viernes, 24 de febrero de 2017

Theodore Kant (2ª parte)



La solución de Theodore Kant  (2ª parte)

E
n esperanzas muertas por meta alcanzada, Theodore agitó la muestra con gesto alegre no sin antes lanzar la pelota juego hacia el largo corredor, silenciando así al perro o entidad superior al poner pies en polvareda tras su arranque frenético al grito pelado de…
― ¡Ya es mía!―Atrapando la esfera endiablada para rubricar con satisfactoria mirada.―Mis patas son más rápidas, saltadora convulsiva.
―Canes.―Habló el miau entrometido, amante de los líos y siempre víctima de la curiosidad.
―Tú no sabes del peligro, León, puesto no existe animal más rápido que la pelota colorada teniendo en cuenta que no tiene patas, ni cabeza, ni cola o pescuezo donde dentellar. Es el diablo emperrado para cualquier can al ni siquiera gruñir o jadear. Antes se cansan mis patas o la extremidad del dueño que la maldita, la cual, espera descarada para volver a jugar.
Paso arrogante aun hermoso por el porte felino practicó, abandonando lecho compartido lejos de lo marital, para ronronear repetido restregando su lateral en el costado derecho del balancín, ergo, avizoró burlón para decir…
―Es sólo una pelota inerte, Lobo. Si no la lanzara el mono sería igual…―Interrumpido por el can.
― ¡El ovillo de lana se escapa!
Salto diera en vertiginosa pirueta aterrizando en pose militar, para acabar descubriendo que su enemigo eterno estaba donde siempre está. Apostillando Lobo la mofa con carcajada fofa al no saberla pronunciar…
―Necesitaré experimentar.―Dijera pensativo Theodore Kant.―Puede que probando con otro individuo y contrastar, halle la respuesta al rejuvenecimiento que parece acelerar desmesurado conduciendo el milagro hacia la calamidad…
―Enseñé bien a la mascota, ¿verdad? “Perréa” mejor que el perro monarca en su discurso ñoño de navidad.
El científico rascaba suave su barbilla en estado introspectivo por lo advertido tras el aumento lupa, observando a la extraña pareja parlanchina y voltear cara hacia la jeringa para volverla a su lugar. Hablo de la mirada duda que encendió alertas en el felino, más dado a la desconfianza que su hermano ladrido.
―El mono comienza actuar con sino parecido, o igual, que su marchado regreso. ¿Recuerdas las que nos hizo pasar?
―Cómo olvidar aquel tormento, era un cachorro, es cierto, pero grabado quedó la ligereza loquesca, quijotesca, pirada o desencajada que casi nos costó la existencia en el reiterado que luego nos persiguió, nos sigue persiguiendo cual pesadilla que gracias a San Bernardo no termina orillada o a la vera del averno maldad.
―Pues éste nos mira igual y ya sabes lo que significa, como siempre me iré a la cocina esperando que esta vez me sigas y no te quedes pasmado. El asunto merma discerniendo novedosas como la parla perruna internacional que en las otras no dominaba y ahora practica sin dificultad.
Fuere cuando los cabellos de Theodore adquirieron tono grisáceo burlando el blanco, alisando piel e incluso engordando.
― ¡Ranas salidas vestidas de rosa para equivocar al príncipe y ganar beso! Se acelera el retroceso sin tiempo para experimentar.―Rallando con el lápiz en cuentas claras mientras sus manos menguaban a la segunda juventud.― ¡No hay tiempo de cálculos manuales o mentales al ritmo vertiginoso que desando en el tiempo, sí, pero yo solo! Cosa que no entraba en el plan.
León retrocedió disimulado colándose en el corredor en busca de seguridad allá en el desastre de la cocina, siguiendo guion, mientras Lobo alucinaba anonadado ante la magia de su amo en su regreso a la infancia, aunque para eso aún faltaba. Supongo que fue el motivo de quedar expectante a que el viejo alcanzara niñez, al amar con locura las buenas diabluras de infante inocente por lo pío que pierde con la edad, en escasa media hora. A sabiendas que lo ocurrido de la ocurrencia es lo que ocurrirá a ciencia cierta y con pulcra puntualidad.
Ladrido, viejo compañero, tú serás el primero. ¿No irás a dejar que mengüe perdiéndome en la nada?―Sonrisa falaz de verdugo que tranquiliza para evitar espantada de condenado.―Sólo tienes que beber la pócima y dejar que te extraiga muestra de sangre, no te dolerá.
Su cola que mostraba a cada habla de su amo movimiento acelerado calcando abanico, limpiaparabrisas o tentempié bailoteando tras el empuje de admirador abstraído por su monótono danzar, frenó en seco amagándose o adquiriendo su pose miedica ante la plica sin lacra o exenta de sello temporal, pese a la cuenta nada susurrada del cantante relojero y su tema predilecto, el tictac…
―Verás, podría volver a probarlo aunque estoy harto de nunca alcanzar la madurez. Esta vez, preferiría abandonar la repetida ya que por fin te adiestré en la parla. Llego a comprender tu reiterada intentona que me fascina sólo durante la media hora de juego donde te enseño lo que ahora dominas, el vocabulario perruno internacional. Por eso estaría bien que solucionaras el dilema reja que nos conserva en escueta reiterada, para poder presentar mis avances al respetable, pasear por el parque convertido en toda una celebridad.
― ¡Sal pitando, Lobo! Esta vez no parece igual.―Gritó desde las entrañas de la cacerola escondite el desconfiado felino, para ergo murmurar.―Doscientos años viviendo lo mismo y no  advierte merma grotesca en la intención del anormal.
Cuclillas ganase el ahora castaño cuarentón de Theodore Kant, conquistado por la tara en serie de León, la curiosidad, para entre bisbiseos y gesto extraño con centellas en pupilas frente al excéntrico reporte familiar, cercano en lejanías milimétricas o acabado de soñar; preguntar al can por la viga en el ojo propio que no era capaz de vislumbrar.
―Nunca recuerdas, cosa rara.―Dijera sentándose, ladeando leve la cabeza.―Rejuvenecerás hasta la infancia donde abandonas tu guerra para jugar conmigo, todas las veces han sido igual, idénticas o clones, no dialogando distendidos cual viejos conocidos como hacemos ahora, gracias a mi tesón cual mejor adiestrador de mascotas a dos patas, llamadas piernas.
― ¿Esto ya ha pasado?
―No, esto no para de pasar.
Alzó desorientado, recuperando convencimiento que negara para mirar sus manos veinteañeras en aras epifanía o flas back al albear en su mente rejuvenecida, el cómo escribía misiva antes de culminar el rápido proceso que lo convirtiera en infante inocente, chas alucinante transmutado en aberrante que moría en el desconcierto aplastante del desintegro por no recordar…
― ¡Dios santo! Yo soy el “bata blanca” que interpretó el formulario. Escribí acelerado concentrando el mal a corregir al andar doblegado por el tiempo en el consumo desproporcional que me retrocede hasta la casilla de salida o el linde primario del empezar. Atrapado en los muros invisibles dentro de celda imposible en bucle sin final por coger traviesa provocada por Calcetines… Logré adivinar los ingredientes restando sólo acertar con las medidas ofertadas por el hado del azar, y en vez de estudiarlas las tragué diluidas en la taza (…)
―No hay ningún mal, media hora de lección en tiempo concreto que se lleva repitiendo unos cien…
― ¡Doscientos siete!―Rectificó León a pulmón abierto.
―…Doscientos siete años. En verdad te ha costado aprender perruno, teniendo en cuenta que es más difícil que el inglés.
No vio más solución que escribir epístola argumentando las taras del resultado experimental en ingente ristra que sólo describía mal, al son que sus tersas entraron en la pubertad siguiendo la balata inversa del solista y su tema tictac, en la vorágine adversa difícil de racionalizar que absorbía la vieja esencia de su porosa mar del todo desterrada.
Apresurado, guardara las advertencias en el bolsillo de su chaqueta volteando mirada hacia el pequinés que aparentaba porte de pastor alemán.
― ¡Hola Lobo!―Infante de no más de ocho.―Te prometí promesa azúcar y aquí estoy otra vez. ¿Dónde está León?
―Guau.―Respondió jubiloso con salto y lametazos amistad.
―Esa palabra no la conozco, ¿qué significa?
León apareciera tras escuchar la voz del entrañable, con ánimo cambiado frente al disfrute celestial del trío bien avenido y atrapado en el tiempo dulzor o reflejo del paraíso perfecto.
Theodore lanzó el ovillo lanero y la endiablada pelota colorada aprendiendo nuevos verbos, culminando su retroceso en cierto estallido entre tierras del dormido y del despierto para despabilarse con sensación agradable, divina, en la mecedora centenaria.
―He tenido el mejor de los sueños.―Buena esperanza.―Espero que sea augurio del mejor de los días.
Recogió del suelo sus ropas para vestirse, descubriendo un sobre con el distintivo del hospital en el bolsillo interior de su chaqueta favorita.
―Había olvidado por completo el dichoso cáncer.
Leyera ergo las analíticas recordando el funesto gesto del médico, reglón seguido, encontrara documento adjunto, un breve manuscrito que comenzó a leer.
“El tiempo restante es mínimo y no existe cura para el mal, la única vía posible se halla dentro de la ciencia pues los atajos reiteran…”
En ese preciso instante irrumpió estruendo desastre tras colarse por la vieja tronera Calcetines
Y vuelta a empezar.
Fin.
P.D. Theodore Kant encontró la solución sin descifrar el enigma (en apariencia falaz) que lo rescatara del paraíso. Pues comienza el reiterado en las sombras para alcanzar plácida luz en media hora escasa. Conservando la pasión científica de hacer posible lo imposible a la vez que saborea la más nítida humanidad junto a Ladrido y Calcetines (como los llama el adulto) o Lobo y León (como los bautizó el niño)
Con el único pretexto de entretener, me despido no sin antes desearte de las buenas las mejores con un hasta entonces, hasta ahora.

©Dadelhos Pérez.