La aldea maldita
Capítulo
4º
“Madre”
Llamaron a la puerta, suave, con tacto
que revelaba la presencia de la simpática y joven anfitriona, la
misma que me dio de cenar compartiendo, o más bien, clarificando mis
inquietudes con su charla agradable, sus gestos únicos. De haber
tenido veinte años menos, la hubiese cortejado pese a recibir
negativa, el simple hecho de intentarlo me hubiese otorgado diez años
de existencia más, estoy seguro.
―Muy buenos días, señor. Espero
que haya descansado bien.
―Ciertamente, dormir en la quietud
de su casa ha cambiado mi perspectiva sobre la tranquilidad. Ha sido
una experiencia inolvidable.
Desayuné en el salón tras
acicalarme, intercambiando impresiones donde descubrí inquietudes
parejas por parte de Adela.
Alma solitaria en aldea idéntica por voluntad propia que solía
escribir pequeños relatos en sus ratos libres, adentrándose en el
maravilloso mundo de la lectura, dando paseos cerca del riachuelo, y
sobre todo, anhelando construir vida compartida con buen hombre que
esperaba apareciese por la puerta, según me dijo, igual que afloré
yo. De sopetón, pernotando en la única fonda de la comarca.
―…Así conoció madre a padre. Él
vino de paso, camino del norte con un grupo de trabajadores,
alojándose durante un par de noches en la casa parroquial puesto aún
no existía el hostal. Mamá, recogía el ganado. No crea que mis
abuelos albergaban gran cantidad de animales, más bien cinco vacas.
Y la providencia obró destino una bonita tarde de primavera en el
llano, cerca del riachuelo.
―Una historia muy romántica, cosa a
la que invita el lugar. Me hubiera gustado experimentar a lo largo de
mi vida algo semejante. A estas alturas es evidente que ese manjar
sólo lo saboreo en sueños, por mi edad. Ésos en los que te ves
pleno olvidando decadencias, igual que viajar a través del tiempo
aun sin levantarte del catre, sin abrir los ojos. Bueno, parezco un
condenado buscando excusa segundos antes de ser ajusticiado.
―El amor no tiene edad, señor.
Nunca se sabe.
―No quisiera poner la nota
discordante, joven amiga. Pero se sabe, irremediable destino en aras
del envejecer, envejeciendo cuerpo y alma. Es cierto que el ánima no
cumple años aun viviéndolos, heredando taras que la convierten en
mero sucedáneo de lo que en algún momento fue.
En la misma mesa cena transitada a
desayuno, sentados ambos en las redivivas sillas de la noche pasada,
con aroma café y bollo recién sacado del horno. Mantuvimos lo que
se podría denominar como silencio cómodo, agradable, necesario
dentro de la hermosa composición poética de autoría compartida.
Ella con cabeza descansada entre sus manos, apoyando codos,
ligeramente inclinada. Y yo, recostado en el respaldo del asiento
rústico, con taza humeante en mano, observando la gracia del momento
que radicaba en su alegre comportamiento cercano. Abandonando ese
primer sinsentido carnal que me conquistó cuando descubrí su
insuperable belleza, tras sentir que era como más padre, sin ánimos
proteccionistas, que amante eventual sediento por poseer sin denuedo
de conocer la identidad interna de tan sublime criatura. Adela
se convirtió en buena amiga, capaz de transmitir bondades anulando
pasiones primarias por esas otras más importantes. Descubrí un
ángel de la guarda que custodiaba briosa valores faltos en mi ciudad
hogar, en mi yo olvidado, en mi vagar hacia el precipicio.
― ¿Cómo vive en la gran
ciudad?―Preguntó intentando extirpar mis sensaciones viejonas.
―Galimatías, no existe otra palabra
mejor para condensar el falso espíritu que rige la gran urbe. En mis
días de ajetreo y debido a mi paupérrimo sueldo, suelo viajar en
autobús de un lado a otro. Cruzándome con gentes que van mermando
víctimas del tiempo sin cruzar siquiera unos buenos días, tormenta
sin rayos ni truenos, tormenta que denomino indiferencia revenida por
soledades extremas. Viajando, agarrados allá donde podemos mientras
el obeso cochero sube el volumen del transistor conduciendo de parada
en parada la incómoda lata de sardinas. La ciudad es eso, una lata
de conserva que no conserva nada, sólo cuerpos que albergaron vida
en algún momento, puede que en la adolescencia o la niñez, cuando
lo viejo de ahora era novedad deseada desde el famélico sentido de
experimentar el regalo que todos recibimos al nacer.
―Detecto mucha tristeza en sus
palabras.
―La tristeza se instala en algún
momento que suele ir sazonado, mal sazonado. Y se convierte en algo
cotidiano. Te acostumbras a ella igual que haces con la soledad. Por
desgracia no soy el único, esa excepción que no confirma regla
porque nadie indagó para encontrar afirmación o negativa. Semanas
de charlas pensamiento, entre silencios rígidos que petrifican
rostro, segundos que florecen deseosos por entablar conversa con el
prójimo que viaja cada mañana a tu lado, sentado o de pie, mirando
al suelo o perdido en el marco ventana del transporte aburrido…
Siento en el alma transmitirte desazón, Adela.
Ojalá mi interno fuera capaz de recordar mis buenas horas, esas que
viví en algún momento antes de mi eterna soledad. Y la tacho de
eterna al no ser capaz de recordar otra cosa más, otra cosa más que
ella.
―Pero; ¿nunca se casó?
―Oh, sí, por supuesto. Fui un
fantasioso que fantaseaba a raíz de las románticas historias
descubiertas entre párrafos, fascinantes cuentos que imponían el
azul al niño y el rosa a la niña. La conocí en mis años fértiles,
allá en la universidad mientras cursaba carrera. Fue un flechazo que
dejó herida abierta gangrenando lo puro para convertirlo en impío,
esa mala costumbre donde imperan los signos de interrogación en cada
frase, victimizándote a sabiendas e involuntario, para disculpar
errores que precipitaron la gélida realidad del día a día. Pasé
por el altar y gocé de mieles que tornaron hieles, del lecho
compartido al campo de batalla para acabar en el cuarto de las
pesadillas visualizando una y otra vez un segundo de lo bueno y
treinta años de dolor agónico. Soy un cincuentón alicaído que no
termina de sucumbir, arrastrando pies por senda embarrada de restos,
aquello que fue, lamento dejar este mal sabor de boca otra vez. No
tengo remedio.
―Yo veo a un hombre obstinado en
encontrar la puerta.
― ¿La puerta?
―Sí, verá; usted es como la bella
durmiente, la del cuento, salvando las distancias. Los pecados o
errores la condujeron a refugiarse en su interno hasta que llegó
brisa externa despertando su alma. Es libre interpretación del
relato, por supuesto. Lo que quiero decir es que busca en sus
entrañas la luz obviando el afuera, hallando sólo…―La
interrumpí torpe.
―Oscuridad gélida.
―No, entrañas sin más, señor. La
luz vive afuera, siendo todo parte indisociable de ella. Cuando
buscamos adentro en realidad no estamos buscando nada, nos refugiamos
para seguir refugiándonos de nosotros mismos. Igual que la bella
durmiente, dormir para viajar descubriendo los confines del vasto
espacio, en definitiva, huyendo de sí misma hasta que es encontrada
por semejante. ¿Quién sabe? Igual mi papel es justamente ese, la
coma que dirime el creer vivir del hacerlo plenamente. Vamos,
salvando de nuevo las distancias, su príncipe azul.
―Dicho así carraspea un poco,
prefiero princesa, dejando a su elección el color que más la
identifique. Aunque su explicación sin duda es bocanada de oxígeno,
revitaliza sentidos.
― ¿Piensa adentrarse en el bosque,
buscar al ermitaño?
―Para eso vine, niña.
―Lo sé.
Apareció dejando en un rincón varias
bolsas repletas de comestibles, recibiendo abrazo tierno de la joven
que besó sus mejillas, entregada. Alto y de porte rechoncho, vestía
cual campesino con alpargatas típicas de años occisos; de gesto
entrañable, supuraba bondad por los cuatro puntos cardinales de su
persona, el mismo que en madrugada interrumpiera mi ensoñación
cuando anduve asomado a la ventana del habitáculo. Constaté que se
trataba del padre de la muchacha entre silencios y celos por el
tratamiento cariñoso que recibió el alcalde del pueblo, aquel
soñador que construyó en su establo el fallido negocio hostelero en
el anhelo de dar vida a la solitaria villa exenta de calzada por el
evidente glamur de los milenarios adoquines. Que de socavarlos,
pecado capital.
―Soy el alcalde y propietario de la
fonda. Un placer volver a saludarle señor López.
Me alegra ver nuevas caras en lo aburrido, y no me malinterprete,
prefiero la quietud que embarga nuestra existencia en el olvido
apartado, desechado y en ocasiones vilipendiado por urbanitas venidos
a más, con esos aires divinos que contagia la modernidad de creerse
moderno en el viejo escenario del mundo. Y ruego disculpe mi
vocabulario, en lo más profundo soy un idealista que jamás tuvo la
oportunidad de expresar sus ideas, toda una tortura. Lo intenté con
mi mujer y pronto mandó que callara con chantaje efectivo que no
pienso revelar al estar convencido que lo adivinó sin demasiado
esfuerzo, cosa que bien padecí mordiéndome la lengua; me refiero al
esfuerzo; cuando afloraba nueva tesis y mi dama avizoraba imitando
felino enervado, sacando uñas y erizando lomo, todo un espectáculo.
―Papá, no abrumes a nuestro
invitado.
― ¿Abrumar? Ya sabes que no hago
esas cosas, puede que hable por los codos pero jamás abrumo. Canso,
debilito, produzco dolor persistente de cabeza y un largo etcétera
de síntomas registrados por la medicina, comprobados y verificados…
Espero que haya disfrutado hasta el momento de nuestra hospitalidad,
señor.―Tomando la silla donde antes estaba Adela,
la cual, permaneció de pie tras el bonachón.―Verá, me encantaría
tener una conversa distendida con usted, pero regresando a casa me
crucé con el párroco que me dijo que marchaba esta misma mañana
hacia la choza del raro con el bueno de Antonio.
La verdad, no llego a entender ese repentino interés por el rarito,
nunca pide u ofrece, es como comatoso apartado de todo
voluntariamente, un niño malcriado que no recuerda siquiera que es
niño, que es algo, que existe, me atrevería aseverar.
― ¿Qué puedo decir? Gafes del
oficio.
―Vaya, esperaba ardua explicación
rozando tecnicismos científicos con elaboradas fórmulas
matemáticas, ya sabe.
― ¡Papá!
― ¿Qué?
Dejé la taza sobre la tabla
ralentizado tanto como sonriente ante el desparpajo del encanecido,
era evidente su forma nada esquiva de proponer discurso que no
conversa, pinchando en cualquier blando o duro, indiferentemente,
para amenizar en el espectáculo ansiado. Sin embargo, permanecí a
la espera mientras la dulce amiga regresó a sus quehaceres
dejándonos a solas. Sé que suena normal, que dista de la realidad
que nos envuelve. Pero pronto descubrí que la pesadilla tomó leve
descanso preparando su próximo acto aun no siendo precisamente en
aquel momento grato.
―Anoche (…) Bueno, no sé si es
oportuno mencionar el tema…
―Diga, no se preocupe.
― ¿Con quién hablaba?
―Con nadie, señor. Me asomé tras
divisar hoguera casi en la cumbre más elevada. Puede que murmurara
algo, no lo niego; pero hablar no hablé con nadie puesto que estaba
solo en la habitación.
―Tal vez sean imaginaciones mías,
pero juraría que alguien estaba a su lado. No pude más que percibir
silueta embutida en la sombra ya que no tenía la luz encendida. De
ahí que apresurara mi paso, no quise molestar.
―Le puedo asegurar que estaba solo.
Escarbó en el bolsillo de su chaleco
rescatando arcaica pipa que dejó momentáneo sobre la mesa, cazando
de algún lugar diminuta bolsa repleta de tabaco.
―Hay un dicho que sigo a pies
puntillas: No interferir en los asuntos de los demás siempre que no
me alcancen. Le pregunto porque se hospeda en mi casa, y
sinceramente, también me asalta la curiosidad aun sin malos
humos.―Caló profundo intoxicando el salón.―Si asegura lo que
afirma no añadiré pega o cuestión, no soy quien. Es como el
párroco y el rarito que llevan fabulando tonterías desde hace
mucho, no me importa demasiado, la verdad. Sobre todo después de
conseguir que se apartase de la aldea. Se marchó a la horrenda choza
abandonada, en lo más alto, donde divisó la hoguera. Su inmediato
destino al parecer.
― ¿Podría hablarme de él?
―Podría.―Seriado.
― ¿Cómo es?
―Raro.
―Me refiero a su aspecto. ¿Es
joven, mediana edad, viejo?
―Creo que anda en equilibrio
delicado, famélico por meter cuchillo a la sandía. Ese hombre
aparenta cualquier cosa, uno más, sin alardes o distinciones. Si se
lo cruzase en la ciudad no le haría el más mínimo caso, igual que
en cualquier otro lugar al no llamar la atención a golpe de vista.
Sólo puedo decirle que amaga rabia, odio, es un tipo peligroso y no
precisamente por mala baba, ya sabe, actuando como uno de esos que
ladran y ladran para refugiarse en el cuarto soledad lamiéndose las
heridas. Distante, observador, parco en palabras… Siempre me
produjo descarada repudia que jamás escondí, sobre todo teniendo
aquí a mi hija.―Inclinándose hacia mí.―Recorría cada
centímetro del cuerpo de Adela
sin importarle demasiado ser descubierto, con brillo mirada entre las
penumbras de sus pupilas. Estoy convencido de que es un
desequilibrado de esos que salen en la prensa tras catar sangre de
inocente jovenzuela. Aunque el párroco siempre lo defiende alegando
que es alma pura, perdida, pero pura.
― ¿Intentó algo?
―Lo intentó todo, mi querido
forastero. Al menos en pensamiento. Aunque debo admitir que el
sacerdote tiene razón, ningún corrupto sobrevive al bosque, es lo
que reza la vieja leyenda. Los lobos hacen bien su trabajo, siempre
cumplen, cumplieron… Cumplirán. Y el rarito sigue vivito y
coleando, eso elimina cualquier sospecha. A propósito, ¿es usted
creyente?
― ¿Qué tiene que ver con el
escritor?
― Puede que nada, pero sí tiene que
ver con usted, caballero. Si prefiere no contestar lo entenderé, al
fin y al cabo sólo soy semejante que se preocupa por alma ajena.
―Tranquilo, mi alma está a buen
recaudo, alcalde.
―No se ofenda, no pretendo
inculcarle credo, dista mucho de mis intenciones. Pero cuando se
adentre en el bosque quedando a solas consigo mismo, observado por
los guardias cuadrúpedos (…) la creencia puede marcar diferencias
cambiando sinos, señor. No me gustaría tener que recoger su inerte
cuerpo de la orilla del arroyo, no me cae mal (…) Tampoco bien,
contradicción que se cura con conocimiento, charlando, dialogando,
comunicándose… La comunicación es esencial para avanzar en la
vida, en todo, ¿verdad?
―Sin lugar a dudas.
―Espero que así sea, no deje que
ellas influyan, lo confundan. La mejor opción ante la duda es
despedirla abrazando cualquier creencia por muy insignificante que
sea. Dicho esto, aún le queda tiempo para dar una vuelta por la
aldea conmigo, Antonio
aparecerá con su carruaje en un par de horas, puede que menos, aun
así. ¿Qué me dice? Es posible que encuentre aquello que busca sin
necesidad de cruzar el maldito bosque, a Madre.
―Este lugar parece tomado por
soledades profundas, copiando argumento de aquel famoso escritor
francés. Ayer, cuando llegué, me sorprendió no cruzarme con nadie,
supongo que será el resultado de la evidente ecuación, haciendo
alarde de su extraño interés por escuchar fórmulas matemáticas;
el trabajo de las gentes, puede que paseos o simplemente encerrados
en las bonitas casonas a calicanto, sin abrir ventanas, sin asomarse
por ellas…
―Es palpable que no somos demasiados
vecinos y el sustento absorbe la mayoría de nuestro tiempo, pero no
piense que la aldea anda occisa, sería un gran error. Puede que
permanezcamos en la unidad de cuidados intensivos, si me permite
símil médico. Los pocos son el resultado de los muchos que fueron o
fuimos, estas pedanías padecen la enfermedad del abandono, crónico
mal que sin duda nos sentencia… Lo mejor será salir de estas
cuatro paredes, le enseñaré nuestra fuente milenaria y el pozo de
la consciencia, estoy seguro que le interesará saber acerca de las
leyendas que pululan durante dios sabe cuándo, siempre que lo desee,
faltaría más. Si algo impera en estas tierras es el libre albedrío.
―Está bien, prefiero el aire puro
al impuesto por su pipa.
―No me negará que fumar es buena
estrategia para convencer. Siento causarle tantas molestias, señor
López. Salgamos de aquí.
Mi percepción mermó rotunda cuando
pisé el adoquinado, era calco de quien regresa al museo plantándose
frente al mismo lienzo que contemplara, para descubrir nuevos matices
que desmoronan ese primerizo argumento heredado de clonada impresión;
puede que trazada amagada tras otra más poderosa, con cuerpo, la
visible a cualquier distancia que gana alma gracias a la sutileza de
la recién descubierta. Para regresar al día siguiente y volver
apreciar insignificante que pasó desapercibido en las visitas
anteriores. Así mismo fue.
Algarrobo guardián embutido en la
tierra con cerco varilla vestida en escueta mano de pintura mal
aplicada, que lindaba adoquín en la estrecha calle frente a las
puertas de la casona hostal, el lateral empedrado de la capilla y su
cruz metal entre ventanas provistas de cristaleras inspiradas en
pasajes bíblicos, pájaros dando vida a las tejas sangre y sol. Luz
que realzaba belleza que creí mermada al distar lo suficiente como
para sorprenderme tras hacerlo el día anterior, en el segundo donde
me deshice del psicópata autobús divisando maravillas que no
dejaban de impresionarme.
Del lateral culto, una puerta de
aspecto medieval anegada por forja inspirada en su credo, como en
casi todas las abatibles del lugar. Viento agradecido que encaraba
sin resistencia recorriendo la calle delgada desde el llano natura
hasta la plazoleta, agarrando vigor en los metros dominados por
matorral, mucho antes del abrupto ascenso a las montañas serradas
que descubriera desde el ventanal de mi habitación.
Pacientes, bajamos la callejuela
alcanzando la plaza, parca distancia rota por cánticos vida de los
ajetreados alados yendo y viniendo, conquistando amplios y estrechos
en su rutina sustento. La cal de las fachadas envuelta en resplandor
intenso con trazas zarcas, gracias al poderoso quehacer del astro
monarca. Un paraíso dentro del olimpo que parecía reinventarse de
un día para otro.
―Como puede observar, nuestro futuro
pasa por presidir postal con dedicatoria, sin más venidero que ser
gélida imagen romántica de lo que pudo ser o fuera. Ya que la
imaginación de aquel que la recibe pasa por percibirnos vestidos de
cruzados a lomos de corcel, obedeciendo las órdenes de monarca en
sanguinolenta cruzada. Desconocen el alma de la aldea, de la comarca
me atrevería a decir sin pillarme los dedos. Somos presente olvido,
pasado idealizado con ingentes adjetivos que ni siquiera recuerdan
los libros de historia que restan parca mención entre toneladas de
letras. Cuando la melodía que canta la vida actual del pueblo,
difiere exagerada de esas interpretaciones personalistas, con la
evidencia de estar sentenciada a la desaparición cuando el último
vecino expire, expirando con él el poblacho. Algo que pretendí
cambiar gastándome lo que tenía y lo que no en el establo,
contactando con agencias de viaje que levantaron hombros frente a mi
propuesta. Me preguntaron por los servicios de la aldea, que si
ambulatorio, coberturas y un largo etcétera que nunca llegó a
nuestras tierras, se quedaron al otro lado de las serradas, las
montañas que separan ambos mundos. El fracaso resultó sentencia.
―Puede que si hubiese probado con
esas páginas de Internet volcadas en el turismo alternativo...
―Los intentos murieron hace años,
tras década entera empujando imposible. El párroco se apiadó
convenciéndome, mostrando la cruenta realidad. Esa que aterrizaba en
mañana desayuno, en las horas salario del grupo de albañiles que
hice venir de la ciudad en aquel fallido intento por revitalizar lo
muerto. Sólo gané el honor de ser el último edil de las cuatro
casas circundando ermita, a pocos metros del bosque encantado, de las
montañas leyenda. Bueno, para qué extenderme en derrotas quedando
resquicios de victoriosos años cuando alzaron la iglesia y las
casonas en los tiempos oscuros de la edad media. Tenemos mil
canciones que narran desventuras e imposibles, y de ellas, las más
sobresalientes quedaron impregnadas en paredes, en la fuente seca o
en el pozo de la consciencia.
Alcanzamos el hoyo empedrado con óxido
cadena y cubo hojalata, su tono azulado gracias a la piedra virgen
poco trabajada y de porte milenario, le daba aureola única, alma
propia. Sobre todo cuando descubrí letras esculpidas junto a lo que
parecían jeroglíficos indescifrables para ignorante en la materia.
El alcalde apoyó sus manos observando impasible la profundidad
imperceptible de sus densas entrañas carentes de luz, al mismo
instante que lo contemplé atacado por curiosidad acrecentada,
olvidando el motivo de mi viaje al sospechar coherencia en las
historias que encerraban los enigmas cual herida incrustada en la
roca. Aunque el prolongado silencio del anciano frenó mis pesquisas
quedando embarrado y a la espera, aguardando la reacción del edil.
―Nunca supieron el nombre del
extraño, de hecho, en el libro de la parroquia solo existe frugal
referencia hacia él como forastero, sin más. Pero su historia marcó
destinos en aquella época donde la creencia imperaba sobre todas las
cosas, arbitrando lo tremendamente complicado en bandos antagónicos.
El todopoderoso y su adverso. Tanto fue así, que frente a cualquier
enfermedad aplicaban el mismo remedio, rezos encadenados durante días
mientras el afectado agonizaba decadente y sin mejora. Entonces
culpaban al diablo, posesión o mero acercamiento, daba lo mismo, una
locura. Llegaron a quemar víctimas de cualquier enfermedad para
alejar la presencia del señor Oscuro,
así lo llamaron. Puede imaginar aquella etapa catastrofista, los
desmanes que diezmaron la población con variopintas excusas
revenidas por intereses terrenales. De ahí Madre,
la tierra viva donde se alza el bosque que asciende vigoroso
encumbrando las montañas, esa vieja leyenda heredada desde hechos
teñidos de desgracia; desapariciones y muerte, condición
indisociable capaz de alzar palabrerías al estatus que regenta en la
actualidad, leyenda, creencia, verdad. Una historia que persiste sin
alcanzar fin al amanecer nueva peripecia incluso en nuestros días,
ayer mismo… La desaparición de la joven turista francesa el año
pasado, por ejemplo. Recuerdo bien el infierno que pasó la
aventurada muchacha con mochila al hombro, paso vigor, miedo noqueado
por la curiosidad aliada con su amor por la natura. La encontré en
la orilla del arroyo inconsciente, semidesnuda y con horrendas
heridas a lo largo de su virginal cuerpo.
― ¿La atacó el escritor?
―No, el raro no hizo más que
socorrerla para dejarla donde la encontré... Apareció el párroco
en mi casa aquella desdichada mañana, avisándome del hallazgo
gracias al rarito que lo alertó. Cierto que llegamos al fondo de la
cuestión tras la declaración de la muchacha, la cual, insistió en
que de no ser por el escriba andaría en el otro mundo tras purgar
inocencias durante dios sabe, a golpe de cuchillo. Es una historia
espeluznante por su crudeza, señor López.
No creo que le guste escuchar bajezas humanas de humanos que
olvidaron su condición, hay leyendas como la del forastero que
seguro calmarán su sed sin entrar en viscosidad del todo
incomprensible.
―Soy periodista, señor. Mi trabajo
consiste en contar lo inconfesable sin mediar opinión personal. Nada
de lo que me cuente superará lo que conté en cualquier artículo,
esos que resultaron aterradores quebrando incluso mí imparcialidad.
Conozco bien la locura que utilizan los monstruos para excusarse.
―Está bien, le contaré la tragedia
de la francesa… Aun reinaba cierta vida en la aldea tras mi último
intento por promocionarla. Carteles y diferente publicidad usando
emisoras de toda índole para dar a conocer la verbena, mera
invención en pro del anhelo perdido a pesar de que nadie estuvo de
acuerdo en celebrarla. La cuestión es que apareció en esta misma
plazoleta cargada con mochila, gafas de sol y enorme mapa que parecía
sábana, algo exagerado. No pude más que atender a cabellos oro y
mirada celeste, no sin tropezar con el maldito idioma cual barrera
infranqueable. No sé nada de francés y la muchacha sólo sabía
destrozar nuestra lengua. Así que acudimos al sabio del lugar, el
párroco, que por muy extraño que pueda parecer sabe hablar las
lenguas vivas y alguna muerta, enterrada e incluso descatalogada,
hundida en el olvido... Quería cruzar el bosque hasta el llano del
lamento, más allá de las montañas, siguiendo la única senda
existente que al parecer constaba en su mapa. Recuerdo la insistencia
del cura por convencerla, machacaba en ese hermoso idioma latino con
que agarrara la comarcal bordeando las montañas, evitando así el
bosque hasta su destino, pero de nada nos valió. El resto se reduce
a su esperpéntica declaración. Un sumun de incoherencias donde
pulularon ateridos monstruos cercados por los guardianes del bosque.
En definitiva, la muchacha fue víctima de la leyenda encontrando
entre la arboleda su verdadera esencia…
―No suena tan macabro, pizca
exagerada de fantasía pero…
―… Los lobos la dejaron marchar
sin atacarla, una buena señal que decía mucho de su alma, llegando
al puente que antecede el llano, fuera de las magias de Madre.
Nos contó que fue entonces cuando alguien se abalanzó contra ella
proclamando a grito pelado algo así como “Alá
es grande”, aunque no
estoy seguro de que fuera esa frase… La tiró, la forzó, la
apuñaló en brazos y piernas disfrutando de la barbarie que conducía
al desastre cual único propósito, apareciendo milagrosamente el
escriba. Supongo que quedó en estado de shock, divagando realidades
que en verdad desconozco por ser incapaz de descifrar. Pasaron
semanas hasta que se presentó una patrulla de la guardia civil… La
cosa quedó en nada dentro del mucho que ocurrió, es posible que la
muchacha solo quiera olvidar, seguir como sea hacia delante. Es lo
que tienen las buenas gentes, las acuchillas destrozando su virtud,
forzándolas cual animal y te piden perdón, perdonándote.
―Me oculta los detalles, ¿verdad?
Regresó su mirada al abismo del pozo
musitando incomprensible, para regresar atención con vidriosos ojos,
temblaba leve su mandíbula deseosa de deshacerse de aquello que
callaba gritando enervado en su coleto. Reconozco bien la aflicción
al ser alumno aventajado. Y en el lienzo amargo del que se mostró
campechano, anidaba la culpa sin excusas de quien se responsabiliza
del desastre a medio contar, empecinado tanto como ofusco. Secó su
frente con la palma soltando aquello de…
―La creencia la salvó, su inocencia
hizo todo lo contrario.
―Entonces murió.
―Estoy convencido de que hubiese
sido el mejor de los desenlaces, señor López.
La fragilidad crea escamas barrera frente abominación desmesurada.
Siguió respirando, de eso no hay duda, pero con diferente ritmo,
avizorando en rincones y explanadas, encontrando a Oscuro
cuando quiebra la luz y estrecha manto la reina noche, quedándose
más sola que en pleno día ebullición aun acompañada por el señor
pesadilla. Aquella inocente mancillada no encontró jamás la paz que
conociera antes de alcanzar el maldito puente emboscada. Y es extraño
que le sucediera lo que le sucedió justamente en el puente, aún
sigo dándole vueltas sin despejar nada… La última de sus cartas
la recibí hace poco más de una semana y no la firmaba ella, señor,
rubricaba su afligida madre para comunicarme que permanecía
ingresada en el hospital, reviviendo el tormento que la atrapa entre
las llamas imperceptibles para el resto, en su infierno condena,
segundo estallido que la cazó vilmente. Una condena que la
acompañará hasta el santiamén finiquito de su existencia, el peor
de los dramas sin solución justa, puesto que lo justo sería que
nada hubiese pasado… Insistí en que viniera a pasar unos días
aquí, en la aldea, escribiendo misiva, rogativa casi desesperada.
Sigo esperando respuesta. Una respuesta que sé que no llegará
nunca, jamás.
No encajé bien el final de la
historia por evidente contradicción, aunque su estado borró las
sospechas reafirmándose con su lloro cual verdad acontecida en el
rincón escondido, entre las montañas legendarias, a pies del bosque
maleficio y en su mente expuesta… Cerré el pico acachando moral,
usando cual señal respeto mi propia cabeza inclinada con mirada
fugada del espanto ajeno… Y sigo pensando que el edil me lo
agradeció de algún modo a juzgar por su gesto humano, cercano en la
distancia donde encerraba esa verdad verdadera al igual que muchos
otros. Con la peculiaridad de la vivencia incendiaria que va
devorando a ritmo silencio. A veces los dominios internos son enormes
galaxias chocando entre sí, fundiendo vasto incomprendido con
escueto aprendido para emerger del cataclismo cien mil preguntas
entorno a una única duda. Algo que bien conocemos ambos,
experimentamos desde nuestras rarezas que confluyen marcando un único
destino conocido, mascado y definitivo para con nuestra natura. El
fin de los tiempos es el principio de los mismos. Ese segundo
dispuesto que nos condenó entre llamas y amasijos…
Me contó pequeñeces sin importancia,
echaba cucharadas de arena intentando tapar socavón herida y no
quise preguntar. Aclaró mucho más de lo que creyera, sus palabras,
sus miedos, su forma de entrar y salir de las llamas, siempre
circundante a la leyenda del bosque, de la tierra, Madre.
Insistiendo en conocer mí ateísmo como todo aquel que se cruzó en
nuestro camino o transitó fugaz por nuestros mundos ensoñados. Con
toda seguridad algo pasó, seguía pasando centrando nuestra persona
en papel protagonista de la errática obra sin escenario aún con
telón y focos interés, cambiado por el romántico marco de la
arquitectura local y sus pasados negros presenciando el ahora. Algo
está pasando, algo nos pasa. Tropezando en equívoco que confunde
diluyendo las evidencias, cambiando los papeles, convirtiendo pasados
en presente y viceversa.
Doy por sentado que aun estás
confundido, acosado por cuestiones que sueltas lanzando contesta lazo
que las vuelve atar en tu mundo falaz; sin ser capaz de saber cuál
es la naturaleza que te rige, copiando desconocido cercano que te
imita cada mañana desde el otro lado del espejo. Te ayudaría abrir
los ojos y otear afuera antes de que te engulla del todo la locura.
Si tú vagas perdido entre las llamas del infierno, no sólo te estás
condenando, también me condenas… A propósito, Remilgado;
¿eres creyente?
― ¡¿Qué coño está pasando?!
Cuando fue capaz de abrir los ojos
olvidando aquellos murmullos dominantes tanto como confusos, advirtió
belleza entre nutrida arboleda pinar, suelo húmedo anegado por el
fruto del ingente ejercito árbol y agradecido viento que ondeaba su
larga cabellera gris, apaciguando en cierto modo el desespero que lo
abocó a la locura. Pudo ver entre los troncos a los lobos
circundando sobre él, acelerados en distancia vigilancia, animales
majestuosos con destellos mirada y blanquecinas fauces asesinas que
no llegaban acechar aun sin dejar resquicio por donde pudiera
escapar. En el claro soleado despertó repentino descubriendo sus
arrugadas manos, su vestimenta enlutada, sus botas camperas que no
era capaz de reconocer… Caminó errático hasta el enano charco
fruto de reciente lluvia, donde se arrodilló ignorando el peligro de
los carnívoros con el único objetivo de descubrir su rostro, su
cara, la apariencia que le era imposible recordar por culpa de la
rareza que desequilibraba el todo, la nada, en el guiso pesadilla del
que parecía condenado a no despertar.
―Las realidades se entremezclan con
las verdades que siempre fueron, Remilgado.
La fe es la trampa, la creencia nos mantiene en el subyugo de la
maldita, atrapados en Madre.
Buscó al propietario de la
perturbadora voz sin encontrar más que bosque, tierra húmeda, la
misma que inició delirio aparente al respirar, leve movimiento casi
imperceptible en el centro del claro. El pavor provocó que
abandonara el espejo charco sin descubrir su identidad, para agarrar
rama cual espada defensa y caminar consternado hacia la nueva rareza,
a la espera de que se mostrase de una vez por todas. A la espera de
encontrar el camino hacia la realidad. A la espera de hallarse entre
las brumas que lo circundaban bajo el sol poderoso y las distintas
miradas de los guardianes cuadrúpedos.
―Estoy harto de tus paciencias,
siempre mostrando amabilidad vana y reprimiendo deseos inconfesables.
Somos el rigor que rige cuerpo tras olvidar la vida, gusano nacido de
la podrida carne. De nada sirve intentar caminar al unísono con el
resto porque no pertenecemos a su naturaleza enclenque, ofusca,
obtusa; proclamando libertad y respeto mientras se encadenan
temerosos al enfrentarse a esas mismas libertades, con el respeto
reducido a su máxima esencia capaz de erizar vello, estremecer alma;
pues simplemente es miedo apabullante que no les permite ver más
allá de mera divagación, de sus narices. Son tan débiles como tú.
Pero ellos no gozan de la oportunidad que el destino nos sirve a
hurtadillas, lejos de la mirada omnipotente de nuestra carcelera.
Aceleró la respiración el terreno
apareciendo de la nada cuadrúpedo enorme de pelaje nieve y ojos
noche, sin destello vida en sus pupilas, con aspecto sobrenatural aun
perteneciendo a su contraria, la presente, la regente, la maldita.
Quedó a poco menos de un metro, a la expectativa, siguiendo el guion
que siguió desde siempre. Inmovilizó ergo el extraño del suelo
cuando el animal se sentó mostrando armamento enrabietado sin emitir
ningún sonido. Sin erizar lomo ni mantener posición de ataque,
sentado, solo mostrando, solo advirtiendo… Comenzando su ritual
purificador.
― ¿Qué me está pasando?
―Las almas corruptas no tienen
cabida en Madre.―Susurró
el animal sin dejar de mostrar su letal dentadura.―Ha llegado tu
hora.
Se lanzó esquivando la rama,
acometiéndolo hasta el suelo. Rugidos armonizaron el letal ataque
del capitán lobo mientras braceaba desesperado intentando salvar su
vida, víctima por no comprender que diantres estaba pasando, cómo
llegó hasta allí, que era verdad y que ficción. Hasta detener su
defensa tras descubrir que el enorme lobo no estaba sobre él, pese a
seguir escuchando el cántico muerte interpretado por el animal
asesino.
Cuando alzó mirada, observó la carga
de unos veinte soldados canes que descendían desde el cerro
conquistando el claro, colocó ambos brazos cubriendo testa,
regresando el pavor, deliro, al son que encomendaba su alma al
todopoderoso, al diabólico, a la suerte, al destino, a lo que fuera
con tal de sobrevivir. Pasando la jauría por su lado sin recibir
siquiera roce, ignorado o desechado cual presa.
Comprendió entonces el enrevesado, la
pesadilla que armonizaba a pocos metros de él, cuando le sorprendió
crujido seguido de lamento can, aterrizando a su lado el inerte
cuerpo del capitán lobo, decapitado.
― ¡¿Qué?!
Allá, impávido combatía su propio
reflejo, el mismo que arrancara de su cuerpo el líder canino de
mirada penumbra, diseccionando su alma para extirpar otra diferente
tras atravesarlo cual fantasma, dentellando al que terminó siendo su
propio verdugo. Aquél, fiel reflejo de su estampa en la peor de sus
versiones, pronto sembró de muerte la escueta explanada
desperdigando los cuerpos destrozados del ejército legendario,
haciendo aquello que mejor sabía hacer, lo de siempre. Para que
imperara de nuevo el tenso silencio tras la masacre.
―Maravilloso, supo a poco pero es
mejor que nada.―Acercándose al desorientado.― ¿Lo entiendes
ahora? Atrapados en el asqueroso bosque leyenda anidado por
guardianes mágicos que procuran noblezas destruyendo infernales. Era
cuestión de tiempo socavar a nuestra carcelera, Remilgado.
― ¿Qué eres?
Paso diera sobre la fértil yerba
asesinándola en el acto, marchitaba veloz reduciéndose a mero
polvo, al igual que los insectos que revoloteaban cerca de aquella
dantesca presencia que vestía, hablaba y actuaba igual que él.
―Es la segunda vez que me preguntas
lo mismo. ¿Recuerdas la primera?
El astro sol se movió errático
copiando luminaria linterna, extraña interferencia, decreciendo su
poder para dotar en parco segundo fugaz noche, intermitente casado
con el resto de delirantes acontecimientos que sólo impusieron
desestabilidad en el ya de por sí desestabilizado. Mostrando
ficticios en la panorámica que resultaba real.
Le reconoció, claro está, el rostro
del propietario de la voz familia, aquellas cicatrices deformando su
rostro, exento de cejas, con viejas taras en su semblante,
quemaduras. Pensó que se trataba de un yo recién evadido del
infierno, aura negruzca capaz de descuartizar incluso el ADN de la
mismísima Parca.
― ¿Cárdenas?
―Vaya, me sorprende tu repentino
albear, recordar apellido antes que nombre de pila proyecta cierta
disociación con la realidad, siempre y cuando uno sea capaz de
diferenciarla. Al menos es lo que no dejaba de repetir aquel jodido
comecocos en su intento por rehabilitar el estropicio. Aunque es un
buen comienzo. Tú y yo somos la misma persona, Remilgado,
víctimas de verdugos y verdugos de muchas más víctimas. Me cansa
este juego que está durando demasiado en redundo espacio tiempo que
quiebra regenerándose en el todo inexistente, lejos de la existencia
que nos otorga realidad. Creo que ya va siendo hora de hacer lo que
debemos, esa maniobra tan habitual en el resto y que tanto te cuesta
ejecutar. Nos esperan glorias deseosas de recibir nuestro estallido,
otro diferente, distante del primero que resultó patético, dejando
cuerpos desparramados en plena avenida. Aunque es demasiado pronto
para abordar esa esencia, ¿verdad? Supongo que te suena a chino.
Pronto entenderás.
― ¿Cómo he llegado hasta aquí?
Estaba en la plazoleta, junto al pozo de la consciencia y de repente…
―Y de repente abriste los ojos. Es
como flas que te rescata o rapta, depende. Llevamos en el asqueroso
bosque milenios, Remilgado.
Es el modo operante de Madre,
siempre nos somete a lo mismo tras zarandear recuerdos contaminados
con falsas vivencias, entremezcladas con realidades cuartadas. Sería
juego de niños para Madre
hacerte soñar con extraterrestres y convencerte, digno de ver.
Levántate del suelo y compórtate como aquél que eres.
Al colocar sus manos en la húmeda,
sintió punzada gélida que lo estremeció encerrando cordura en
barril lacrado que mal resistía en el centro hoguera de su interior
atormentado. Sensaciones extrañas que experimentó desviando su
atención hacia la copa de los árboles que revitalizaron con su
gesta, a diferencia de la yerba abatida por Cárdenas,
floreciendo de la nada para mostrar vigorosa juventud. Como si se
diferenciaran cual luz y oscuridad, como si el mal sueño concediera
trazas esperanza erradicándolas al instante siguiente, como si, y
todo lo contrario; por tanto, halló la respuesta…
―Estoy dormido, no puede haber otra
explicación.
―Lo estamos desde hace años,
condenados, apartados, a merced de terceros que ni siquiera
conocemos. En ocasiones suenan sus voces a lo lejos, algún chispazo
camuflado tras relámpago que anuncia tormenta. Pero también estamos
despiertos, viajando por el bosque maldito en busca de la choza del
escriba, acechando la única senda que atraviesa nuestra cárcel,
saboreando la mala suerte de los pocos inocentes que osan caminar por
ella para alcanzar el paraíso del llano, como la jovenzuela
francesa. No dejaba de suplicar piedad con rota voz, desesperada, al
mismo tiempo que su alma chillaba empecinada por culminar nuestra
obra, ansiosa...
― ¿Violaste a la muchacha?
― No seas gilipollas, somos mucho
más que eso. Ver sin aliento o alentar siendo ciego; disponemos del
tiempo necesario para cambiarlo todo, un mísero segundo, no hace
falta mucho más. Ella lo agradeció sin ser consciente de que
nosotros fuimos… No me queda demasiado tiempo, necesito que ganes
de una vez la mano, Remilgado.
Quiero volver y acabarlo. Es la hora, nuestro turno.
Agudo y penetrante, le invadió
consistente pitido uniforme obligándole a tapar oídos con ambas
manos para caer arrodillado en la fértil tierra. Mientras Cárdenas
contemplaba sonriente, acuclillado frente al periodista desbordado
por nuevo evento que taladraba sus tímpanos.
La visión comenzó a fallarle
copiando las interferencias típicas de televisión analógica,
entrando en colapso parcial que terminó por inmovilizar su cuerpo,
apagando el interruptor…Jaque al rey…
.― ¡Dios mío! ¡Llama a la
doctora, rápido! No me lo puedo creer, está despertando.
Variaba entrecortado aun sin abandonar
compás, agudo e idéntico pitido en regazo relax, armonizando desde
su lado derecho junto a orquesta mal avenida en fondo discordante.
Sintiendo la sed como nunca antes e intentando salivar sin éxito,
para abrir ergo los ojos y contemplar paneles prefabricados en blanco
hueso que poco le decían, hasta que entre el cielo postizo y su tez
sorprendida apareció hermosa de ojos apacibles, pestañas gigantes,
labios carnosos, mejillas globosas, cabello lacio del rojo vida
recogido en coleta, para cantarle:
―Hola.―Susurro madre.―Bienvenido
de nuevo a la vida, me llamo Adela
y soy tu enfermera. La que se dedica a lavarte mientras roncas a
pierna suelta. Menuda siesta, ¡eh!
―Adela.
―Así me llaman.
― ¿Sigues leyendo el correo a tus
vecinos?
― ¿Cómo?
Necesitó horas para poder sentarse en
la cama gracias al motorizado que lo elevó tras superar mareos,
donde esperó a la especialista entre apuros varios. No era capaz de
ver con claridad más allá de parco metro, sentía terrible flojera
en su enclenque cuerpo llegando incluso a no percibir sus
extremidades. Y lo que más le fastidió, beber usando una pajita por
culpa de la terrible descoordinación, sintiéndose igual que un bebé
aventurado en la aventura de descubrirse.
―Recuerdo la aldea. El párroco y su
hermosa ermita que aun siendo escueta, enana, casi un vulgar cuarto,
albergaba belleza en lienzos, retablos, pequeña maravilla dentro de
la humildad que se podía respirar entre aquellas milenarias paredes.
―Menudo sueño, al menos no lo ha
pasado mal.
―No, no. No. No es un sueño, estoy
seguro. Estuve hospedado en tu casa, Adela,
en la suite del piso superior. Cené y desayuné contigo con el grato
descubrimiento de descubrirte desechando deseos primarios. Atisbando
la pureza del sentido humano, toda una delicia.
―Créame cuando le digo que todo es
fruto de su imaginación. Yo vivo en un enano apartamento en plena
gran vía, como no puede ser de otra forma, compartiendo piso. Lleva
en coma cerca de cinco años, señor.
―Llámame por mi nombre, tampoco soy
tan viejo.
Cual vendaval benefactor y resguardada
por varios colegas, entró la especialista con evidente entusiasmo al
lograr ser testigo del despertar, el primero desde que comenzó su
labor en años cercanos al franquismo. Soltó saludo que supo a poco
para ordenar a la atractiva enfermera que saliese del habitáculo,
mientras el debilitado intentaba descubrir el borroso rostro de la
médico y sus acompañantes.
―Tardará en recuperar plenamente la
visión, señor. Tenga paciencia.
―Llámeme por mi nombre.
―No se preocupe, la amnesia es
temporal y suele aparecer en estos casos. Se llama Cárdenas,
Andrés Cárdenas.
Un reconocido escritor y periodista. Hasta ahí puedo leer, como
decían en aquel concurso televisivo de éxito. Dejemos el tema para
que ocupe horas de conversación. Aquí todo el mundo le conoce, es
como de la familia, así que le queda muchísimo por descubrir,
descubriéndose.
―Yo no soy el monstruo, mi nombre es
Remilgado López,
periodista en horas bajas. Divorciado desde hace lo que hace y
víctima de mí mismo. Cárdenas
es un despiadado asesino inhumano, mató al capitán de pelaje blanco
y a todos sus soldados legendarios en el bosque embrujado.
―Tendremos tiempo para eso, señor.
Si lo desea, le llamaremos hasta entonces Remilgado.
Ahora necesito chequearle a conciencia.
―No me gusta que me llamen por mi
nombre de pila, señora. Prefiero que se dirijan a mí como López.
Nunca perdonaré a mi madre su pesada broma, más, teniendo en cuenta
que no existe ningún Remilgado
en la familia.
― ¿Se despertó tiquismiquis?
Recorrer el mismo recorrido que cuando
andaba entre pañales fue la mejor de las aventuras. Cierto que
insistió durante meses con aquella historia fantástica que sonaba
como les sonó, comprendiendo la situación del escuálido que
curiosamente no preguntó que diantres le había pasado para acabar
comatoso entre aquellas paredes.
La costumbre se impuso y sus
argumentos dejaron de recurrir a lo que creyó vivir, recuerdo veraz,
agarrando el inmensurable placer de pasear por el jardín privado del
hospital, entre otras tantas rutinas, acompañado por su cuidadora de
cabello cobrizo. Recorrían la senda central custodiada por cuidado
césped de donde imperaban en evidente estrategia varios rosales
formando hilera perfecta, adornando lo bello con diferentes colores;
para alcanzar el diminuto mirador techado que exhibía arquitectura
románica rozando la perfección. De físico circundo con varias
columnas y baranda de piedra, albergaba un único banco del mismo
material en el epicentro del cubierto, donde solían sentarse al
atardecer armados con cualquier libro. Remilgado
amaba la lectura tanto o más que escribir, encontrando enorme
ventaja revenida de su amnesia transitoria al haber olvidado los
miles que leyó, para poder leer los millones pendientes.
Observar sus aniñadas reacciones ante
los grandes conocidos que ya conquistaron su inquietud, afloraba
ternura en la afable Adela,
la misma que daba comienzo y fin a su efímero mundo recién albeado.
Ella jugaba inocencias escogiendo aquellas obras que más le
fascinaron, encabezando con la inmortal del “Principito”
y sus magias mortales o humanidad vuelta poesía, al menos era lo que
pensaba desde que la leyera fascinándose por la fascinante
existencia de la obra magna siendo avivada niña.
Aquella tarde tocó misterio, intriga,
terror victoriano en el inconfundible estilo de creador único,
leyendo cuento de alado en noche tormento, obra encanto del señor
Edgar Allan Poe.
― ¿No tienes curiosidad por tu
vida, tu pasado?
Sufrir amnesia no se traduce en
padecer tontuna, y consciente esperaba la hora clareada desde la
preocupación de la hermosa. Cerró las tapas del mágico que
descansó pausado en el borde banco, agarrando la mano de su
cuidadora con el mismo afán que lo hace hijo con madre.
― ¿De qué me serviría? No
recuerdo nada, solo lo que a todas luces parece mera fantasía
inducida por el coma. La doctora me habló de la terminología que
bautiza este entuerto, y tras escuchar complicación capaz de trabar
lengua, decidí aprovechar mi amnesia para olvidar el enrevesado
nombrecito.―Apaciguando lo que paz emanaba.―Prefiero el plato
presente, recuperarme por completo desde las ventajas de no conocer
nada, todo nuevo… Un nuevo comienzo curado de peros o pensamientos
afligidos. De todos, sin duda represento milagro por emprender sin la
necesidad de purgar lo que sea, ni siquiera recordar la purga, nada.
―Pero tú no eres un recién nacido,
perdiste casi cinco años, dormido. Tu postura denota cierto egoísmo
que no llego a entender, te escondes detrás de la amnesia actuando
como si recordaras. Si nada recuerdas; ¿por qué temes recordar?...
Vino gente a visitarte y declinaste siquiera recibirlos, desechando
un pasado que no conoces mientras musitas acerca de esa aldea
medieval, extraños fenómenos y muerte. En el hospital se habló
mucho al respecto, algunos comenzaron albergar dudas…
― ¿Dudas? Yo soy quién vivió en
ese mundo que nadie cree despertando en este despropósito. Me
enseñaron fotos de gente a la que nunca conocí entre tantas y
tantas, que si el presidente del gobierno es tal, que si cambiamos de
rey y ahora es fulanito en vez de sotanito (…) Soy capaz de nombrar
y distinguir todos los colores, leer y escribir, sumar, restar, soy
consciente de una vida entera que va más allá de mi viaje a la
aldea. Cuando el servicio militar, mis escarceos juventudes en las
noches mediterráneas, mis padres, mi excéntrica exmujer. Puede que
ahora, en este presente, sea víctima de mi imaginación, del
asesino. Que en realidad esté tumbado junto a los cadáveres de los
guardianes mientras avanza hacia la aldea con intenciones salvajes.
Suelo pensarlo detenido cuando me quedo solo en la habitación… Es
posible que siga siendo prisionero de Madre
y necesite despertar y encontrar al escriba antes de que el señor
Oscuro
culmine lo que pretende…
― ¿Qué puede pretender? ¿No te
das cuenta? Argumentas incoherencias, pura y neta fantasía. Fuiste
vitoreado escritor que publicó más que ninguno con ventas de
vértigo, tanto, que tu apodo es el rey de la fantasía. Estás en la
realidad pero te niegas a enfrentarte, como si temieras aquello que
eres incapaz de recordar. No lo entiendo.
Puede que sufriera por el ansia de la
siempre atenta, abrazando su cuerpo ante la imposibilidad de abrazar
su alma, entretanto calló la fémina sorprendida por la reacción
infantil del anciano. Deseando verle florecer en el tiempo que le
pudiera quedar alejado de agobios o temores revenidos por el trauma
que sufrió. Condena infierno que no podía superar siquiera la
muerte, el peor mal de males. Terrible lance que con seguridad le
perseguiría cuando la normalidad rigiera completa retomando el día
a día, para tropezar con el muro lastre conocido por la sociedad que
protagonizó acabando como acabó.
La miró esgrimiendo sonrisa mezclada
con esa chispa infantil capaz de engatusar a cualquiera, de donde
pudo destilar la voluntad del escriba por no ahondar más en el tema.
Su paz resultó provechosa dentro de peligrosos lindes, al estar
ensoñado por no querer vislumbrar la realidad de quien era y lo que
representaba para la inmensa mayoría.
―Puede que pase toda mi vida entre
estas cuatro paredes, al menos hasta que te jubiles, entonces (…)
Solo entonces pediré el alta.
―Por supuesto (…) ¿Qué te parece
si acabamos la lectura por hoy y regresamos adentro? Son casi las
seis y…
― Y adoro esta rutina.
Verles caminar de vuelta, inspiraba
esa imagen que resta latente en el pensamiento de cualquiera que
disfrutó de la compañía paterna en horas bajas, a semanas vista de
la visita siempre detestable de la poderosa muerte. Un anciano con
batín y pijama azulado y atractiva enfermera uniformada agarrando su
delgado brazo, apoyando leve la cabeza en el hombro del renacido y
charlando a paso tranquilo, pues así mismo hay que agarrarse tanto
la vida como la despedida de ésta.
Lo duro siempre expandía en el cómodo
cuarto universo, piso copiado del llano insustancial del pasillo,
paredes lisas con pálido algo menos acrecentado y cielo terminado en
tono casi gemelo del resto; de la cama mecanizada de hierro, de la
mesita o el armario, de la abatible del baño, del marco aluminio
ventana o la cortina que la arropaba… Un blanco hueso sintético
típico de lares similares, donde distraerse con la televisión era
como jugar a las tragaperras, echando moneda y reservando monto ante
el cierre por falta de crédito a mitad del filme. Sin aliada radio
pues mandaba el hilo musical condenado al silencio a partir de las
diez sino antes.
A pesar de los pequeños
inconvenientes, encontró grandes ventajas perdiéndose entre las
páginas imaginarias que alguien imaginó partiendo de su realidad
filtrada, del mismo modo que él filtraba párrafo tras párrafo,
tumbado en la grata e iluminando la lectura con pequeña estrella
ovalada, incrustada en la lámpara del reinante color monótono.
Silencio roto por el aparato
acondicionador que respiraba profundo para inhalar calores y exhalar
gélidos, manteniendo el ambiente idóneo que contrastaba con el
agobio típico de las fechas canícula del exterior.
Pasó hoja tras humedecer su dedo
índice, adicto a la historia terrorífica tanto como cercana del
cuervo, precipitando estornudo violento que lanzó hasta el suelo sus
lentes de pasta colorada. Mucosidades conquistaron las páginas, su
cara pasa y parte de la sábana; obligándole a solucionar el
problema con los pañuelos de papel que guardaba en el soltero cajón
de la mesita, no sin antes descansar sobre ella la lectura con cierto
mimo o ralentí revenido por su amor imperecedero a la lectura, en
análisis romántico; o simplemente a causa de su estado declive que
agudizaba punzando espalda si aceleraba cualquier acción. Tanto es
así, que cuando pretendió recoger las gafas del suelo se vio
obligado a arrodillarse con extraño descenso mal coreografiado, al
mandar el hitleriano dolor cual director del ballet imposible.
Aguijando acá y allá cuando doblaba la bisagra como haría
cualquiera en su situación. Rodilla derecha al suelo sin doblar la
dolorida, para hacer lo propio con su gemela… Palmas al enlosado e
inclinación leve, casi imperceptible, dejando la cara a centímetros
de las lentes…
―Hay que joderse, de ser un
cincuentón con movimientos de veinteañero a esto. Un desgarbado
abuelo de no sé cuántos años incapaz de recoger cualquier cosa del
suelo sin tener que arrodillarse.
Reverenciado en postura indescriptible
y con el objetivo entre las manos, advirtió cuerpo zarco por el
rabillo del ojo que permanecía debajo de la cama. Con ambas palmas
sobre el pavimento tras soltar las coloradas, hizo lo propio con la
mejilla buscando los latidos del firme, para sorprenderse cuando
descubrió la vieja carpeta que le diera el supuesto párroco en la
supuesta Aldea fantasía.
―Ahora me diría la doctora con tono
robotizado; tranquilícese, es un síntoma típico en estos casos.
Tras veinte minutos inmersos en misión
rescate del imposible zarco, ganó de nuevo el lecho centrando toda
su atención en la reconocible, al menos, mucho más que las
fotografías de extraños y extrañas que decían ser sus familiares.
O el reflejo de su cara en el espejo del baño donde descubrió
desconocido octogenario falto de dentadura, de brillo en los ojos, de
cabello colorido y con urgente necesidad por alisar aquella
esperpéntica piel arrugada sobre arrugas, un auténtico caos donde
no existía plancha capaz de deshacer el entuerto.
―Supongo, queridísima prueba que
demuestra que no estoy tarado, que cuando llegaste a mis manos debí
escudriñar tus adentros. Dejar de visionar más allá del horizonte
para entender el más acá real. ¿Guardas la verdad?…―La abrió
pausado para descubrir lo que siempre supo, estuvo ahí, delante de
sus narices todo el tiempo.― ¡Es imposible!
® Dadelhos Pérez
LEER CAPÍTULO 5º
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