apartar mirada de
la única ventana, colgada a una altura exagerada y con barrotes, sin
hojas, nada. Parecía alumbrera de viejo castillo medieval, aunque
los radiadores le tranquilizaron al no sentir el imperante frío de
la estación dueña de éste.
Sentado
sobre el colchón observó detallado los azulejos a media pared
cuadrados, antiguos, viejos; con sus juntas deterioradas y bastante
lejos del plomo impuesto por el albañil que los colocó. No hacía
frio y presintió cierta familiaridad en lo desconocido que lo
alejaba del susto impacto que narraban las leyendas acerca de la
maldita habitación. Por eso sacó el libro donde descubriera las
negras habladurías para contrastar sus descripciones con la
presente... Tumbó, cruzó las piernas y leyó...
“...
Flaca estancia con miasma rancia en conquista sigilo, brota del baño
enano confundiéndose con el leve viento sutil colado por la tronera
extraña que retrae imagen carcelaria. Cuando alcanza la barriga del
piso gres amaga terrazo materno, merma del gélido al cálido y
viceversa. Es la primera rareza que se presenta sin apenas llamar la
atención. Uno debe pasar meses para advertir las primeras que traen
las tremendas... Lo frenético del angosto reclusión no está en sus
paredes, ni en el silencio de los trabajadores que intervienen e
interaccionan desde afueras hacia adentros que se niegan rotundos a
la comprensión ahogándose en el desespero de la mentira... La vida
luz ofrece pago peaje a cambio de verdad huida de uno mismo, marchada
al abismo donde perdido vive, encerrado en sí mismo y a la vez
encerrado redundante en otros egos que parió con sus miedos.
Entre
estas paredes han muerto tantos como nacieron otros, sin espejo donde
observar la obra fatídica, sin criba de tiempo, sin perdones ni
reconocimientos... Sólo son el adverso del derecho que jamás se
encuentran pese a los fármacos y las atenciones tumbados en diván
desesperanza. La maldición se vuelve certera cuando se cree maldito,
se bebe del cáliz pecado... Una sobrecarga basta para deshacer el
entuerto o volverlo a multiplicar... Puesto que en el pecho, cosido
al uniforme invisible de quién pulula países invención radica
realidad negada... Eres oscuridad que no teme a la luz aun nacida de
ella, de sus sombras recodo... Eres el hijo del padre aun siendo el
padre que mató al hijo, un maldito que pierde fuelle por no aceptar
sus atrocidades... Eres yo...”
Cerró
la lectura dejándola en un extremo de la cama, porque donde cedió,
terminaba el texto...
—Hijo,
ve a por la pelota y juguemos un partido mano a mano.—Arropando sus
carnes con la solitaria colcha numerada, como casi todo.—Hijo,
respira... Háblale a papá porque papá dejó la bebida y volvió a
casa. Mamá nos espera en mesa, hijo,
hijo...Hijo...Hijo...Hijo...Hijo...Hijo...
Amaneció
con espléndido día animado que animaba más que su predecesor,
cuando el fornido y callado enfermero abrió la quinientos dando
buenos días con el mismo humor que amaneciera.
Torpe
y confundido se levanto el escriba recogiendo sus pertenencias para
decir en tono seriado al bonachón parco en parla:
—Escuché
una historia increíble de una habitación maldita, la quinientos. Me
ducharé en un periquete para indagar más, creo que es el argumento
que necesito para lanzar mi prometedora carrera como escritor, hijo.
Papá ha vuelto, estoy curado, ya no bebo. Tu madre te espera en la
mesa, anda ve.—Agarró un puñado de papeles morados que metió en
uno de los amarillentos sobres del cajón mesita.—Esta vez lo
conseguiré hijo.—Saliendo por la puerta con su pijama reclusión
donde figuraba el número 1543 y la libreta cuadriculada, decidido en
conseguir pasar una noche en la habitación maldita, la leyenda que
leyó en algún lado, en algún escrito, novela, relato o apunte en
la primera hoja de su cuadriculada...
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