LA
ALDEA MALDITA
Dadelhos
Pérez
Confieso
que el viaje resultó desventura, sendas angostas ascendiendo
montañas inhóspitas alejadas de la influencia humana, a pesar de la
modernidad tan prominente en nuestros días olvidadizos de realidades
gélidas, que nos siguen rigiendo en aras de frágil existencia.
Sobre
todo en la panza grotesca del autobús arcaico que mal trazaba
zigzagueando errático, tormento saboreé sin lugar a dudas. Pude ver
por la ventanilla desprovista de cristal, como las ruedas asomaban
peligrosamente por los diversos acantilados, dando paso al miedo que
llegó a producirme lo que intentase el viejo párroco de la escuela
en mis años zagales, inculcar fe al mocoso que no creía, se
obstinaba cuestionando lo escrito y lo que no. Y en aquel tobogán,
la ruleta rusa aun siendo parte indivisible de la bala, sin pistola
en sien más bien en precipicio, me encomendé al todopoderoso
santiguando, rezando; y sobre todo temblando.
Cuando
alcanzamos destino respiré como nunca antes, alegre y amargo, en
contradicción reafirmada por el mareo rey que regía frente al
despropósito que creí imposible en la España
europea, al comprobar esa otra realidad del país condenada a postal
sepia. Tarjeta melancólica rezumaba aquella perdida aldea que
reflejó el no tan lejano vivito y coleando, a todo color, en
directo.
Me
maravilló descubrir mis raíces sin ser pariente de aquella familia
bien avenida. Casonas señoriales circundando el adoquinado
centenario, puede que de los vastos imperios romanos; la plaza
humilde provista de pozo piedra con cubo hojalata y encadenado óxido.
O la fuente sin agua en los resecos huecos donde debiera, y la
capilla, claro está, mi primera parada.
Caminé
no sin antes pellizcar pellejo para comprobar que no era víctima de
ensoñación heredada por el tormento diligencia que me condujo hasta
mi destino, entrevistar aquel desconocido que fue capaz de
revolucionar las redes sociales con referencias propias de importante
líder espiritual. Sin duda un proyecto capaz de derruir viejas
murallas filosóficas tras leer su ideario dosificado en la red.
Mensaje esperanza en post
sin imagen cebo, para publicar todo lo contrario al día siguiente
aun sin romper ideal. Frases bien casadas bajo ejemplos sin adúltera
sazón; estilo que muchos profesionales de la letra deseamos poseer
desde malsanos celos siempre mal disimulados.
Todo
lo malo del itinerario suicida se disipó cuando puse pie en la
diminuta ermita, aquellos frescos exquisitos, el aroma incienso y
parcas velas entorno a la figura de san Bartolomé,
el patrón del lugar… La imponente presencia del portón abierto de
par en par, porte madera que conoció esa España
mucho
antes de que lo fuera, repleto de forja con motivos religiosos, fina
exquisitez. O el altar presidido por Jesucristo
crucificado, atril al lado derecho, enorme fresco al izquierdo en
ascenso por columna hasta la cúpula representada en imposible
paraíso. Una pequeña capilla Sixtina.
―Bienhallado,
pase, no se quede en la puerta. Esta es la casa del señor…―Saludó
sorprendiendo desde un lateral.―…
y también de la señora. La fe es fértil en todos y no distingue
altos de bajos. A pesar de que solemos colocar a los altos detrás y
a los más chicos delante, me refiero al coro de la aldea. Pero no
piense que es así por discriminación positiva, esa expresión
exculpatoria tan de moda en el mundo moderno. Simple comodidad. Si
uno de los chicos cantara detrás de uno de los grandes, difícilmente
lograríamos buena acústica, ¿no cree?
Encorvado
anciano ataviado con telas culto, desprendía proximidad con su buena
oratoria. Daba la sensación de que éramos viejos amigos a los que
sólo les restaba conocerse para alcanzar la perfección. Aunque ésta
es inexistente al ser interpretación vislumbrada desde el mejor
otear que tiene uno, dos; multitud o soledad dada al imaginario. Es
algo lo bastante común como para encasillarlo cual íntimamente
personal.
―Supongo
que usted será…
―Lo
soy, es evidente. Si midiera medio metro más, con prendas elegancia
y usase un vocabulario elitista. Le aseguro con la mano en el corazón
que no lo sería... Pero disculpa mis atropellos, hijo. Menuda
educación tiene este saco de arrugas, pensarás. Me adoctrinaron en
el mejor de los seminarios, desde que me ordenaron sacerdote empecé
a estudiar de verdad, alejado de las letras, o como diría un
militar, en las trincheras. La auténtica universidad de la vida. Es
igual que aquel que camina razonando senda frente a su adverso, el
que se sienta para ensoñar que camina. Parece disparate si uno se
reconoce en cualquiera de éstos, ¿verdad? Bueno, pues yo sería el
primero, caminante de paso esfuerzo y sudor en frente, convirtiéndome
en el segundo al anochecer; tumbado y con libro abierto para viajar
inmóvil. Vaya, creo que hablo demasiado, tanto que perdí el hilo.
―No
lo crea, sus formas me dejan boquiabierto,
liman cualquier aspereza. Nunca antes conocí párroco con tan
afinada habilidad.
―
¿Habilidad?
Vaya, sólo muestro lo que soy, hijo. Un hombre de Dios y de la
Virgen, detesto que le den todo el protagonismo al hijo que nació de
madre. ―Arrimó
su testa para decir.―
En realidad soy uno más entre millones, sacerdote, sí. Pero uno más
del rebaño… Mejor hablamos en el pequeño despacho, está ahí
mismo, detrás de la capilla.―Agarrándose a mi brazo al puro
estilo abuela.― Hace años los niños invadían las pocas calles de
la aldea en verano, y decidí construir una pequeña biblioteca para
que leyeran, ya sabe. Fue un auténtico fracaso. Tenían esos
modernos teléfonos con millones de títulos literarios, películas,
juegos y no sé cuántas invenciones más, no podía competir contra
eso, una desgracia. Lo triste es que ninguno de ellos había leído
un libro en su vida, lástima. Desde entonces me hice egoísta, lo
confieso, y reconvertí la biblioteca en oficina que nadie visita.
Qué le vamos hacer, no soy tipo de negocios y el jefe lo sabe. Eso
sí, siempre paso el cepillo compartiendo con mis iguales, el vino o
la sangre de Dios queda en exclusiva para mí. Tranquilo, pretendía
gastarte una broma, muy mala por cierto, aun sin proterva intención.
El
habitáculo desprendía humildad a pesar de la ingente ristra
ordenada de variopintos ejemplares literarios cubriendo las paredes
estanterías, varias mesas, un arcaico ordenador y algún que otro
pupitre. Y en el centro, donde los rayos de sol iluminaban colándose
por la antigua tronera del alto pared, su mesa oficina poblada por
crucifijo, vaso lapicero y un montón ordenado de papel en blanco,
dispuesto para albergar nuevas composiciones u odas fe, en el caso
del párroco dicharachero.
Nos
sentamos en volandas de cierta pausa conversa que agradecí y
aproveché para hurgar en el lateral de mi bolsa rescatando mi
Tablet,
mientras
el anciano arrastraba sus pies en busca del trono presidencia donde
se acomodó no sin dificultades. Confieso que estaba deseoso por
comenzar a preguntar, a aclarar las cuestiones que me asaltaron desde
que empecé la investigación encomendada sobre el enigmático. Y
tenía frente a mí la única persona que conocía al desconocido y
estaba dispuesto a compartir. Un auténtico milagro.
―Soy
consciente de mis reiteradas negativas cuando se puso en contacto
conmigo, él me pidió expresamente que guardase su identidad y eso
mismo intenté, muchacho, hasta ahora. A propósito, puede que no
venga al caso pero no lo puedo evitar debido a mi vocación; ¿es
usted creyente?―Clavó mirada cuchillo quedando petrificado, ni
pestañeaba.
―Me
sorprende su cambio de tratamiento, pasa de tutearme sin presentación
previa al usted. No sé cómo encajarlo.
―
¿Mi
cuestión o mis formas?
A
veces, respiras profundo y sientes fresco vida recorriendo tu cuerpo
cuando el fuego enrabietado te rodea consumiéndote, calcando ese
tormento desterrado del presente que cumple condena recuerdo en los
libros de historia. Por motivo que no alcanzaba a entender, mis
sentidos marcaron peligros imposibles, al estar frente a frágil
sacerdote de tez amable y verborrea divertida. No supe cómo actuar,
que decir, como escabullirme. Decidí ser sincero.
―No
soy creyente, señor. Es un defecto de fábrica heredado por la
lectura de grandes pensadores, filosofía...―Me interrumpió en
tono inri.
―La
dichosa filosofía existencial fue antaño un arduo enemigo frente a
la fe, aunque ahora nos gana por goleada el Burger
King
y su aliada Coca-Cola,
y nos gana a ambos. Hasta que aterrizan decadencias mermando cómodos
presentes usurpados por heterogéneos motivos, entonces olvidan las
falsas religiones y acuden solicitando mendrugo de pan, aunque
gracias al divino no es el caso de la aldea.―Tamboreó poco sutil
sus dedos sobre la tabla.―Sinceramente, es más complicado
desenmascarar esa dichosa filosofía existencial, una religión que
se niega pese a rezar constantes preguntas que sólo engendran más
preguntas. Algo que comprendo aunque no comparto, joven. La creencia
fortalece frente a peligros latentes que andan lejos, muy lejos del
control humano.―Fue
cuando abrió un cajón de la mesa sin apartar discrepancia.―Ése
que busca empecinado (…) es diferente tocado por la divinidad aun
sin ser beato o santo. Carece del rigor de cualquier creencia, sin
postureo. En cierto sentido se parece a ti, o usted. Tras su avizoro
no sé cómo tratarle. Puede que lo más acertado sea llamarle por su
nombre, Remilgado.
Vagaba
desde la amabilidad empalagosa que recuerda abuelo eternizado, allá
en la soledad concurrida de la silla a la puerta de casa, saludando a
los niños, a sus madres, a los padres, a las piedras, a los pájaros,
a las nubes, al astro, a la luna y a la nada… Para terminar
discutiendo solo en susurro lamento. Para ergo aterrizar precipitado
en el enfrentamiento cual manada de hienas circundando a la
todopoderosa leona, que pese a su superioridad se ve obligada,
presionada, vencida. Las dos caras de la misma moneda que entonces
vestía de negro con alzacuellos inmaculado.
―Si
no le importa, prefiero que use mi apellido, López.
Nunca me gustó la broma de mamá. Más, teniendo en cuenta que no
existe ningún Remilgado
en mi familia.―Su
argumento cargando contra la filosofía encendió réplica que no
pude reprimir.―Su
creencia sazona cualquier visión negando naturalezas, y perdone mi
atrevimiento. Cuando nació no albergaba en su ADN cualquier vestigio
religioso, algo que la fe no puede rebatir… Comer, respirar y
aprender. Cosas natura frente a su adversa inculcada desde doctrinas
negación que pretenden reconducir al resto. La creencia no es
potestad de las religiones, señor. Igual que los idearios no son
propiedad de los partidos políticos. Ustedes lo llaman fe, postrando
sobre la mesa buenas intenciones, sin duda. Dicen no al extremismo
que condena la diferencia y no paran de condenar cualquier argumento
que no case con su doctrina. Desquitándose con que son algunos y no
todos los que actúan hitlerianos en su agrupación, cuando acusan a
todos y no algunos si proviene de diferentes a los que suelen tachar
de involucionistas o enemigos de la civilización, lanzándolos a los
leones. (…) Espero no haber molestado con mis argumentos bárbaros,
señor.
―Puede
estar tranquilo, me visto de sacerdote y abrazo mi creencia, señor
López,
aun consciente que no es necesariamente la verdad, esa propiedad de
todos que tanto cuesta converger en una sola, eterna confrontación.
En cierto sentido comparto su visión del caótico mundo en eterna
gresca, negarlo resultaría torpe e infructuoso. Y a diferencia de
algunos dirigentes eclesiásticos, no comparto doctrina
involucionista con egocéntrico afán mercantil. Dios es para mí lo
mismo que para usted es su ideario filosófico. Siendo yo mismo el
único responsable de mis actos, siempre alejado de prejuicios, con
cercanía. Es decir, actuando como cualquier ser humano liberado de
malas intenciones que sólo pretende ayudar, no inculcar. Aclarado lo
que parece será nuestro talón de Aquiles,
le ruego que dejemos el tema que yo mismo saqué, señor López.
Dejó
sobre la mesa diminuta carpeta azulada, antigua.
―Aquí
tiene los últimos escritos que me hizo llegar para que los publique
en Internet,
algo que no quiero hacer y así se lo hice saber. No puedo seguir
azuzando comentarios dirigidos, soy un hombre de fe que pretende
benevolencia para con sus iguales… Me tomé la libertad de avisar a
don Antonio,
nuestro granjero criador de vacas y caballos espléndidos, toda una
maravilla. Es el único que tiene calesa, el motor sólo nos visita
una vez al mes en formato autobús. Le llevará mañana a primera
hora hasta la choza del escriba, en lo más alto, así que le
recomiendo descansar. Puede hospedarse en el establo del alcalde, don
Remigio.
No se preocupe, lo rehabilitó con la extraña pretensión de atraer
turismo hasta aquí. Adela
le atenderá, de hecho lo lleva esperando desde hace horas. Es la
hija del alcalde y líder indiscutible del coro de la iglesia, una
voz celestial.
―Verá,
le estoy muy agradecido al encontrar mucho más de lo que esperaba.
Aunque me gustaría hacerle varias preguntas sobre el enigmático
escritor…―Me
interrumpió tamboreando de nuevo sus dedos palillo sobre la tabla,
acto que deduje cual tic involuntario por reiterado.
―
¿Para
qué preguntarme si mañana le podrá preguntar? Eche un vistazo a
los documentos de la carpeta antes de partir a su encuentro, es un
tipo bastante excéntrico, capaz de inculcar a cualquiera lo que se
proponga. En cierto sentido, peligroso. En realidad, esperanzador.
Puede que volvamos a charlar cuando regrese de su entrevista, esa
visión suya de la fe comulga de alguna forma con ella. Le acompañaré
hasta la puerta.
Me
fijé en la fuente de piedra, en el epicentro de la plazuela al salir
del templo, mientras el párroco me observaba con gesto preocupado
desde el portal religioso, indicando con la mano hacia donde debía
caminar cuando dirigía hacia él la mirada. Y de entre lo rústico
erosionado por el tiempo en la piedra fuente, me llamó la atención
la talla de lo que me pareció una sílfide,
esa criatura mitológica típica en países norteños que parecía
besar a un lugareño con largos cabellos y grotesco rostro
desfigurado. Representada con medidas atípicas a las expresadas en
infinidad de textos, tallados o retablos germánicos. Aunque pronto
puse hincapié en alcanzar el establo hostal del desértico poblado.
Desde
que llegué únicamente vi al párroco, nadie pululando por las
angostas callejuelas de piso centenario, sentados a las puertas de
las casonas, laborando o simplemente cotilleando desde cualquier
ventana al amparo de la siempre cómplice cortina. Ni siquiera can
escandaloso que defiende a ladrido socorro, nada. Parecía un pueblo
fantasma, me lo pareció estremecido, sin poder deshacer el mal
presagio ganado en la oficina parroquial. En lo más profundo
sospechaba duda que me invitaba encarecidamente a que saliese de
aquel idílico rincón del olvido. Ganando mis ansias por conseguir
culminar la comanda, a la espera de la recompensa deseo, un contrato
eventual en el periódico de mayor tirada nacional.
Recuerdo
bien el algarrobo que custodiaba la casa del alcalde, la misma que
lucía blanco cal en fachada clon, idéntica al reducido resto a
diferencia de la enana iglesia y su majestuosa presencia de piedra
milenaria. Junto al árbol, el portón roble con motivos religiosos
en su abundante forja en negro, un pequeño homenaje a su homónimo
del templo. Me asombró encontrar auténticas antigüedades expuestas
a la intemperie, poblado museo. Cualquier piedra, losa o mero yerbajo
rezumaba antigüedad noble, nada de viejo desecho aun superando el
centenar, puede que cumpliendo milenios.
Llamé
golpeando el triángulo colgado sobre el saliente de hierro oxidado,
tocho que emanaba de la fachada agonizante, suplicando un buen
saneamiento culminado por capa abundante de pintura, pequeño drama
dentro de aquel inmenso universo.
―
¿Quién
va?
―Soy
el periodista, me envía el párroco.
Sonaron
cerrojos, giros y algún golpe aderezado con palabrotas ante la
resistencia numantina que ofreció el portón, no pude evitar sonreír
preso de la comedía, imaginando la visión de joven peleándose con
el pomo cerrojo y quién sabe cuántas cosas más. Hasta que por fin
abrió mostrando deidad engalanada con humilde ropaje, cabello
recogido, falda hasta los tobillos y mirada hipnótica capaz de hacer
reaccionar a piedra inerte, que tras la caricia atención respiraba
acelerada.
―Perdone
la espera, señor. Desde niña siempre me llevé mal con la puerta, y
eso que padre quitó siete cerrojos hace poco más de cinco años.
―No
tiene por qué disculparse, para mí ha sido un placer esperar para
admirar poesía, siempre desde el respeto y la justa pulcritud,
señorita.
―
¿Por
qué habla tan raro? ¿Es extranjero?
Su
imagen impactó sacudiendo alma, desatando deseos que intenté
dominar evidenciando mi debilidad al hablar, al mirar, al callar o
simplemente estando. Y Adela
captó rápida normalizando nuestro encuentro con trato exquisito
aunque como buena anfitriona, sin conceder ni exigir.
Amplia
sala con paredes a medio chapar hasta cenefa divisoria de donde
partía enlucido yeso, pintado en crema pastel. Piso verdoso con
trazas negras de azulejo gres, grande, dominaba hasta el pie escalera
y más allá de la echada cortina que ejercía cual abatible. Mármol
blanco impoluto con baranda forja noche y pasamano de madera pino
barnizada, era el porte hermoso de la escalera pegada al lado
izquierdo. La majestuosidad de la casona me impresionó por el gusto
entre modernismo urbanita y clasicismo labriego. Varios candelabros,
luminarias incrustadas a la pared; cuadros impresionistas que
recordaban museos desierto, todo parecía sin serlo, hilván que
rescataba sabores vislumbrados en diferentes rincones. Como un ser y
no llegar con alma propia, diferente en coctel semejanza, extraño
baturrillo que no acibaraba la vista, el sentimiento de sentirse
ameno junto a la composición decorativa siempre dentro de su
humildad, en ambiente único.
―Su
habitación está arriba. Sígame, por favor.
Sin
embargo, alcanzar el piso superior era como retroceder en el tiempo,
bajar a las cloacas o descubrir las cavernas. Me dio la impresión
que pretendieron reformar quedando a medias… Paredes embadurnadas
por envejecida cal que agrietaba desprendiéndose, plagando rincones
de rancia caspa revenida por descuido. Las cuatro puertas lástima
por su caótico estado, exhibían crucifijo en vez de numeración, el
tétrico techo de caña vista fijada con cuerda de cáñamo
soportando el planché de mortero viejo; puro y neto desaliento que
preconizaba habitáculo con catre paja gobernado por chinches junto a
bebedero de ganado, acuartelamiento del ejército mosquito. Cosa que
no me molestó gracias a estar junto a la bella anfitriona cual baja
lucidez provocada por soez deseo primario.
―Su
habitación está acondicionada, señor. No tema. Por tener, tiene
incluso televisión vía Internet, una auténtica suite.
―Sólo
preciso de cama y lavabo, no soy muy exigente.―Mentí.
Asombrado
quedé cuando sacó un aro metálico repleto de llaves, típico del
siglo pasado o el anterior, rescatando de mi mente viejas secuencias
de filmes anglosajones a blanco y negro. Puede que alguna fantástica
obra inspirada en el encomiable trabajo de Agatha
Christie,
aquella brillante mente que nos dejó maestría en párrafos y
párrafos de entretenimiento didáctico bajo manto intriga.
Soy
consciente, bueno, lo fui en el momento que me dejó a solas en el
cuarto, en la suite del establecimiento fracasado; que en aquella
tierra olvidada, lejos de dominios que imperan dominando en redundo
del todo mercantilista. Existía un halo diferente que distaba. Sobre
todo al abrir la diminuta ventana de porte madera cuando el
crepúsculo capitaneaba las horas presentes, divisando ingente natura
subyugada a silencios. Ni el cántico amorío de los grillos, el
acariciar entre arbustos del viento… una tumba abierta, mal augurio
que silencia a centésimas de hecatombe dantesca a punto de
desencadenarse.
Aunque
me alentó la sensación despertando creatividad, imaginando cómo
sería el excéntrico y desconocido escriba, sobre todo después de
saber que alcanzaría su choza montado en calesa, a la vieja usanza.
Viviendo secuencia o epílogo de obras literarias de género, puede
que el fascinante Drácula,
cruzar tierras hasta alcanzar castillo donde espera la bestia la
llegada de quién reportará nueva oportunidad, fantasee víctima del
ambiente y de mis rarezas nacidas por temores que no sabría
argumentar, sinsentido típico de la condición humana.
Descubrir
vida social en el estancado olvido, me contagió esperanza
desinflando tétrica teoría temerosa en el momento que bajé la
escalera atravesando la cortina que ejercía de abatible. Distaba de
parecerse a cualquier restauran por su estampa rústica, que como no
podía ser de otro modo, presidía imponente chimenea labrada con
grisácea roca, adornos hierro penumbra y disecada cabeza de
impresionante jabalí sobre ella. No pude evitar pensar en los
tiempos bandoleros, cuando los franceses mandaban y los españoles
atentaban a lo Curro
Jiménez.
Puede
que fueran tres mesas con sus respectivas sillas fabricadas por algún
labriego por lo excéntrico del diseño, las que poblaban el salón.
Paredes idénticas a las de la entrada aun mostrando otros lienzos
diferentes, secuencias de caza en trazo delicado y gran sobriedad. En
unos aparecían fieles perros derribando gigantesco jabalí; en otros
cazadores montados, compendio artístico monotemático que descubría
pasiones que no compartía pese admirar lo logrado de las obras desde
la distancia.
Ella,
amable y detallista, me condujo silenciada hasta la única tabla
vestida donde me senté, descansando la azulada carpeta que me cedió
el párroco en un lado de la mesa, para seguir observando víctima de
mi lado gatuno, sobre todo, tras advertir a varios lugareños
apostados cerca del ventanal, enzarzados en amena charla que bajó
volumen en el mismo instante que aparecí en el centro espectáculo.
Supongo que así me veían aquellos tres opulentos con boinas clones
y chalecos pasados de moda, occisos, ropajes típicos del elenco del
fabuloso filme español, “La
escopeta nacional”,
basada en imprescindible obra literaria de imprescindible erudito,
don Camilo
José Cela.
Próximo
lanzamiento... Estas mismas navidades, ya sabes, me refiero a las de
2016. Espero disfrutaras de la lectura, me conformo con poco. Te
deseo de lo bueno, lo mejor. No dejes de sonreír, ¿de acuerdo?
Hasta dentro de un rato.
©Dadelhos
Pérez
©Dadelhos
PérezUniverso-G desde terror a romanceros, gratis